Para que la salmonicultura se haya convertido en la segunda actividad exportadora más relevante de Chile y también a nivel mundial, como toda buena historia, su comienzo fue épico. Tuvo como protagonista a una mujer: Isidora Goyenechea Gallo, legendaria emprendedora chilena que a inicios del siglo XX, tuvo la visión y el ímpetu de traer las primeras ovas de salmonídeos al sur de nuestro país.
Las ovas son la semilla, los huevos de pescado que forjan el punto de partida para diseminar el crecimiento de un rubro que hasta ese entonces, era inexplorado y desconocido. Isidora fue disruptiva. Tuvo los recursos económicos, pero también tuvo agallas. Con esas agallas, fue una mujer que inspiró a muchas. Y me hubiese gustado conocerla.
Pero mis tiempos fueron otros. He tenido el privilegio de conocer a otras muchas mujeres extraordinarias. Las he visto luchar. Las he visto organizarse, alzar la voz y defender su querido mar tal como lo hicieron el pasado mes de febrero en Aysén. También las he visto siendo madres, trabajadoras, pescadoras, administradoras, coordinadoras, jefas, gerentas y entusiastas líderes que dibujan sueños y los alcanzan por el bien de ellas, sus familias, sus regiones y también por Chile.
Ellas marcan la diferencia en cada cosa que hacen. Ellas son capaces de realizar cuatro tareas a la vez sin quejarse, aunque la temperatura sea bajo cero, aunque existan contratiempos, aunque la contienda sea desigual. Sin embargo, también se cansan y sufren, llevando una carga de responsabilidades encomiable.
Es un lujo trabajar con mujeres y es un orgullo ser mujer chilena.
Desde mi actual rol gremial, no puedo evitar emocionarme cuando converso con ellas, cuando me cuentan sus ilusiones, sus desafíos, pero también sus sacrificios y frustraciones. Cuando las veo organizarse en Red Musa (Mujeres Salmoneras) me inspiran sus ideas, su entrega y su compromiso. Hoy 8 de marzo, en este día que conmemora a las mujeres que defendieron sus derechos hace mucho tiempo por todas nosotras, me acuerdo de mi madre y de sus enseñanzas, de su vocación y talento como abnegada matrona que trabajó en el fin del mundo, en la región de Aysén, la querida región de mi niñez y adolescencia.
Siempre he sentido la responsabilidad de poner en valor el trabajo femenino, de relevar la fuerza laboral que protagonizamos nosotras, especialmente en esta industria.
Aún queda mucho por hacer, el Banco Mundial en su último informe no arrojó buenas noticias: la brecha de género global es más amplia de lo esperado y Chile quedó al debe en emprendimiento femenino. ¿Qué hacer? ¿Cómo lograr que los cambios necesarios se vayan acelerando y sigamos avanzando no sólo por obligación sino por convicción?
Las empresas socias del Consejo del Salmón tienen claridad y convicción en torno a la importancia que reviste el propiciar más y mejores condiciones laborales para que las mujeres tengan el mismo protagonismo. La tasa de participación de mujeres en la industria presenta una constante alza año tras año. ¡Eso no solo se debe mantener sino también promover!
No se trata de una acción de marketing o que responda a la moda de los tiempos. Las competencias y habilidades femeninas revisten un valor agregado incalculable para la operación de cualquier compañía, que tiene positivas repercusiones en la toma de decisiones y, por qué no decirlo, en la última línea de un estado financiero. Me atrevería a decir que hoy, la presencia de las mujeres desde sus distintos roles en la salmonicultura, es tan clave como las ovas. Hay que tener mujeres y hay que tener ovas.
(*) Loreto Seguel es Directora Ejecutiva de Consejo del Salmón.