Hay preguntas que de modo recurrente emergen una y otra vez en redes sociales, en mensajes privados o conversaciones telefónicas ¿Qué quiere Kris Topmkins y su gente en la Patagonia? ¿Qué buscan realmente ONGs como Greenpeace y Oceana en el sur del continente? ¿Cómo se benefician empresas del tamaño de Patagonia y North Face a propósitos de sus millonarias campañas en contra del desarrollo en Chile o la Argentina? ¿Qué papel juega en todo esto National Geographic?
Puede que no sea tan simple de responderlas como muchos quisieran, puesto que la estrategia de este grupo de poder es llevar las cosas a su mínima expresión para alcanzar a su mayor audiencia posible. Una estrategia de marketing social, sin duda, pero también de producto. Veremos.
En su definición más acabada “ellos” son los buenos y la salmonicultura, el hidrógeno verde, la pesca, y cualquier iniciativa de desarrollo en Patagonia la representación del mal.
Un relato muy propio de “Star Wars” pero que funciona también en este caso.
El pool de empresas y grupos de influencia (al final en eso se convirtieron las ONGs históricas) han logrado tender puentes con otras luchas culturales en una suerte de rebote energético que les permite hacer valer cada dólar que invierten en sus campañas.
De algún modo paradójico consumo de objetos y naturaleza salvaje, marketing global y reivindicación de culturas ancestrales, estrategia en puntos de venta y aires de “libertad” política terminaron siendo conjugados bajo el mismo verbo en las oficinas de quienes dirigen esta filarmónica.
Uno tiende a olvidar que Patagonia y North Face, por caso, son empresas norteamericanas y que, como otras de su tipo, buscan su propio beneficio. Ambas encontraron en su “lucha” contra la salmonicultura una forma de acrecentar su política de marketing. Un beneficio que ya no puede considerarse colateral.
Su publicidad resultó proyectada exponencialmente mediante ideas que se sobre entienden pero no necesariamente son explícitas.
Las compañías fueron capaces de quitar de en medio el producto que venden en una verdadera obra de ingeniería de la comunicación comercial.
Patagonia o North Face no venden chaquetas sino libertad, aventura. Si se es un amante de la libertad y la aventura por descontado queda que hay necesariamente una chaqueta en el camino. De 300 dólares o más, pero qué importa el “esfuerzo” vale la pena porque cuando compramos un producto Patagonia “liberamos” al mundo de su esclavitud.
Pero esa “libertad” envasada para ser efectiva tiene que superar la barrera de los gobiernos, poblaciones y órdenes institucionales. Incluso la justicia interna y la soberanía. Tiene que imponer una cultura sobre otra. Pararse sobre los hombros viejos de quienes viven en el lugar.
Su discurso de marketing impone un paisaje sin referencias geopolíticas. No es Chile, es Patagonia. No es Argentina, es Patagonia. No son los habitantes ancestrales, los colonos, los pescadores artesanales, es Patagonia. Y Patagonia tiene dueños globales Patagonia Inc., North Face, Greenpeace. Un puñado.
En otras palabras, la idea general es apropiarse no solo del mercado y del concepto sino de la tierra misma. Por esto, y sobre todo, es que Patagonia Inc. es capaz de amenazar con acciones legales a una marca de artesanos de Punta Arenas que usaron la palabra Patagonia para su emprendimiento “Hecho a Mano”.
El diputado Miguel Ángel Calisto de Aysén impulsó un proyecto de ley en el Congreso para conocer el origen de los fondos de las numerosas ONGs que integran el mapa nacional. Esto es porque existen sospechas fundadas de que un grupo de poderosas empresas, ONGs internacionales y fundaciones sostienen una red de influencia política y económica en Chile que afecta el verdadero funcionamiento independiente y democrático del país.
El senador Alejandro Kusanovic ha denunciado largamente que el Gobierno está asfixiando a la salmonicultura en Magallanes. En este punto, el sector es el eslabón más frágil de una cadena y está enfrentado a multinacionales con agenda propia.
Como tantos otros movimientos sociales las empresas de ropa y ONGs y fundaciones “sin fines” se han ubicado en la cima de una discutible moralidad desde la cual apuntan a sus enemigos. Y sus enemigos básicamente lo que en verdad hacen es incomodar sus intereses en la región y el mundo.
Juntas Patagonia y North Face facturan alrededor de USD 10.000 millones. Es decir, más que toda la exportación salmonera de Chile. Más que todo el litio.
Greenpeace la ONG que se mantiene en pie de guerra contra la salmonicultura tiene 3.2 millones miembros, una facturación superior a los USD 400 millones y alrededor de 6000 empleados.
La misma empresa “verde” cuestionada internacionalmente por sus políticas anticuadas respecto de la energía y la alimentación posee una firma paralela que vende gas natural en Europa.
La ONG desarrolla una campaña donde abundan las falsedades o los encuadres sesgados respecto del salmón.
Cualquiera que se exponga a sus reels en Instagram referidos a la carne de salmón creerá que está consumiendo veneno aunque sus fuentes científicas, muy necesarias para sostener estas afirmaciones, no aparecen o también poseen un sesgo innegable.
Meses atrás sus mensajes atacaron directamente el filete salmón por “nocivo”. El mismo filete que consumen en el Primer Mundo bajo los más altos estándares de calidad y en los Juegos Olímpicos no pocos deportistas de élite.
En enero de este año The New York Times publicó un artículo en el que numerosos expertos consultados concluyen que el salmón de granja tiene similares características al salvaje y en algunos aspectos incluso lo supera. La conclusión del principal diario del mundo es que el salmón es beneficioso.
Por supuesto, no será Greenpeace quien difunda la noticia que pasó desapercibida en Chile.
La guerra contra el desarrollo que tiene como escenario a la Patagonia no cesará. No habrá negociaciones posibles justamente porque la región se enfrenta a una nueva forma de colonialismo.
O al mismo de siempre pero con otras artes. ONGs como Rewilding han llegado a comprar enormes extensiones de territorio para luego “donarlo” a los propios países bajo estrictas condiciones de “uso”. Y como Kris Tompkins no quiere o no puede comprar casas particulares la estrategia contra la población consiste en desalentar el trabajo y el crecimiento.
El campo atraviesa una crisis histórica en Magallanes, Santa Cruz y Tierra del Fuego, lo propio ocurre con la pesca.
Las ONGs como Rewilding y Greenpeace y empresas como Patagonia apuntan a quitar de la región a la salmonicultura con las nefastas consecuencias sociales y económicas que esto traería y todas junta se oponen al hidrógeno verde y la explotación petrolera.
La ecuación es directa: sin desarrollo no hay trabajo y sin trabajo no hay gente. Solo pumas, guanacos (ya hay más de 3.5 millones) y turistas privilegiados.
Un dato que indefectiblemente hace pensar en los turistas que viajan al espacio. Si esto continúa venir a la Patagonia podrá ser vendida como una experiencia para pocos y hacia otro planeta.
Aunque antes habrá que comprarse una chaqueta para estar a tono.