No sé si fue antes o después de recibir la dosis de refuerzo que comencé a escuchar las declaraciones de los candidatos presidenciales Gabriel Boric, Yasna Provoste y Sebastián Sichel.
Solo recuerdo que me estremecía observar cada tarde el cielo arrebolado entre las torres de departamentos que rodean mi casa.
Creo que fue Boric el que tiró el primer zarpazo, quizás buscando el cuerpo de Sichel y aún sin percatarse de la peligrosa acechanza de Provoste.
El magallánico acusó de tener un “financiamiento oscuro” en su campaña al camaleónico aspirante a La Moneda, quien sintió el golpe y le devolvió un despectivo “pienso que usted no se tituló y el Estado siempre le ha pagado sueldo”.
El áspero intercambio podría haber quedado ahí, pero escaló un peldaño más, “los independientes buscamos financiamiento legal, y antes estudiamos, nos titulamos y trabajamos para salir adelante”, retrucó el expresidente del Banco Estado.
No conforme con ser una observadora neutral de la disputa, la carta de Nuevo Pacto Social saltó a la cancha con inusitado vigor y puso sobre la mesa un manido argumento: “Yo no pasé de la universidad al parlamento, nos separa un hecho bien relevante, la experiencia, que es conocer el Estado”.
El abanderado de Apruebo Dignidad, parafraseando la canción “Los Salieris de Charly”, de León Gieco, le cantó el estribillo a la vallenarina: “Menos mal, que nunca la tenga, experiencia de robar. Menos mal, que nunca la tenga, experiencia de mentir”.
Antes, completando el sainete, el exmilitante de Ciudadanos lanzó otro dardo envenenado: “Ser presidente es más que ser dirigente universitario, se requiere tener experiencias vitales”. Y remató: “Yo soy padre”.
A estas alturas, con sus dos pistolas desenfundadas y todavía humeando, Boric respondió: “No tengo el honor de ser padre, pero sí la tranquilidad de no tener padrinos”.
La tríada que aspira a suceder a Piñera está lanzada y nada detiene su nada de fraternal intercambio de pullas.
En la comodidad de la tribuna, los otros candidatos miran con cierta distancia cómo se destrozan a dentelladas sus adversarios.
Desde afuera, la argumentación es paupérrima y se hace fuerte en percepciones antojadizas de lo que cada uno cree que es necesario poseer para ser Presidente de la República. Por cierto, ninguno de esos requisitos está contemplado en la actual Constitución.
La ley solo exige tener la nacionalidad chilena, por haber nacido en Chile o por ser hijo de padre o madre chilenos, nacido en territorio extranjero. Tener 35 años de edad cumplidos y “poseer las demás calidades necesarias para ser ciudadano con derecho a sufragio -no encontrarse en suspensión de dicho derecho (por interdicción en caso de demencia; por hallarse acusado por delito que merezca pena aflictiva o por delitos calificados por la ley como conducta terrorista, y por haber sido sancionado por el Tribunal Constitucional) o en pérdida de la calidad de ciudadano (por pérdida de la nacionalidad chilena; por condena a pena aflictiva, y por condena por delitos calificados por la ley como conducta terrorista y los relativos al tráfico de estupefacientes y que hubieren merecido, además, pena aflictiva)”.
En consecuencia, por mucho que les seduzca la idea a Sichel y Provoste, en ninguna parte se considera como condición legal la experiencia, de ningún tipo; menos poseer un título profesional o técnico; y bajo ninguna circunstancia ser padre o madre.
La única esperanza de que sus dichos reditúen viene por el lado de los electores, que potencialmente les podrían asignar algún valor al momento de emitir su sufragio en noviembre.
Por ahora, según lo reflejan algunas encuestas, han provocado el efecto contrario, es decir, el “inexperto” Gabriel Boric Font continúa el camino a La Moneda en la pole position.