Lo ocurrido hace un año en el plebiscito de salida por una nueva Constitución para Chile no fue un partido de fútbol. No eran blancos y rojos tratando de hacerse goles para ver quién ganaba un enfrentamiento fácil de mirar. Eran puntos de vistas distintos, ideologías diferentes, pensamientos respecto de cómo querer o desear vivir. Esa frase, «el amor le ganó al odio», tan solo fue un buen eslogan para sentirse ganadores y refregar en la cara lo que había sucedido. Porque el odio es un sentimiento profundo e intenso de repulsión hacia alguien que provoca el deseo de producirle un daño o que directamente le ocurra alguna desgracia. Y por mi parte, y la de la gran mayoría que estuvo por el apruebo, jamás sentimos aquello.
El comparar el amor y el odio en política es alejarse de lo real. De no saber realmente de lo que se está hablando, y al mismo tiempo querer profundizar aún más en la polarización. No existe cariño ni comprensión en esa oración. Nada más distante de lo que debiera buscar una sociedad para realmente sanarse.
O tal vez, fue el hacer caso a una instrucción y dejar tranquilo al jefe…
Hace un año, y en los últimos meses y semanas no ha ganado el amor. Hemos perdido todos. Ha perdido Chile y sus habitantes. Dicha frase que será juzgada por la historia solo buscaba azuzar más a una parte de la población. A un solo sector, lleno de ideologías y mala memoria. Lejos del reconocimiento de los errores cometidos. Tan solo a un «barra brava» de la política podría ocurrírsele semejante concepto, del cual vergonzosamente podría hasta sentirse orgulloso.
Tampoco podemos hacernos cargo de los irresponsables que generaron instancias impresentables antes de la elección del 4 de septiembre. Hubo convencionales que tiraron por la borda el sentido común y mostraron toda su arrogancia que terminó por sepultarlos. Y al proyecto en cuestión también. Pero cada cual deberá asumir ya, o con el tiempo, esas (i)responsabilidades.
El aprovechamiento del discurso, y la generación de un escenario macabro ha ido ganando terreno. Y son solamente las personas quienes decidirán que tipo de información consumir. Porque siempre lo hemos dicho: Cada medio es libre absolutamente de su línea editorial y de decir lo que le parezca conveniente. Y de eso no hay dudas.
Esa polarización reflejada en el «amor y odio», es fiel reflejo de un deseo más que cualquier otra cosa. Es cimentar un camino para que en estos días siga habiendo gente, y un sector político, que continúa justificando la ruptura institucional, el quiebre de la democracia, asesinatos, torturas, detenciones, y desapariciones. Ese supuesto y mal intencionado «amor» no aparece cuando se habla de humanidad.
No de política, si no de humanidad.
Porque es fácil decir o informar que las violaciones durante la dictadura civil y militar fueron «mitos urbanos». Es simple justificar lo injustificable cuando no se tuvo un familiar torturado o detenido. Es demasiado sencillo no sopesar de que «el amor le ganó al odio» cuando no tienes a un padre, abuelo o hermano que sigue desaparecido.
No es reabrir heridas. Porque las heridas no se cerraron jamás. Y el seguir repitiendo discursos extremos que apuntan a que las conmemoraciones o recuerdos del 73 son para revivir lo sucedido demuestran la flojera de pensar y reflexionar.
Este país y su sociedad no se ha sanado. Pero no se ha sanado porque no se ha querido ni se ha buscado esa sanación. Porque ha habido negacionismo y se ha ocultado la historia en un sinnúmero de oportunidades. Las heridas deben cerrarse pero para aquello tiene que haber reconocimiento y justicia. Dejar de inventar explicaciones y realidades que no son ni fueron.
El amor es otra cosa, es un sentimiento colmado hacia una persona o cosa, y a la que se le desea todo lo bueno posible. Y la repudiable frase antes mencionada nada tiene de aquello.
Y ojo, que del amor al odio, hay solo un paso…