Uno de los tantos buenos chistes que el comediante brasilero Rafi Bastos ha subido a su cuenta de Instagram narra una sorprendente anécdota personal en India.
Bastos comienza relatando que acababa de llegar a ese país cuando observó cómo los taxis, incluyendo el suyo, esquivaban sin misericordia el cuerpo de un hombre que acababa de ser asesinado en la calle. Nadie parecía reparar en él tirado como estaba en medio del delirante tráfico que caracteriza a algunas ciudades de la India.
El ritmo acelerado del vehículo continuó hasta que se encontró con una vaca que acababa de desplomarse. El tráfico se había detenido por completo mientras los choferes aguardaban la llegada de las autoridades para que se ocuparan del animal.
Bastos le comentó al taxista su espanto porque hacía minutos habían dejado atrás a una persona asesinada y ahora frenaban su marcha por una vaca. “Las vacas son sagradas en India”, le responde indiferente el conductor. “¡Pero no nos detuvimos por un hombre muerto!”, exclama Bastos, a lo que el chofer retruca: “¡Puede que haya reencarnado en la vaca!”.
Broma o no, el cuento evidencia los extremos que puede presentar la sociedad, cualquiera sea, india o europea, respecto de su concepción de los derechos animales.
El animalismo y su familiar cercano el especiecismo han inundado las aguas de la opinión pública hasta imponer un grado de certeza respecto de que los animales son mucho más importantes que las personas. El tercer ingrediente de esta torta ideológica sería “la naturaleza como objeto de derecho”.
Son líneas de pensamiento que hacen pensar una vez más en el mundo del espectáculo. Recordemos lo que le decía el Agente Smith a Morfeo durante su cautiverio y antes de ser rescatado por Neo y Trinity:
“Todo los mamíferos de este planeta desarrollan instintivamente un lógico equilibrio con el hábitat natural que les rodea. Pero los humano no lo hacen. Se trasladan a una zona y se multiplican, y siguen multiplicándose hasta que todos los recursos naturales se agotan. Así que el único modo de sobrevivir es extendiéndose hasta otra zona. Existe otro organismo en este planeta que sigue el mismo patrón. ¿Sabe cuál es? Un virus. Los humanos son una enfermedad, son el cáncer de este planeta, son una plaga. Y nosotros somos la única cura”.
El especiecismo, un término acuñado por el psicólogo Richard Ryder, ha alcanzado sus merecidas cuotas de paroxismo especialmente en los últimos años. Un tiempo en el que se ha visto, por ejemplo, como en agosto de 2021 una asociación de protección animal rentó un avión para rescatar 200 perros y gatos en Kabul, ante la inminente llegada de los talibanes, mientras miles de personas quedaban varadas en la ciudad aguardando un destino sangriento, según escribe la columnista Claudia Peiró, en un extenso artículo sobre el tema en Infobae.
También se ha dado el caso en la Argentina de un abogado que presentó en 2019 un habeas corpus para que una orangurana, Sandra, sea trasladada y se la considere básicamente un ser humano. En Neuquén, provincia de ese país, en marzo pasado, funcionarios judiciales le tomaron juramento a un perro, Oreo, luego que se lo designara a participar de un programa llamado “Perros de Asistencia Judicial”. En verdad, estos animales acompañan a los menores cuando son entrevistados en Camara Gesell por delitos de variada índole. Apenas dos ejemplos entre muchos.
El movimiento animalista, también denominado “nueva religión” por el catedrático español Antonio Purroy, un defensor de las corridas de toros, el especiecismo, el ecologismo extremo, han terminado tocando fuertemente nuestras costas magallánicas y podrían tener un incidencia no menor en su desarrollo económico.
“Tenemos que ser muy claros y estar atentos respecto de las señales que emiten algunas ONGS por el ataque constante contra todas las actividades productivas y especialmente en Magallanes, donde entendemos que el único objetivo es convertir todo en Parques Nacionales, anulando el rol que tienen las familias que viven allí”, indica el diputado Miguel Angel Calisto, autor de un proyecto de ley que espera transparentar el financiamiento de las más de 42 mil ONGs que hoy están radicadas en Chile.
En la década de los 70 se escuchaba a los vecinos de Puerto Natales reclamar por la creación de alguna industria manufacturera que pudiera frenar el creciente desempleo en la zona. La mayor parte de la población masculina, unas 3000 mil personas hasta mediados de los 80, tenía trabajo, sí, pero en Río Turbio, Argentina, y en una mina de carbón. Por supuesto, la actividad no era condenada por las autoridades nacionales o trasandinas, ni había ONGs operando en el camino en aquella época.
Pero el espíritu fabril impregnó a la sociedad autóctona y todavía el natalino reclama por fuentes laborales consistentes.
En este escenario complejo donde los extremos están a la orden del día, Magallanes es objeto de una fuerte campaña para convertirse en un gran parque nacional donde la población quede reducida a una mínima expresión.
La ecuación es simple, tal cómo lo denuncian trabajadores del sector pesquero e industrial, si todo nuestro hábitat se transforma en un parque inexpugnable las fuentes de trabajo quedarán seriamente afectadas y por lo tanto también la cultura de la región.
“Esta gente (en relación al último viaje del yate Witness de Greenpeace) no saben el daño que nos hacen”, indicaba a este medio el dirigente de la pesca artesanal de Puerto Natales, Raúl Toledo.
Calisto también apunta en este mismo sentido. “No estamos hablando sólo de economía hablamos de culturas que pueden perderse”, dice.
Como lo ha hecho conocer públicamente la Fundación Rewilding y su cabeza la millonaria Kristine Tompkins, con el acompañamiento de ONGs como Greenpeace y Oceana, con la familia Rockefeller detrás, tienen una “plan” para Magallanes que es superador de cualquier otra idea que tengan sus propios habitantes e incluso el gobierno nacional que actualmente conduce Gabriel Boric.
El plan se denomina: “La Gran Mirada” y no es otra cosa que encadenar una serie de parques nacionales en los cuales no será posible desarrollar ningún tipo de actividad productiva.
Las ONGs que impulsan por caso la campaña Patagonia Sin Salmoneras lo hacen “sin considerar las consecuencias de lo que ello implica y si las ha evaluado no les importa”, indica Carlos Odebret, presidente de la Asociación de Salmonicultores de Magallanes a Salmonexpert.
“Pienso que las personas poco a poco están cansados de las denuncias al voleo y posiciones maximalistas”, agregó.
Una nítida evidencia de que las organizaciones no están pensando en las personas es que la tripulación del Witness de Greenpeace no bajó del velero a su arribo a Puerto Natales porque los esperaban trabajadores de la industria. A pesar de su solicitud, los científicos y militantes de la ONGs se negaron a conversar con los representantes de plantas, de la pesca artesanal y pueblos originarios que habían acudido al muelle.
En el artículo 127 de la propuesta de la Nueva Constitución se expresaba que “la naturaleza tiene derechos” y es deber del Estado y la sociedad protegerlos y respetarlos.
Una idea que tiene mucha carga de animalismo, especiecismo y ecologismo en su versión ultra. Desde este lugar el habitante del sur, en una visión extrema aunque para nada fuera del foco del razonamiento “verde”, no podría pescar, talar un árbol o subirse a un caballo. Todas actividades económicas y culturales que podrían contravenir a la ley en el futuro cercano. Y esto si que no es una broma de Rafi Bastos.