Finaliza el séptimo mes y la ciudadanía se prepara para abordar las tareas y desafíos que presenta lo que resta de un año que ha estado marcado por convulsiones que nos recuerdan otros periodos de la historia.
En el segundo año de mandato del Presidente Boric hemos presenciado con claridad la oscilación del péndulo que muerde los extremos del devenir de la nación, pero sin detenerse en uno u otro lado, como si nos quisiera recordar que estamos condenados a repetir una y otra vez episodios que creíamos olvidados en la noche de los tiempos.
La sensación de que no avanzamos y no aprendemos de nuestros errores como sociedad, nos persigue como una pesadilla que se repite una y otra vez, en la cual damos dos pasos hacia adelante y retrocedemos tres, tanto que en lugar de evolucionar siento que estamos involucionando.
Lo que planteo en esta columna, aunque sea desolador, no representa para nada una novedad; por el contrario, estas observaciones de que la historia se repite en espirales ya fueron realizadas por el filósofo italiano Giambattista Vico, quien formuló que “la historia no avanza de forma lineal empujada por el progreso, sino en forma de ciclos que se repiten, es decir, que implican siempre avances y retrocesos”.
Esta idea del siglo XVIII fue refrendada más tarde por Nietzsche, quien precisó eso sí que “no se trata de un eterno retorno de todas las cosas”, sino más bien como dice el académico Alfonso Palacios Echeverría: “La historia es recurrente (…) Es un volver a un estadio que se creía superado, pero ahora visto desde una nueva perspectiva. El movimiento histórico tiene forma de espiral: las idas y vueltas, las vueltas y revueltas de la vida de los pueblos. Ningún periodo tiene la última palabra, ningún periodo es el definitivo. No existe victoria final. Lo que hoy triunfa, puede caer mañana. Pero volverá a renacer más tarde bajo otro signo, y así sucesivamente”.
Ese es el sentimiento exacto que me acompaña desde hace algunas horas, luego de escuchar con atención las declaraciones emitidas en un programa de televisión por el presidente del Partido Republicano, Arturo Squella, quien con la soltura de cuerpo que caracteriza a la ultraderecha conservadora chilena adelantó que si su partido el día de mañana consigue la mayoría en el Congreso promoverá la derogación de la ley de aborto en tres causales, una norma vigente desde 2017 que permite la interrupción del embarazo por inviabilidad del feto, riesgo de vida de la madre o si el embarazo fue producto de una violación.
Afortunadamente para los colectivos feministas que dieron una larga lucha para lograr la dictación de esa ley, la premisa de Squella requiere de una mayoría parlamentaria que no tienen por ahora, pero que sí alcanzaron en la instancia que está redactando la propuesta de nueva Constitución, donde ingresaron una enmienda al artículo 16 del anteproyecto elaborado por la Comisión Experta, lo cual les permite poner en discusión el tema y eventualmente imponer su visión retrógrada.
Es decir, dos pasos para adelante y tres para atrás.
Lo mismo ocurre con el consenso mayoritario que existía hasta hace muy poco en nuestra sociedad respecto de no repetir nunca más un golpe de Estado y las consiguientes violaciones sistemáticas de los derechos humanos de una parte importante de las y los simpatizantes de la Unidad Popular, a partir de 1973.
Un retroceso que ha llegado en la actualidad al extremo de justificar el horror del 11 de septiembre y los 17 años posteriores, que reconoce como estadista y presidente al dictador, y acusa a las víctimas y sus familias de ser resentidos y revanchistas por buscar verdad, justicia y reparación.
Cuánta razón tenía Vico, el movimiento histórico tiene forma de espiral. Y en el caso de Chile, el rostro de la negación y la condena al eterno retorno.