Hacemos un alto con nuestros contenidos habituales, para explayarnos sobre un tema del que escuchamos hablar a diario, y que, desde hace tiempo, nos tiene intrigados.
En cualquier espacio público, en conversaciones insustanciales, oímos frases como: ¡Qué raro está el tiempo! ¡Es que el clima ha cambiado mucho! ¡Ya no nieva como antes!
Incluso, hemos discutido con varios comensales, en bares, cafés, y en cantinas, cuando dicen: “Es que la ciudad ha crecido mucho, por eso que ya no se ve tanta nieve como antes”. Como si la nieve eligiera dónde caer. “Ahora nieva sólo hacia el cerro”. Y otras estupideces más.
Recordamos esto, pensando en lo que acabamos de describir; conversaciones, que se tornan en discusiones eternas, sin sentido. Pero, que a menudo, nos sirven de excusa, para volver a reencontrarnos. Creemos, eso sí, en que los inviernos de ahora hace mucho que no son como los de antes, particularmente, los de nuestra niñez.
Escribimos estas líneas, apelando a nuestra memoria, pero también, a nuestro corazón. Tenemos guardados en nuestra personal “caja negra” como verdaderos tesoros, imágenes y sensaciones que nos dejaron algunas nevadas en la década del setenta del pasado milenio cuando iniciábamos el transitar de la educación en la escuela Portugal de calle Mejicana, o más tarde, en el antiguo grupo escolar Yugoslavia. Ahí supimos, que otras generaciones, mucho antes que nosotros, vivieron en condiciones mucho más precarias que la nuestra, terribles inviernos, con temperaturas que promediaban los cero grados.
La infraestructura no era la misma de hoy. Las poblaciones que se ubicaban a continuación de los grandes barrios de Punta Arenas, el Sur, el Prat, Cerro de la Cruz, San Miguel, Yugoslavo, se volvían intransitables debido a los lodazales, los deshielos, y la escarcha que se resistía a abandonarnos.
Eso sólo para empezar. Las lecturas de antiguos libros, la continua revisión de diarios y periódicos que demuestran y nos han convencido, que los inviernos empezaban a mediados de abril y perduraban, cuanto menos hasta septiembre.
Uno de los mayores estudiosos de la climatología de Magallanes, fue el sacerdote salesiano, José Re que escribió un copioso trabajo de información histórica y científica en dos volúmenes, denominado “El clima de Punta Arenas”, donde analiza las fluctuaciones atmosféricas y climáticas en nuestra ciudad primero, desde 1887 (año de fundación del Observatorio Meteorológico ubicado después de varios traslados, al interior del colegio “San José”), hasta 1919; y, luego, desde el último año mencionado hasta 1940.
Lo más sorprendente de los estudios científicos llevados por el padre Re, y que, de algún modo profundizan los análisis de su antecesor, el sacerdote Pedro Marabini, corroboran el siguiente hecho: el invierno magallánico pese a su rigurosidad, es mucho más benigno que el europeo.
Marabini había publicado en Punta Arenas en 1909, un libro intitulado, “Resumen de las observaciones meteorológicas”, en que se detalla e ilustra por medio de gráficos explicativos, la actividad del clima en la región, lo que contribuyó a que “Magallanes perdiera la fama injusta que había adquirido de región inhóspita”, como aseguró el también sacerdote Lorenzo Massa en su “Monografía de Magallanes”.
Mientras el cura Re, demostró que la temperatura media en invierno era de 1.9 grados centígrados, otro destacado meteorólogo como fue el padre Francisco Petek, explicó en una entrevista otorgada al periodista Francisco Eterovic, de “la Prensa Austral” en mayo de 1968, que el invierno más helado fue el de junio de 1888, cuando la temperatura llegó a 11.8 grados bajo cero.
Con respecto a la nieve caída, el informe del padre Re es lapidario: “En los últimos veintiún años, (1919-1940) el promedio anual de la nieve caída es de 39 centímetros. Si hemos de guiarnos a las cifras, se comprueba la opinión general de que hoy ya no cae tanta nieve como cincuenta años hace”. Conste que el padre Re se refería al estado del clima en el invierno de ocho décadas atrás, y ya en ese entonces, escribía en términos como, “antes nevaba más que ahora”.
Los estudios científicos ordenan, clasifican, sistematizan; ello no puede borrar ni explicar, sin embargo, los acontecimientos ocurridos en algunos inviernos pasados, con intensas nevadas en la zona. En julio de 1958, se produjo la más violenta incluida una peligrosa salida del mar, que anegó completamente, las modestas viviendas que se levantaban en la población Playa Norte. Las olas estuvieron a punto de recuperar el terreno que los mismos pobladores le habían escamoteado, en su lucha de edificar un lugar donde vivir. En otro sector de la ciudad, la nieve sepultó a la naciente población 18 de septiembre, autoconstruida en un bajo, en la antigua hijuela N°20 de la Municipalidad. Sus moradores, tuvieron que improvisar túneles para hallar el entonces camino rural de prolongación Independencia, que comunicaba el humilde sector, con resto de la ciudad. Los medios de la época señalaron, que, por efectos de la nieve, la provincia de Magallanes quedó durante una semana, aislada, sin luz, con caminos cortados y sin servicio aéreo.
Más cercano en este viaje a la memoria, es el fatídico terremoto blanco, acaecido en agosto de 1995. Nada hacía presagiar la inmensa tragedia que sobrevendría al frío seco de principios de mes. De pronto comenzó a nevar. El frente de mal tiempo se extendió varios días por toda la región, con temperaturas que alcanzaron los 14 grados bajo cero y vientos que superaban los 110 kilómetros por hora, con los resultados catastróficos que ya conocemos: la pérdida comprobada de una cuarta parte de la dotación ovina de la región y de una quinta parte del ganado bovino; la destrucción de infraestructura vial y portuaria, y el drama humano de cientos de personas aisladas y atrapadas en los caminos interurbanos.