Por Guillermo Muñoz
A mediados de los años ochenta se estrenó en Chile la película “La hora del espanto”, una cinta de terror para adolescentes y que, de paso, le dio cierta energía al subgénero del vampiro en el cine.
El argumento era fresco y sencillo. Un joven fanático de las películas de terror observa con curiosidad a su nuevo vecino descubriendo que en realidad es un vampiro sediento de sangre joven.
Pide ayuda a sus más cercanos. Pocos le creen. Una teoría vampírica lo alivia de no convertirse en la futura víctima. Para que el vampiro te ataque no debe ser invitado a la casa.¡¡ Uff que alivio!!.
Hasta que un día cualquiera mientras baja las escaleras, descubre que el buen y nuevo vecino ha penetrado el blindaje familiar. Siente que está todo perdido. En este momento crucial del protagonista, el cine parece poner a la parrilla toda su expresividad artística para traducir emociones a imágenes.
La escena- que después ha sido reproducida en diversas películas de terror y thrillers- sólo puede ser contada por el cine a través de una ordenada secuencia de planos, sonidos, banda sonora y un montaje que describe desde la mente del protagonista el tránsito hacia un estado de indefensión total.
Dura unos pocos minutos, por no decir segundos, y coincidencia o no, este momento del relato visual logra asimilarse a los testimonios entregados por personas que en su juventud fueron víctimas de abusos sexuales por miembros de la Iglesia Católica al revelar que el momento de mayor desamparo acontece cuando el “cura amigo de la familia” logra sentarse a la mesa del hogar con el amén de sus propios padres.
Desde esta perspectiva, “La hora del espanto” y en particular el momento de esta escena, bien podría ser una metáfora sobre los abusos sexuales de sacerdotes hacia adolescentes, así como del pavor y sentimiento de vulnerabilidad de las víctimas cuando el mal penetra en su entorno.
En la mayoría de las películas, el vampiro mantiene cierta jerarquía “eclesiástica” ligada no sólo a los símbolos religiosos que rechaza, sino también a una especie de autoridad sacerdotal que predica a través de su presencia-y mordida- el logro de una vida eterna aún después de la muerte.
Aún cuando su origen es literario, el cine supo darle un rostro al vampiro en la cultura popular, desde el “Nosferatu” de Murnau del año 1923, pasando por Bela Lugosi, Christopher Lee, los pandilleros de “Generación Perdida” hasta la familia Cullan de ”Crepúsculo”. Variaciones más o menos en el tiempo, simbólicamente han logrado transmitir esa idea de que a pocos pasos de nuestro hogar, un vampiro acecha.