Por Claudio Andrade
Los dioses mueren solos.
Lejos de las perfectas postales que suelen nutrir a las revistas del corazón.
Lejos de aquellos que deberían estar más cerca.
Lejos, pero generalmente en casa.
La gloria artística transforma la existencia de estas personas tocadas por el destino y la magia en un infierno exquisito. Una piscina de mortal aburrimiento. Ellos mismos lo han contado.
¿Cuál es el peor momento del año? Le preguntaron, palabras más, palabras menos a un super rocker del heavy metal. “Cuando sacó la basura de casa”, respondió.
El fastidio empieza a cubrir como una jalea pegajosa todas sus actividades, mientras los fans, los medios y los tiburones del negocios hacen su juego, aprovechan las sobras.
Es la historia de siempre. La que una vez que millones lamentan su partida, se vuelve pública.
Prince murió atiborrado de sedantes para calmar sus dolores de espalda. Y los que conocía al músico aseguraban que nunca estaba solo.
El film de Kurt Cobain “Last Days”, de Gus van Sant, refleja el laberinto en el que puede caer una luminaria de rock.
Un alter ego del líder de Nirvana, naufrago de los cuartos vacíos de su casa de campo, es mal acompañado por fantasmas que prefieren mantenerse al margen de sus conflictos psíquicos. «Amigos».
Hace unos años Leonardo DiCaprio contaba a la revista Rolling Stone, con su inocencia habitual, la “nada existencial” por la que atraviesa entre producción y producción.
Alguna vez mencionó que sus vacaciones habían durado un récord de casi 1 año y 8 meses, en los cuales no hizo otra cosa que permanecer de fiesta. Puede sonar divertido o muy revelador acerca del trasfondo de su vida.
Historias de las leyendas abandonadas a su delirio suman páginas de historia de la música y el cine. La hermosa y brillante Amy Winehouse, y antes Janis Joplin y Jim Morrison. El Rey Lagarto que, incomprendido por la banda que cubría sus espaldas, se va a envejecer en segundos a Francia.
Joplin en las puertas del abismo entre la música y el alcohol.
Todavía se escucha la voz de Charly García en su momento más critico suplicando en una entrevista: «Todos los demás me cagaron. Quiero que el país me arregle esto, que alguien me lo arregle. Yo no puedo»
También son de la misma troupe Heath Ledger y James Dean.
Uno le avisó a The Guardian un mes de morir que estaba tomando todo tipo de pastillas para dormir y que solo lograba conciliar el sueño durante algo más de una hora por día.
El segundo manejaba como un profesional y todo indica que otra persona ebria lo indujo al un choque mortal. Pero, quién no lo sabe, Dean vivía a la velocidad de la luz.
Podria decirse: todos murieron de forma estúpida.
Winehouse, la flor más delicada del soul y el blues, que nadie podía tocar sin romper en millonésimas fracciones.
También Rolling Stone relató alguna vez que Amy, sentada en una mesa de un bar, decía estar deprimida porque extrañaba a su novio, Blake Fielder-Civil. Pero el controvertido Blake estaba en la mesa de al lado.
Qué más ejemplificador acerca de la soledad de los ídolos.