El próximo 11 de septiembre es el cincuentenario del mayor oprobio sufrido por la democracia chilena en su historia: el golpe de Estado cívico-militar de 1973, cuyo primer día concluyó con centenares de muertos y la institucionalidad destruida.
Ese oscuro martes de fines de invierno, el Presidente de la República, Salvador Allende Gossens, ofrendó su vida por ideales y convicciones profundas, en medio de los escombros del bombardeado palacio de La Moneda.
Todas y todos los que vivimos esa jornada guardamos en nuestra memoria los recuerdos grises de la fractura social que aún no sana y que muestra la profunda división que provocó la acción fratricida de las fuerzas armadas coludidas con poderes fácticos internos y externos.
Todavía estamos pagando la factura del modelo neoliberal impuesto por la dictadura y su onerosa carga no ha disminuido luego del retorno a la democracia en 1990, cuyas expectativas de una sociedad más justa y equitativa no han sido satisfechas. Por el contrario, el estallido de octubre de 2019 nos recordó que no hemos resuelto los problemas endémicos que arrastramos como sociedad.
De ahí que transcurridas cinco décadas, la figura insigne de Allende asome con nitidez para recordarnos que las convicciones no se transan y que es posible hermanarnos genuinamente, sobre todo si hacemos el esfuerzo de valorar a las y los otros como semejantes y no como enemigos a los que hay que avasallar constantemente.
La tarde del domingo, mientras recorría la primera Feria Internacional del Libro de la comuna de Macul, en Santiago, con decenas de puestos dedicados a revisitar con sus obras el “11”, me preguntaba por qué la figura del Presidente Allende atrae a adultos y jóvenes, provocando en proporciones similares fascinación y repulsión.
La respuesta no es simple y engloba una serie de factores difíciles de analizar desde una perspectiva únicamente histórica, política o sociológica, pues el proceso de la Unidad Popular produce emociones que aún hoy continúan enraizadas con fuerza en las familias chilenas.
El libro “¡Allende vive! – Memoria viva del pueblo en mausoleo de Recoleta”, creado y editado por Valeria Varas y Raúl Rispa, con el patrocinio de la Municipalidad de Recoleta, responde a esa interrogante con las voces y testimonios de los centenares de hombres y mujeres que visitan en el Cementerio General el sepulcro del primer socialista que accedió a la jefatura de Estado por la vía democrática.
En sus páginas se recuerda lo que dijo su viuda, Hortensia Bussi, el día que trasladaron a su tumba definitiva a quien muchos de sus partidarios llamaban compañero Presidente: “Salvador Allende ya está junto a su pueblo. Nadie podrá ahora impedir que el pueblo venga a este mausoleo en busca de consuelo, de inspiración o simplemente de compañía. En esta tumba no hay restos, sino semillas”.
Y son precisamente esas las semillas que germinan cada vez que el pueblo enarbola sus banderas para exigirles a la clase política, empresarial y a los poderosos de siempre, dignidad y respeto. Es por eso que Allende está más vivo que nunca entre los descontentos, incluso más allá de nuestras fronteras. Sobre todo en la actualidad, cuando somos testigos del relativismo moral, falta de convicciones, egolatría y narcisismo de servidores públicos débiles, corruptos y traidores.
Es por eso que suscribo plenamente las palabras del alcalde de Recoleta, Daniel Jadue, quien expresa: “…la alegría que me genera el constatar cómo la figura de Allende se agiganta con el paso del tiempo en el imaginario colectivo de las nuevas generaciones, mientras quienes lo traicionaron y traicionaron a la democracia, comienzan a esconderse, llenos de vergüenza y a relativizar su participación o su apoyo a la dictadura, para no ser reconocidos, finalmente, como lo que son”.