Por Claudio Andrade
Una de las últimas especies sobrevivientes al cambio del paradigma comunicacional, que soporta el periodismo hoy, es “la intuición periodística”. El otro animal en peligro, es el animal político que solo apela a su «olfato».
Ambos terminan siendo hermanos en la debilidad.
Y ambos, exóticos y venerados están en vías de extinción.
Durante décadas el periodismo y la política basaron muchas de sus acciones operativas (edición, escritura, financiación de reportajes, discursos de campaña y obras de diversa envergadura) en argumentos tales como la “intuición” de sus editores o, incluso, lo que dictaba “la piel” a los operadores de turno.
Pocos esgrimían otros argumentos laborales que no fueran una suerte de talento perfeccionado en la experiencia que, en la teoría, suma intereses por el ejercicio cotidiano del oficio. Sea la crónica o la recorrida habitual por los barrios de menores ingresos. La idea es la misma.
Como siempre, en materia de arte y talento, hay casos y casos.
El periodismo tanto como las plataformas de comunicación política no pueden depender hoy exclusivamente de sensaciones. El estallido de internet y, con ella, de la explosión en el volumen de datos, ha ido convirtiendo esa “sensación” en un juego esotérico.
¿No le ocurrió algo semejante en Puerto Natales a Ana Mayorga y Fernando Paredes? Ambos confiaron en el «sentido común» de la política y perdieron frente a la plataforma digital y la impronta contra intuitiva de Antonieta Oyarzo.
Los periodistas todavía son dueños del foco: cuando una nota puede ser una nota. Y los políticos aun conservan algunos medidores analógicos que indican la temperatura social.
Pero la elevación de ese material en una joya preciosa, a lo largo de una jornada de trabajo y lectura, constituye un derecho que los dos oficios han perdido en parte y deben comenzar a delegar. O, al menos, a repensar.
El futuro, y no el futuro de allá al fondo, impone la utilización de programas intuitivos capaces de rescatar del enorme volumen de información circulante, los auténticos parámetros de la ejecución periodística y política.
Hablamos de algoritmos de base predictiva que también figuran hoy en las plataformas políticas de países como Estados Unidos, Francia o Rusia.
El accionar ya no se basaría en los “me parece” de un reportero o un operador sino en la comprobación real, en línea, de lo que los datos nos muestran.
La preservación de las especies en zona crítica depende de con qué inteligencia y sofisticación sea leída la mega data que transpira la sociedad hoy.
¿Los estallidos de octubre de 2020 no emergían como flores en las redes sociales? ¿Los observaron en su momento de desarrollo digital los periodistas y los políticos?
Los flujos de megadata reflejan el estado anímico de millones consumidores con acceso a internet y, por ende, alimentan la corriente publicitaria de los medios y los votos de los representantes en el Congreso.
Sin análisis megadata no hay ni habrá grandes medios tal como los conocemos. Y los «nuevos» referentes políticos deben vivir atados a una fórmula parecida.
La siguiente generación de algoritmos, que hoy revelan tiempo, volumen y etiquetas del consumo de artículos, será del orden predictivo.
Se necesitará una gran cantidad de horas-hombre de escritura en la codificación de lenguaje formal e informal para concretar un algoritmo que “puenteado” a un megadata Services ofrecerá análisis específicos capaces de imponer parámetros a este “decir” social.
La aplicación de valores fluctuantes quedará determinada por el ritmo y el sentido de los consumos detectados en la web. Es imprescindible tener en claro la fórmula para calcular la escala.