Esta novela constituye una excepción dentro del catálogo de “La espada encendida”. A diferencia de los otros títulos de la colección, la obra reconstruye la vida de un antiguo dirigente deportivo y social de Magallanes, quien, durante el gobierno de la Unidad Popular era un reconocido dirigente del Partido Socialista, además de funcionario del Banco del Estado y, que luego del golpe militar del 11 de septiembre de 1973, fue perseguido, apresado y brutalmente torturado por agentes al servicio del régimen de facto.
En la novela, dos periodistas de Santiago, Kusanovic y López, se turnan para viajar a Castro, en Chiloé, con el propósito de obtener el testimonio de Luis Alvarado Saravia. Sin embargo, a medida que van interactuando con el personaje e inquiriendo detalles y pormenores de los dramáticos momentos vividos por el preso político, en distintos centros de reclusión de Punta Arenas, comprenden que se hallan frente a una trama mucho más compleja que involucra a reputados hombres de la sociedad magallánica, médicos, magistrados, militares, e incluso, a ex amigos del propio Alvarado, que participaron en los interrogatorios.
En las entrevistas, pareciera que ambos periodistas colaboran en reconstruir la historia de vida y el drama humano experimentado por Alvarado luego, del 11 de septiembre de 1973. Es uno de los mayores méritos de la obra de Guillermo Mimica. A medida que avanza el relato, Kusanovic y López, cada uno en su estilo, se transforman en protagonistas de la narración con sus continuos viajes a Chiloé y luego a Punta Arenas, en el afán de esclarecer “el caso Alvarado”.
Otro de los puntos altos de la novela, es que Alvarado describe su infancia y adolescencia en el antiguo barrio San Miguel, lo que permite dimensionar varios aspectos de la identidad socioeconómica y cultural de Punta Arenas en los años anteriores al gobierno de la Unidad Popular. El relato de Alvarado demuestra el lado oculto de su padre, un militar que gastaba su sueldo en los burdeles de calle Errázuriz y la rígida educación que entregaban profesoras normalistas que, a falta de establecimientos escolares, convertían sus domicilios en pequeñas escuelas, como ocurrió por ejemplo, con los hogares de las preceptoras Sara Barría y Julia Garay.
A continuación, la novela se concentra en los momentos en que Alvarado queda detenido en el regimiento Pudeto, el 12 de septiembre de 1973. De ahí en más, el relato se vuelve cada vez más abrasador, casi asfixiante, en la medida en que el protagonista revela minuciosamente las torturas a las que era sometido en distintos centros de reclusión de Punta Arenas. En las páginas que siguen, van apareciendo los nombres de los verdugos Otto Trujillo, José Vargas (Penjamón), el cardiólogo Guillermo Araneda, -médico particular del propio Alvarado-, el fiscal Gerardo Álvarez Rodríguez, el auditor Walter Radic Prado y otros nombres que el propio Alvarado, confiesa en el relato, haber olvidado.
En lo medular, los militares acusaron a Luis Alvarado Saravia, Héctor Avilés Venegas y Rosa María Lizama Barrientos, como los autores en Magallanes del mítico “Plan Z”. En su tiempo, la existencia de este posible complot que los cuadros políticos de la Unidad Popular pensaban ejecutar contra los altos mandos de las Fuerzas Armadas, fue uno de los principales argumentos esgrimidos por los golpistas para justificar la acción militar del 11 de septiembre. La historia ha demostrado que todo aquello fue una maquinación, una gigantesca mentira.
Lo dramático de la novela es que en función de aquella horrorosa y falsa acusación, se tejió un entramado de sórdidas mentiras en contra de una cúpula de dirigentes, además de los anteriormente nombrados, Alvarado, Avilés y Lizama, que involucró a Gladys Pozo Marchant, Alfredo Corte Berrali, Guillermo Sáez Aravena, Ricardo Marcelli Ojeda, Hernán Biott Vidal, Luis Valencia Ferguson, Eliecer Valencia Oyarzo, Alejandro Olate Levet, Pablo Jeria Ríos y Aldo Mayor Olivos, condenados por la fiscalía militar a las penas más inauditas.
La investigación que realizan Kusanovic y López, unido al testimonio de los protagonistas, permite encontrar la única copia del dictamen del Consejo de Guerra. Al final, los periodistas comprenden y resuelven que el caso Alvarado se plasmaría en una novela. Lo más espantoso, era comprobar en el estado en que los condenados reconocieron su participación en el “Plan Z”: abrumados por las torturas y con los ojos vendados, sin saber que de esta manera, firmaban sus sentencias de muerte.
La novela explica cómo Alvarado volvió a Punta Arenas en 1990, luego de su exilio de catorce años en Dinamarca y de la terrible decisión que adoptó luego de experimentar un encuentro en plena calle Bories con uno de sus principales sádicos:
“Sentí que mi sangre hervía, mi mente se exaltó con la velocidad de un rayo y escuché latir a mi corazón a cien por hora, casi saliéndose del pecho. En mi reacción de violencia, busqué cruzar la calle para atraparlo, eran solo unos cuantos metros los que me separaban del monstruo, buscaría darle muerte con mis propias manos. Pero los vehículos pasaban rápidamente, sin detenerse en el semáforo que permanecía en verde. Una anciana que caminaba por mi lado debió haberse sorprendido al verme en ese estado, y se acercó para mirarme, plantándose cual estatua frente de mí. ¿Se siente bien?, escuché que me decía, y me sujetó fuerte del brazo, pensando, seguramente, que yo buscaba abalanzarme contra algún automóvil, para suicidarme”. Más adelante, Alvarado reflexiona:
“Mi alteración e impotencia habían sido tan fuertes, que esa mañana comprendí que, simplemente, no podía vivir en Punta Arenas. No encontraría una abuela de esas en cada esquina de la ciudad para contener mis impulsos”.
Finalizamos diciendo que “Alvarado” ha servido como prueba para llevar a la justicia a varios de los torturadores que deambulan en sus páginas.