Por Claudio Andrade
La escena ha quedado subrayada en los libros de historia dedicados a los grandes western.
El ayudante del Sheriff, Dude, víctima de una feroz resaca, entra por la puerta vaivén al bar en busca de un fugitivo al que acaba de herir en una persecusión callejera.
Su amigo y jefe, John T. Chance, irrumpe desde atrás. ¡Todos quietos, las armas al suelo!. Dude, a pesar de su patético estado, asegura haber visto lo que todos niegan en el lugar. “Nadie ha entrado aquí”, le contestan con sorna. Luego comienzan las bromas pesadas. Recordando la adicción del ayudante, uno de lo parroquianos lanza una moneda a una vasija de metal, una de tantas que ha recogido Dude, en los últimos dos años, con el fin de pagarse un trago de whisky.
El tiempo parece haberse detenido en el sitio incorrecto. El ayudante está a punto de quebrarse. Contrariado se acerca a la barra en la que descubre un vaso de cerveza sobre el cual ha caído una gota de sangre.
“Después de todo si voy a tomarme ese trago”, le indica al cantinero y antes de que este pueda terminar de servirle, Dude gira con elegancia y velocidad y dispara certero hacia el cielo raso. Un único ¡Bang! y el fugitivo se desploma sin remedio.
La conocida secuencia forma parte, por supuesto, de “Río Bravo” (1959), la primera película de la trilogía de Howard Hawks que se completa con “El Dorado” y “Río Rojo”. Cada una de ellas mantiene un mismo patrón de persanajes pero “Río Bravo” fue la primera. Y la mejor. Todo lo que se le pueda exigir a un buen western está allí. Más aun. Porque Hawks tuvo la inteligencia de sumarle elementos populares de un modo estratégico.
Alguna vez Quentin Tarantino, director de «Tiempos Violentos», dijo que los personajes de este film se convierten en amigos del espectador. Una de la claves de su trascendencia, sin duda.
El director apuntaló la figura emblemática de John Wayne con dos estrellas de la canción, el archiconocido Dean Martin (Dude) y el, por entonces, ídolo juvenil Ricky Nelson (“Colorado”). La trama posee un equilibrio notable entre la acción, el romance y una visión muy americana referente a los lazos afectivos que unen a los amigos. Básicamente: un malandra, hermano de un rico hacendado llamado Joe Burdette (Claude Akins), mata a un vaquero indefenso. Chace no duda en ponerlo en prisión, sin embargo, Burdette y sus muchos secuaces tiene otros planes.
Sacar al pillo de las rejas por las buenas o por las malas, el primero. A partir de entonces, Chance se ve en la disyuntiva de entregar al malo del filme y ahorrarse problemas o de resistir hasta que llegue un juez con el apoyo de sus ayudantes: el borracho Dude (a quien los mexicanos llaman “borrachón” desde que se embriaga porque una mujer lo abandonó) y Stumpy (Walter Brennan), un abuelo cascarrabias, muy cómico, que no ve un burro a dos pasos y tiene problemas en una pierna.
Con el paso de las horas, Chance encuentra apoyo en un nutrido y variopinto grupo de personajes, junto a los cuales, como es de esperar, finalmente triunfa.
Es el turno de la bella Feathers (Angie Dickinson) y del autosuficiente “ Colorado Ryan” (Ricky Nelson). También están el dueño de un hotel (Pedro Gonzalez-Gonzalez) y su bonita esposa (Estelita Rodriguez).
En “Río Bravo” los fanáticos del género tienen la posiblidad de ver a John Wayne en uno de sus mejores momentos actorales, ubicado en la edad justa para encarnar a un personaje cansado aunque sabio y listo tanto para amar como para luchar.
Se lo nota realmente ágil en una serie de escenas en las que debe poner el cuerpo. El filme de Hawks fue estructurado como una sucesión de momentos de distinta intensidad que semejan el riel de una montaña rusa.
Comienza en el absoluto silencio, puesto que durante toda la primera escena, en la que Dude entra a un bar poco menos que rogando por una moneda y que concluye con el disparo del hermano de Burdette a quemaropa, no se emite una sóla palabra.
En contraposición, el filme termina con explosiones de dinamita y maleantes corriendo de un lado al otro. En el medio, están las bellas piernas de Angie Dickinson (alguna vez elegidas como las mejores del mundo), las risas descontroladas de Stumpy y las canciones de Dean y Ricky, una de ellas titulada: “My Rifle, My Pony, and Me”. No sería exagerado decir que estamos en presencia del western perfecto.
El Dorado y Río Lobo
Además de una gran película, “Río Bravo”, fue un buen negocio. Llegó a recaudar 5,5 millones de dólares. Es también uno de los fundamentos para que Howard Hawks filmara una segunda y hasta una tercera versión. Sin embargo, “El Dorado”, la segunda de la trilogía, se filmó recién en 1967.
Su parecido con su antecesora es notable, al punto que sólo podemos entenderla como una remake. Una vez más John Wayne se rodea de un grupo de extraños personajes que lo ayudan a triunfar sobre los malos de turno. En esta oportunidad, Wayne comparte cartel con Robert Mitchum y un joven James Caan.
En 1970, Hawks filmó “Río Lobo”, con un Wayne mucho más curtido. Acompañado por Christopher Mitchum (hijo de Robert), Jorge Rivero y Jennifer O ‘Neill, la misión vuelve a ser la misma aunque la caídas duelen más.
(*) Originalmente publicada en Chilote.wordpress