A mediados de los 90 entrevisté al director de la legendaria revista de izquierdas Ajoblanco, Pepe Ribas. En una de sus respuesta Ribas me dijo que consideraba positivo que millonarios de todo el mundo estuvieran comprando tierras en la Patagonia porque de esa manera podrían servir como una suerte de barrera de protección para otras iniciativas.
Tardé años en entender aquella respuesta y lo que implicaba. Después de todo Ribas era un buen receptor de la ideología que se iba cocinando entre los sectores más progresistas de Europa.
En los 90 la queja generalizada frente a las primeras adquisiciones por parte de las familias Benetton y Tompkins en la Argentina y Chile es que los millonarios venían “por el agua”. Los glaciares, las fuentes de agua potable en un planeta que se estaba quedando seco.
Incluso estrellas de Hollywood, hasta donde se supo, parecieron interesarse en comprar algún lote por estos lares. La lista de nombres eran como el explotar de una piñata: Sylvester Stallone, era uno, Christopher Lambert, fue otro a quien le mostraron estancias y hasta hay alguna foto suya bajando de un helicóptero en el sur argentino. Otra estrella mediática que compró un extensión menor fue el creador de CNN y Cartoon Network, Ted Turner. El millonario se hizo de la estancia La Primavera de unas 5000 hectáreas. Luego adquirió la estancia Collón Curá de 37 mil hectáreas.
Pasado el tiempo, no pocos analistas del proceso que protagonizaba el sur entendieron que no, que no venían por el agua. Y que no eran los mismos intereses los de Benetton que lo de Tompkins, Turner o el dueño de Patagonia Inc. Yvon Chouinard.
Los Benetton adquirieron alrededor de 1 millón de hectáreas entre Río Negro y Tierra del Fuego con la intensión de darle un nuevo impulso al negocio de la lana. Los números que pagaron son objeto de especulación, pero desde la empresa han dejado trascender que las cifras fueron bastante menores a las que llegaron a la luz pública.
Sin embargo, el negocio se frustró y los Benetton movieron sus energías hacia otros continentes. Les quedaron los campos de los que no pudieron deshacerse a los valores que pretendían. Levantaron un museo en Leleque, Chubut, plantaron pinos, y entraron en conflicto con los mapuches de la zona. Un conflicto que tuvo su momento más critico durante el gobierno de Mauricio Macri, con la desaparición en el río Chubut del joven anarquista Santiago Maldonado y en un espacio ocupado a los Benetton por una comunidad local.
Tompkins, en cambio, no albergaba intensiones de acrecentar su fortuna por medios industriales sino disparar su influencia en un territorio que codiciaba desde fines de los 50 cuando visitó por primera vez El Chaltén junto a su amigo Chouinard. Se estima que Tompkins compró más de 500 mil hectáreas en la Patagonia chilena durante su periodo en vida. Su viuda ya adquirió y “donó” a Chile casi 100 mil más para constituir el Parque Nacional Cabo Froward, cerca de Punta Arenas. En la provincia argentina de Corrientes, en los Esteros de Iberá, compró unas 157 mil hectáreas para sumar uno más a su colección en ese país. Se calcula que entre Patagonia y Corrientes Kris gastó u$s 345 millones, según consignó El Cronista Comercial de Buenos Aires.
El millonario que creó la marca North Face se imaginaba como el “gran protector” de un territorio virgen, intocable y que estaría fuera de las manos del propio Estado de Chile. Al principio soñaba con hacerlo en Canadá, pero aquel país le resultaba mucho más caro, le contó su biógrafo Jonathan Franklin a Ladera Sur.
El plan era complejo aunque con los debidos recursos podía concretarse: comprar extensiones de territorio para después donarlas al Estado chileno bajo la condición de que las convirtiera en parques nacionales. Parques que de todos modos quedarían bajo la estricta supervisión de la Fundación Tompkins.
Este tipo de pensamiento fue llamado en Francia el “nuevo colonialismo verde”. Una vez más el etnocentrismo con tintes nihilistas se hace presente en la historia contemporánea. Un grupo de personas extranjeras y millonarias convencidas de que pueden administrar países con grandes regiones verdes, como Chile y la Argentina, mejor que los propios chilenos y argentinos ¿Por qué el nihilismo? Porque debajo de este discurso se encuentra anclada la certeza de que ya somos demasiados en el planeta y abría que ir haciendo espacio.
«No nos quieren. No es novedad. Tampoco es novedad que usen causas buenas para dañar a las personas. Esto ha sido parte de la Historia de la Humanidad. Es cosa de mirar atrás y ver cómo los peores demonios han venido flotando en alas de ángel. Menos novedad es que las fuerzas globales usen a Chile como cápsula de Petri para ensayar venenos. Chile es y ha sido campo propicio para la experimentación», escribió Juan Carlos Tonko, intelecual y referente de la comunidad kaweskar en Puerto Edén.
«La novedad es otra. Es que los ricachones del mundo hayan elegido a este país para apropiarse de enormes territorios para sus proyectos de ingeniería social. Ingeniería que les favorece sólo a ellos, creando enormes áreas despobladas, en el norte de Chile y en nuestro sur; sin gentes, porque ellos nos odian. Nos odian y odian todo lo que se parezca a Humanidad o a industria humana», denuncia Tonko.
La ambición del magnate iba mucho más allá y tenía un sesgo delirante. No se trataba sólo de dejar el territorio impoluto también de volverlo a sus orígenes, ayudarlo desde la ciencia a emprender un loco viaje al pasado. Por esto Fundación Tompkins se reconvirtió en Fundación Rewilding que en más de un sentido hace pensar en la novela de Michael Crichton “Parque Jurásico” que después llevó al cine Steven Spielberg.
Dicen que la locura es contagiosa. Con los años Tompkins y su esposa Kris fueron convocando a otros integrantes de su casta y los invitaron a participar de la “maravillosa” aventura de “recuperar” la Tierra antes de la aparición del ser humano. Regresarla a su estado primitivo. Esto les permitiría a un puñado de privilegiados emprender verdaderos viajes al pasado.
A partir de un momento que puede ser fijado en los 90, la Patagonia se convirtió en objeto de deseo obsesivo para filántropos que a su vez apelaban a sus ONGs para limitar el accionar soberano de Chile y la Argentina. Una consigna que podría graficarse en la frase: cuanto menos crezcan, mejor.
¿Por qué no comprar las casas de los antiguos pobladores y cerrar el circuito poblacional? Hay una respuesta para esto. Porque es más fácil, práctico y a largo plazo limitar todas las opciones de desarrollo o incentivos de mercado para que la gente se radique en el sur.
Esto explica el porqué de las campañas contra la salmonicultura. A la troup verde no le importa si generan riqueza, empleo y desarrollo y si las nuevas tecnologías permiten una menor afectación al medioambiente, el problema de base es que la salmonicultura expande las posibilidades de trabajo y distribución de la riqueza.
Para Tompkins y su gente que 70 mil personas trabajen en el sector es una verdadera pesadilla. Soportan el turismo porque se trata de una población flotante. Y el petróleo y el gas porque sus operaciones son pequeñas (comparadas con las de Estados Unidos) y ocupan un personal permanente.
La Patagonia sufre hoy la más moderna y reciente de las invasiones culturales y económicas. En este caso no son necesarias las armas, porque los líderes de esta historia tienen recursos financieros ilimitados, ONGs compuestas por fanáticos y ejércitos de abogados para cauterizan la utilización del territorio nacional.
Así es como volvemos 10.000 años en el tiempo, cuando el milodón todavía pastaba por la geografía del extremo sur.
El grupo de ONGs que hoy opera en Chile poseen en conjunto alrededor de USD 550.000 millones en patroimonio. La lista de organizaciones que son financias o apoyadas de algún modo por verdaderas fortunas nacidas de la moda, el petróleo, el gas, entre otras, conforman un entramado ideológico extremo que se adentra en la política nacional de los países sudamericanos de una manera prepotente y extrema.
Entre ellas figuran The Pew Charitable Trusts, con fuertes vínculos con CONAF; World Wide Fund for Nature (WWF), que ha participado de los talleres en Punta Arenas y en Osorno donde se define el uso del Borde Costero; Greenpeace, que en abril del año pasado recorrió con su velero Witness los fiordos y realizó actividades de investigación sin estar debidamente autorizada para ello; Oceana de la familia Rockefeller, que también hace un año festejó su reunión anual en un hotel de Puerto Natales y que acaba de firmar un acuerdo con Sernapesca para recabar datos sobre la industria salmonicultora; Fundación Rewilding, que compra territorio nacional y los convierte en parques nacionales pero bajo su innegable influencia; Mission Blue, que ha realizado tareas de investigación en el sur de Chile y milita en igual sentido que las demás.
A estas se les suman numerosas ONGs de menor envergadura y con signo nacional que sin duda obedecen a los propósitos que embanderan sus matrices.
En todos los casos estas ONGs se oponen a cualquier tipo de iniciativa que signifique desarrollo y crecimiento poblacional en la Patagonia. El gobierno de Gabriel Boric parece ver con buenos ojos su peligrosa intervención en la soberanía nacional.
“Es la invasión de California en la Patagonia”, ironiza un ejecutivo chileno.
Entre los funcionarios nacionales no genera ninguna sorpresa que ONGs extrajeras participen de talleres o financien estudios sobre la utilización del territorio chileno.
“PEW, una ONG estadounidense, proporcionó más de $1.900 millones a la Universidad Austral de Chile que posteriormente habrían sido traspasados a CONAF en un monto que aún desconocemos y esperamos sea aclarado en la investigación», señaló el gremio en marzo pasado.
En el sitio web de PEW puede leerse: “La Patagonia Chilena es una de las regiones naturales más grandes e icónicas del mundo. Sus glaciares, sus bosques, y sus fiordos son un tesoro para los chilenos, al igual que la vitalidad y cultura propia de sus habitantes”, dice el texto.
“Este inmenso sistema de cientos de islas y canales forma uno de los sistemas estuarinos más grandes del planeta, y es hábitat de una diversa vida silvestre. Sin embargo, este patrimonio de clase mundial no tiene la protección que se merece”, sigue.
“La siguiente década abre una ventana de oportunidades para generar medidas de conservación efectivas, que garanticen la sustentabilidad a largo plazo de la región y de sus comunidades.
Pew trabaja en colaboración con redes de organizaciones sin fines de lucro, universidades locales, comunidades, y para mejorar la protección de esta región única, y así mantener su valor excepcional para los chilenos”, finaliza.
Curiosamente o no, el esfuerzo de la ONG se basa en mantener a la naturaleza y a los habitantes de Chile a buena distancia entre sí. El concepto de lo que resulta sustentable se observa circunscrito a una minúscula actividad humana.
Desde hace años WWF se mantiene activa en Chile participando de talleres y creando programas vinculados al mar donde de un modo u otro se define la utilización de la geografía chilena. La ONG estuvo presente en las llamadas “instancias de Participación Temprana para la elaboración del Reglamento de Áreas Protegidas” que convocó a miembros de pueblos originarios.
La influencia de Fundación Rewilding de Kris Tompkins es ampliamente conocida así como la de Greenpeace, ambas han estado detrás del rechazo a la salmonicultura, el hidrógeno verde, la minería y cualquier actividad que huela a futuro con personas incluidas.