Como en una película de gángsters donde un velorio se convertía de manera fulminante en un casino de juegos clandestino, el Colegio Monseñor Fagnano se transformaba los fines de semana en una amplia sala de exhibición de películas en pantalla gigante.
Esto abarcó desde 1969 hasta el año 1982, cuando la última película anunciada, “El Regreso a la Cámara 36 de Shaolín”, finalmente no se exhibió y en silenció y sin parafernalia cerró sus puertas de lata roja que abrían en funciones de matiné, vermouth y noche.
Contra lo que se cree, su ingreso al negocio del cine no surgió del vacío de una sala de exhibición, sino que derechamente como competencia al legendario Cine Palace que se encontraba cercano a lo que es hoy la costanera de Natales y que era administrado por quién sería años después ex gobernador de la provincia de Última Esperanza, Manuel Suárez, junto a la familia Mattionni, y cuya existencia acabó exactamente hace 54 años atrás cuando un incendio arrasó con toda su infraestructura en julio de 1969.
Algunos meses antes del incendio, la congregación salesiana decide entrar al ruedo del business cinematográfico con el Cine Alberto de Agostini, nombre que demuestra la sapiencia de quienes estaban detrás del negocio, puesto que se trataba de un sacerdote italiano que establecido en Magallanes y con una cámara de cine en sus manos, registró las sobrevivientes imágenes del Magallanes antiguo, su geografía y pueblos originarios, siendo considerado hasta el día de hoy uno de los pioneros del cine documental en Chile.
Lo cierto es que en el Natales del 69, coexistieron dos negocios cinematográficos, lo cual no era de extrañar, pues esta ciudad, que aún no avizoraba su destino turístico, ostenta un récord nacional de asistencia de público durante los 365 días del año.
Por el Cine de Agostini pasó de todo. Películas mejicanas, de superhéroes, de Sandro y Leonardo Favio, clásicos del terror y del Oeste, spaguettis westerns, todas las de Bruce Lee y sus remedos; algunas pasadas de rosca erótica y otras que no se entendían nada, pero que después supimos por la prensa que era de las buenas.
Cuento aparte, tras cerrar sus puertas, el Cine de Agostini intentó volver a surgir de las cenizas a fines de los años 80 con la exhibición organizada por el Centro de Padres del Colegio de “Supergirl”, prima hermana de Kal El y Clark Kent al mismo tiempo, pero que a diferencia de la heroína extraterrestre kriptoniana, no alzaría el vuelo en el entusiasmo del público que ya estaba inclinado y poseído por el negocio portátil del video.
Mejor le fue a mediados de los años 90 con el reestreno masterizado de “La Guerra de las Galaxias”, “El Rey León” y por ahí “Titanic”, pero también fue un canto de sirenas de breve alcance que si bien dio cuentas alegres, no fue suficiente para remasterizar un negocio cuyo ingreso ya no eran las entradas, sino los negocios aledaños como las palomitas, bebidas y todo el azúcar posible que aumente la adrenalina glucémica del nuevo espectador.
Hoy los equipos proyectores de 35 milímetros encargados de agrandar las imágenes en movimiento de tantas películas que allí fueron exhibidas, se encuentran quizás aún apilados en una vieja bodega del colegio salesiano a la espera de algún proyecto que las traiga de vuelta, aunque sea breve, en gloria y majestad.
Es como la última escena de “El Ciudadano Kane”- aquella legendaria película de Orson Welles- cuando se muestran por última vez las pertenencias del protagonista cuya vida nunca fue feliz. Allí, entre medio de los escombros y maderas, se halla el secreto de una generación de niños, jóvenes y adultos que escaparon en su imaginación de un pueblo llamado Natales para vivir un sinfín de aventuras en otros países, mundos y galaxias muy pero muy lejanas.