En estas horas, nos aprestamos a conmemorar un nuevo aniversario de la gesta del capitán Arturo Prat y de sus hombres en la corbeta “Esmeralda”, acompañado del comandante Carlos Condell y de su tripulación, a bordo de la goleta “Covadonga”. Este 21 de mayo se cumplen 143 años del homérico Combate Naval de Iquique y de la acción en Punta Gruesa.
Los hechos que llevaron a que estos viejos buques de madera se enfrentaran a las dos naves más poderosas del Perú, el monitor blindado “Huáscar” y la fragata acorazada “Independencia” en la llamada Guerra del Pacífico, -o del salitre como suelen plantear algunos historiadores-, se pueden explicar por la tozudez del contralmirante Juan Williams Rebolledo, que hastiado de las críticas que recibía de la prensa de la época por la inactividad que mostraba la Escuadra, a causa de lo que se interpretaba como el inútil bloqueo del puerto peruano de Iquique, concibió el plan de atacar de forma sorpresiva a la armada enemiga, que según todos los informes que se disponía en aquel entonces, se encontraba aún en reparaciones en la rada del Callao.
Los detalles de aquella acción frustrada se pueden resumir de la siguiente manera: en la madrugada del 22 de mayo de 1879, la corbeta “Abtao” cargada de pólvora, se ubicaría entre buques peruanos. Luego, el comandante Thomson se encargaría de prender la mecha tendida hasta la santabárbara, en el momento en que, junto a sus hombres, abandonaría el barco empleando una lancha a vapor. A continuación, y luego de producida una gran explosión, los buques mayores de la escuadra chilena, blindados “Blanco Encalada” y “Cochrane”, se lanzarían al espolón contra las naves peruanas abriendo fuego contra la ciudad, desprendiendo al mismo tiempo, a los botes torpedos para endosarlos a los monitores y blindados peruanos, con el objeto de hacerlos estallar. Consumado el dantesco escenario, las corbetas “Chacabuco”, “O´Higgins” y “Magallanes”, cañonearían los fuertes que custodiaban al puerto.
¿Por qué fracasó aquel plan? ¿Qué hizo creer a los marinos chilenos que la escuadra peruana se hallaba íntegra en su base naval de El Callao, con sus calderas en tierra? La respuesta se halla posiblemente, en que los aliados, Perú y Bolivia, disponían de un mejor sistema de espionaje. Existían presunciones fundadas que el “Huáscar” y la “Independencia” habían terminado de armarse y escoltaban a un convoy con tres transportes premunidos de víveres y 4.000 hombres para reforzar la guarnición de Arica. ¿Por qué el contralmirante Williams Rebolledo ignoró la serie de rumores que aseguraban que la división pesada de la Armada del Perú estaba en condiciones de combatir?
Absorto en su proyecto de asaltar El Callao, el contralmirante Williams hizo en los días previos, un importante trasvasije de hombres en las dotaciones, convencido que una misión tan seria y arriesgada al mismo tiempo, requería de los mejores hombres. Dicho de otro modo, el jefe de la escuadra chilena dejó a cargo de la mantención del bloqueo de Iquique, las naves “Esmeralda” y “Covadonga”, compuestas de tripulaciones conformadas a última hora, con hombres que habían sido desechados para el ataque naval al principal puerto peruano.
En la revisión del libro “La dotación inmortal”, ediciones a cargo del Museo Naval y Marítimo de Valparaíso, aprendemos que la “Esmeralda” albergó a muchos jóvenes en su tripulación, entre ellos, los menores, José Emilio Amigo, 10 años; Gregorio Araya, 11 años; José Baltazar Briceño, 14 años; Gaspar Cabrales, 15 años; José Manuel Concha, 13 años, Germán Sepúlveda, 16 años; Vicente Zegers, 16 años; como, asimismo, a algunos extranjeros. En este último grupo, fueron enrolados cinco griegos, Vicente Equavil, Tomás Blanco Pulo, Pedro Estamatópoli, Constantino Micalbi, y Demetrio Jorge; dos italianos, Evangelio Bono, y Bartolomeo Rosso; dos estadounidenses, Eduardo Hyatt y Charles Moore; dos portugueses, Francisco Mattus y Ramón Rodríguez; un inglés, George Fougoud; un francés, León Claret; un alemán, Alexander Horvath; un belga, John Lassen; un noruego, Eduardo Cornelius; y un maltés, Esteban Despots.
Los hechos demostraron que pese al hundimiento de la “Esmeralda” en la rada de Iquique, Chile obtuvo una trascendental victoria naval y material que apuró la campaña terrestre. Este es, uno de los más significativos y, a la vez, olvidados hitos del 21 de mayo de 1879. La goleta “Covadonga”, con sus 412 toneladas de desplazamiento consiguió hacer encallar e inutilizar al buque más poderoso del Perú, la fragata blindada “Independencia”, de 2.004 toneladas, una mole acorazada cinco veces más grande que la goleta chilena.
Aquel triunfo, que premia la astucia y pericia táctica del comandante Condell, aparece absolutamente disminuido frente al heroísmo de Prat y sus hombres, por la costumbre, unido al tradicional “patrioterismo” de los historiadores chilenos de resaltar los “triunfos morales”. Digamos las cosas como son. Si el Huáscar” y la “Independencia” hubieran apresado o hundido (como era de esperarse) a las 2 naves chilenas, seguramente, habrían proseguido hacia el sur bombardeando puertos chilenos, mientras desde el Altiplano, regimientos bolivianos habrían descendido a la carrera ocupando territorios en disputa, antes que el ejército chileno estuviera en condiciones de combatir en igualdad de condiciones.
De nada habría servido la gesta de Prat y los suyos, de no mediar la hazaña de Punta Gruesa. Perú perdió alrededor del 40% de su poder naval. Ahora el Huáscar quedaba solo en el Pacífico, en una lucha contra los poderosos blindados chilenos que sólo pudo prolongarse por la habilidad del comandante Grau y la necedad de las autoridades chilenas.
La captura del monitor peruano comenzó el día en que el chilote Galvarino Riveros asumió el mando de la Escuadra y Juan José Latorre quedó a cargo del blindado “Cochrane”.