Según la Fundación Alemana para la Población Mundial, 7.837 millones de personas pueblan el planeta y más de la mitad -4 mil millones- se declaran seguidores del fútbol.
Y siguen los datos; la FIFA cifró en 1.120 millones los espectadores que vieron el partido final del Mundial de Rusia 2018, en que se enfrentaron Croacia y Francia.
“¿En qué se parece el fútbol a Dios?”, pregunta a sus lectores el uruguayo Eduardo Galeano en su libro “El fútbol a sol y sombra”. La respuesta es compleja y contiene una declaración de fe: “En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales”.
Desde esta tribuna magallánica admito, con cierta culpa y pudor, que me puede faltar el sol, pero no el fútbol. Me declaro “juguito de pelota” y como tal, sufrí pensando que suspenderían la Copa América de este año.
En estos días de tristeza para la humanidad, son pocas las alegrías que nos quedan. Una de ellas, al menos para mí, los noventa minutos de mis colores, siempre rojos, la selección chilena y Unión Española.
En medio de tanto dolor y aflicción podrá parecer una confesión frívola y vacua. Está bien, concedo el punto y me alineo con quienes sostienen que la pelota tiene el poder de disipar el pensamiento crítico, desviar la atención y no pocas veces, salvar gobiernos.
Sólo así se explica el tozudo interés de Jair Bolsonaro por realizar el torneo en su país, luego que fuera desechado por Argentina y Colombia, por razones sanitarias y por conmoción interna, respectivamente. No obstante, Brasil registra 479.515 muertos por Covid-19 y sólo es superado por Estados Unidos, que ostenta el nefasto record de 598.764 fallecidos hasta el jueves pasado, según Data Repository by John Hopkins CSSE.
Sin duda, no es la primera vez y quizás tampoco la última, en que el juego pasión de multitudes es arrastrado por la marejada del poder político hasta el fondo de sus mezquinos intereses.
De nada sirvió la voceada postura rebelde de Neymar, Messi, Bravo, Suárez y otros, quienes en un primer momento se manifestaron contrarios a la realización del certamen.
Algo pasó después, probablemente dinero o amenazas de represalias, y las estrellas mundiales fueron eclipsadas y lo más probable es que ya hayan abordado los aviones rumbo a la cita futbolera.
Ejemplos de instrumentalización de este juego sobran, y todos están registrados en el libro de Galeano, como el de la escuadra italiana que ganó los mundiales de 1934 y 1938 en nombre de la patria y de Mussolini, “y sus jugadores empezaban y terminaban cada partido vivando a Italia y saludando al público con la palma de la mano extendida”.
En esa línea, también es conocida la cercanía del Real Madrid con el dictador Francisco Franco, tanto que en 1959 uno de los jerarcas del franquismo, José Solís, agradeció a los jugadores, “porque gente que antes nos odiaba, ahora nos comprende gracias a vosotros”.
Pero Mussolini y Franco no fueron los primeros y únicos generales que usaron el poder distractor del fútbol, antes Hitler también se había sumergido en su área de influencia.
Más recientemente, el general Jorge Rafael Videla, cuando Argentina ganó el Mundial del 78, utilizó la imagen de Kempes para ensalzar al régimen. “Mientras tanto, el general Pinochet, mandamás de Chile, se hizo presidente del club Colo Colo, el más popular del país, el general García Meza, que se había apoderado de Bolivia, se hizo presidente del Wilstermann, un club con hinchada numerosa y fervorosa”, relata Galeano.
De fútbol, política y pandemia podríamos hablar largamente. Fútbol y poder, el opio de los pueblos. Y los gobernantes lo saben.