Austeridad versus gasto público.
Es, o sería, una de las parejas desparejas de la realidad Argentina de hoy. Bueno, de siempre.
El diagnóstico de Cristina Kirchner por haber perdido las PASO fue que el presidente Alberto Fernández se mostró austero, recatado o simplemente egoísta en materia de gasto público.
Una sociedad sin dinero suficiente, sin planes de contención profundos, le votó en contra. Sería eso.
Por supuesto, hay que entender el contexto. La Argentina transita su peor crisis económica de la historia con más de un 42% de pobreza, según cifras oficiales. La inflación tocará el 50% a fines de 2021. En otras palabras, el salario del trabajador valdrá un 50% menos en diciembre respecto de lo que representaba 12 meses antes.
La Argentina próspera en la que había en cada casa humilde un Renault 12 y una parrilla con asado, es una postal lejana. Un cuento de hadas a esta altura.
De modo que al faltar producción o comercio internos, y, por lo tanto, faltar empleo, no hay reactivación interna tampoco. Hay menor recaudación. Hay menos posibilidad de gasto “legítimo”.
En un escenario recesivo el país soporta una bestial inflación empujada en parte por las necesidades de emisión del propio gobierno.
Los micro proyectos son, en definitiva, acciones hogareñas sin caudal crediticio pero que tampoco imponen. Porque si algo no se les puede negar a los argentinos es su enorme capacidad creativa.
Los billetes van a bolsillos vacíos que no tienen oportunidad de conseguir en el mercado empleos en blanco y decentes.
Pero aquel dinero “social” que reparte el Estado nacional no proviene de la carga impositiva de la dinámica social ni de la inversión extranjera, del crédito foráneo o de los impuestos devenidos del proceso industrial nacional o del comercio y la industria locales. No el suficiente.
Es pura emisión. Es sobre todo emisión.
Visto el país como un relato sin salida, como un koan japonés, como un truco, se entiende que, al menos por ahora, la única alternativa sea salvar el pan de cada día.
Pero las materias a resolver son gigantescas.
El Financial Times, que suele ser duro con sus diagnósticos dedicados a los trasandinos, apunta a cuatro ejes para sacar al país adelante:
Está clara ya la divisoria de fronteras entre Fernández y Fernández, ahora queda ver si serán capaces de poner la casa en orden.