Entregamos la primera parte de una secuencia en cuatro capítulos, de lo que a nuestro modo de ver, fueron las elecciones presidenciales más reñidas que se han registrado en la historia política de Chile.
La primera de ellas, -que es la que vamos a sintetizar en este artículo- se sitúa al final del sistema parlamentario de gobierno que heredamos luego de la muerte del presidente Balmaceda y de la Guerra Civil de 1891. Fue la última elección que se efectuó en el país con el modelo de electores, es decir con votación indirecta, a la manera de Estados Unidos, y también, la última que se realizó bajo los dictámenes de la Constitución de 1833.
Fue una elección en extremo complicada. Por un lado estaba la candidatura del eminente catedrático de historia del Instituto Nacional y profesor de Derecho Civil, Decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, Luis Barros Borgoño. Contaba con el respaldo de un grupo minoritario de liberales, conservadores y con el beneplácito de la Iglesia Católica, en una coalición denominada Unión Nacional.
En la vereda del frente, se hallaba el abogado y ex parlamentario Arturo Alessandri Palma, reconocido por su gran oratoria y carisma personal, representante de un pacto político llamado Alianza Liberal, que incluía a radicales, un sector mayoritario de liberales, la clase media y grupos más modestos, a los que el candidato solía referirse como “mi querida chusma”.
Alessandri proponía un proyecto político que causaba escozor en el sector que representaba su contrincante. Estaba convencido que se requería redactar una nueva Constitución que devolviera al país, un sistema presidencial de gobierno; creía necesario separar la Iglesia del Estado e implementar una poderosa legislación social que protegiera a los más desposeídos.
La campaña fue en extremo violenta. El diario El Mercurio, en su edición de 26 de abril de 1920 emitió la siguiente opinión sobre el candidato Alessandri:
“El político que se ha paseado por el país como el programa viviente de las envidias regionales, de los odios de clases y de las más avanzadas tendencias comunistas, encarna hoy también las aspiraciones de la Alianza Liberal. Toca a los hombres de bien de todos los credos políticos agruparse en torno de los vitales intereses del país gravemente amagados. Pueden contribuir aún a dominar la roja marea de la anarquía añadiendo su esfuerzo a la labor patriótica de la Unión Nacional que lucha por poner dique a sus avances destructores. Hombres de orden: Se trata de los supremos intereses nacionales de nuestra propia y personal seguridad. Corred a defenderla”.
Observamos, cómo en esa época, ya empezaba a surgir el “fantasma del comunismo”, en clara alusión a la candidatura de Alessandri. Recordemos, que se vivían los años de la Revolución Bolchevique. En Chile, estaban germinando los primeros partidos de orientación obrera y marxista; el movimiento estudiantil y sindical, parecía fascinado con los postulados anarquistas.
Finalmente, los comicios se llevaron a cabo el 25 de junio. Los resultados fueron tan estrechos, que se tuvieron que contabilizar los votos en varias ocasiones. Recién, un mes más tarde, el 26 de julio, se conocieron los resultados oficiales. Barros Borgoño logró 83.100 votos con un 50.1% mientras que Alessandri obtuvo 82.083 sufragios, con el 49.48%.
Sin embargo, el candidato de la Alianza Liberal se impuso en áreas de mayor concentración urbana, lo que significó que obtuviera 179 electores contra 175 de Barros Borgoño.
La Unión Nacional reclamó por el resultado, argumentado que el resultado final debería dirimirlo el Congreso Nacional, donde tenían mayoría parlamentaria. Además, Perú había mostrado su recelo por el resultado del Tratado de Ancón, lo que sirvió de pretexto para que el Ministro de Guerra, Ladislao Errázuriz Lazcano, movilizara más de diez mil soldados a la frontera. En este contexto, se produjeron los asaltos e incendios de las sedes de las Federaciones Obreras en Santiago y Punta Arenas; de la Federación de Estudiantes de Chile, gestadas por elementos reaccionarios agrupados en la organización llamada “Liga Patriótica”, que a toda costa querían impedir la ratificación del triunfo de Alessandri.
Dentro de este clima hostil, con enfrentamientos callejeros en la capital y en varias capitales provinciales, Alessandri propuso el 10 de agosto la creación de un Tribunal de Honor, compuesto por personalidades del calibre de Emiliano Figueroa Larraín, Ismael Tocornal, Ramón Briones, Fernando Lazcano, remplazado luego del fallecimiento de éste por Abraham Ovalle; además, de Armando Quezada Acharán, Luis Barriga y Guillermo Subercaseaux.
La misión de este equipo fue revisar, acta por acta, todo el proceso eleccionario. De esta manera, el 30 de septiembre el Tribunal de Honor dio su veredicto definitivo: Alessandri Palma consiguió 177 electores, Barros Borgoño alcanzó a 176 electores. Esta mínima diferencia permitió que Alessandri fuera proclamado vencedor por el Congreso, el 6 de octubre, por 87 votos a favor y 29 en blanco.
Concluía así, la más dramática elección que ha tenido Chile. El 23 de diciembre de 1920, Arturo Alessandri Palma, a quien Víctor Domingo Silva, futuro Premio Nacional de Literatura (1954) había bautizado como “El León de Tarapacá”, era investido por primera vez, Presidente de la República.