El periodista colombiano Gabriel García Márquez, escritor y Premio Nobel de Literatura, se refería al periodismo como “el mejor oficio del mundo”.
Comparto plenamente la sentencia del gran Gabo.
Después de décadas de ejercicio profesional y académico, puedo declarar con absoluta certeza que quienes abrazamos esta forma de vida, lo hacemos por vocación, pues desde el primer día de universidad nuestros maestros nos inculcan que nadie se hará millonario con esto, y que si bien hay satisfacciones, también sinsabores.
Este domingo se celebró el Día del Periodista, que recuerda la creación del Colegio de Periodistas, el 11 de julio de 1956, cuyo propósito es “la promoción de la comunicación y defensa de la plena libertad de expresión, de prensa y de información, en el marco del respeto integral de los derechos humanos contemplados en la Declaración Universal de los mismos”.
Asimismo, la orden gremial manifiesta que “le corresponderá regular el ejercicio ético de la profesión, promover la racionalización, desarrollo y protección de la profesión de periodista y velar por su regular y correcto ejercicio, en defensa de su dignidad”.
Todas ellas, sin duda, tareas vitales para asegurar la supervivencia de cualquier sociedad que se considere realmente democrática, donde todas y todos puedan expresar libremente sus ideas, sin censura previa, en el marco del respeto mutuo por el pensamiento del otro.
Hasta ahí todo parece moverse en el mundo de lo ideal, pero como en cualquier actividad humana, no es solo coser y cantar, y las amenazas están a la vuelta de la esquina, agazapadas, esperando para dar el zarpazo.
Sin ir más lejos, esta semana, el capítulo Regional Metropolitano de la Orden instó a los medios de comunicación a ser responsables, a propósito de una publicación en el diario decano de la prensa nacional, que tituló: “Acuerdo que valida la violencia como método de presión política marca la primera semana de la Convención Constitucional”.
Un llamado de portada claramente tendencioso y que nos retrotrae a la época más oscura del periodismo chileno, en la que informar más allá del poder o fuera del duopolio de la prensa, nos exponía a clausura, detención, golpizas, secuestro, tortura y muerte.
“Relacionar la @convencioncl con la violencia solo busca confundir y asustar. El rol del periodismo es informar de manera veraz y ética. No cometamos los mismos errores del pasado @ElMercurio_cl”, pidió la orden gremial en su cuenta de Twitter.
Los y las periodistas tenemos la convicción como nadie de que el equilibrio es siempre frágil y como en ninguna otra profesión los poderes fácticos siempre acechan para imponer sus términos.
En estos tiempos de pandemia global, el valor de la libertad de expresión se ha ido deteriorando y no son pocos los casos que muestran una tendencia a la uniformidad de la información, tan propia de los regímenes totalitarios.
Lamentablemente, las evidencias se acumulan y configuran un panorama sombrío, puesto que según el último Atlas de la Información Civil, el 88 por ciento de la población mundial vive en sociedades restringidas, oprimidas o cerradas.
Además, el informe también clasifica las sociedades como deterioradas y abiertas: “De los 196 estados del mundo, solo 42 se consideran abiertos, según el informe. Ni siquiera todos los países de la UE entran en esta categoría. Esto significa que solo 263 millones de personas en todo el mundo viven libres de represión y disfrutan de plenas libertades sociales”.
Según consignó el medio independiente Interferencia, Chile cayó a la categoría de país con “libertades obstruidas”, un poco mejor que aquellos con “libertades reprimidas” (como Afganistán, Turquía o Venezuela) o de “libertades cerradas” (como China, Siria o Cuba).
No obstante, quedamos lejos de “sociedades libres” (que incluye a 42 países, entre ellos, Finlandia, Portugal y Uruguay) o con “libertades reducidas” (entre otras, Gran Bretaña, Australia y Argentina).
Para avanzar a los niveles de los países plenamente libres aún nos falta mucho camino y la tarea requiere el concurso de todas y todos, pero especialmente de aquellos que conducen los destinos de la nación.
A mis amigas y amigos periodistas, a muchos de los cuales contribuí a formar profesionalmente, les deseo lo mejor en nuestro día, desde Moscú a Magallanes y estaciones intermedias.
Donde sea que estén ejerciendo “el mejor oficio del mundo”, honren siempre con orgullo el valor de lo que hacen y no se dejen amedrentar por los poderosos.