En las casas magallánicas, la estufa era el centro de la vida hogareña.
Estufas de fabricación inglesa que llegaron a Magallanes a principios del siglo XX y con el Puerto Libre hasta los años sesenta y setenta.
Estas estufas se abastecían de leña y carbón, hasta que llegó el gas natural, primero en botellas de gas desde 1968 y a partir de 1971 mediante una red de cañerías. En los tiempos del carbón y la leña, había que sacar las cenizas de las estufas, además de trozar la leña en el patio o comprar la leña ya picada.
Nadie recuerda ese aviso que apareció en La Prensa Austral de Punta Arenas, antes que llegara el gas a nuestro hogares y que ofrecía leña en los siguientes términos: «Vendo leña trozada. Le llenamos su camioneta hasta las manijas».
En estas pesadas estufas de los hogares magallánicos, las mujeres dueñas de casa y dueñas de la cocina, preparaban la comida diaria, los milcaos, los asados de cordero al horno, las mermeladas de ruibarbo o de calafate, se hervía el café de trigo o el agua del mate, mientras dormían plácidos debajo, los perros o gatos de la casa.
En las largas tardes y noches de invierno, la familia se reunía en la cocina cerca de la estufa, para escuchar radio, leer el diario, tejer alguna prenda de lana o conversar un mate.
Las guaguas dormían en una cuna o el sofá cercano a la estufa y los niños jugaban o hacían sus tareas en la cocina, abrigados por la estufa que permanecía encendía todo el día y la noche.
Todavía permanecen en algunas casas de nuestras ciudades, estas nobles estufas que hicieron posible el verdadero calor de hogar magallánico y patagónico.