El general Juan Guillermo Toro Dávila tuvo un auspicioso primer año al frente del Gobierno Regional. Recordemos que era un militar que gustaba estar en terreno, en contacto directo con los pobladores. En los primeros días de 1982 nada hacía presagiar los nubarrones y las tormentas que soportaría su administración.
Ese año estuvo signado por la Guerra de las Malvinas, conflicto bélico suscitado entre Argentina y Gran Bretaña, luego que el gobierno trasandino encabezado por el general Leopoldo Galtieri, decidiera la ocupación militar de ese Archipiélago, que la Argentina reclamaba como propio desde 1833, e invadiera y tomara posesión, el 2 de abril de 1982, de Port Stanley, la capital del territorio insular, ubicado en el Atlántico Sur.
El gobierno del general Pinochet apoyó directamente y sin reservas, la posición británica. Fue una decisión estratégica, pues, en círculos militares se recordaba lo que había ocurrido cuatro años antes, cuando Chile y Argentina se enfrascaron en la disputa por las islas Picton, Nueva y Lennox, en torno al canal Beagle, que tuvo a ambas naciones al borde de una guerra inminente. Era común escuchar en conversaciones entre civiles y uniformados, que si Argentina recuperaba Malvinas, -Falkland para los británicos-, el paso siguiente sería atacar a Chile, y apoderarse ahora sí, de las pequeñas islitas ubicadas al sur de Tierra del Fuego.
A partir de esa hipótesis, se podía hilvanar cualquier conjetura. De modo que el intendente Toro Dávila recibió desde Santiago, instrucciones muy precisas, de facilitar al bando inglés, todo tipo de apoyo logístico.
Aquello se realizó con el mayor sigilo y discreción. Desde el Aeropuerto Presidente Ibáñez, diariamente se monitoreaba el movimiento de la Fuerza Aérea Argentina, cuyas pistas se entregaban a los ingleses. En esta condición, se produjo el 18 de mayo, el incidente de un helicóptero británico Sea King ZA-290, abandonado por sus propios tripulantes, en el sector de Agua Fresca, al sur de Punta Arenas. Este aparato, tenía que hacer un reconocimiento aéreo para preparar el desembarco de una fuerza de élite británica en la misión conocida como “Mikado”, cuyo objetivo era destruir la Base Argentina Aeronaval en Río Grande, donde se ubicaban los aviones Super Etendard, que días antes, el 4 de mayo, habían hundido al destructor de última generación británico, el “Sheffield”.
El helicóptero fue interceptado por el destructor “Bouchard”, de la Armada Argentina, y su comandante, el teniente Hutchings, con una tripulación de tres comandos, huyeron a territorio chileno. Ante la proximidad de quedarse sin combustible, los ingleses hicieron un aterrizaje de emergencia y acto seguido, incendiaron la aeronave. Más tarde, se entregaron voluntariamente a las autoridades chilenas, quienes, desde Punta Arenas, les facilitaron un vuelo de regreso a Londres, vía Santiago.
El general Toro Dávila estaba en el peak de su aprobación, cuando ocurrió en el verano de 1983, el colapso de la Banca, lo que implicó el final de los “Chicago boys” en la dirección de la política económica nacional y supuso además, el mayor desastre financiero del país, desde la crisis de 1929. Las repercusiones no se hicieron esperar en el austro. La cesantía golpeó con dureza a la mayoría de las familias magallánicas.
En esa condición, se sucedieron en todo el país, desde el 11 de mayo de 1983, las primeras protestas masivas, organizadas por dirigentes de oposición a la dictadura cívico militar, que sacudirían el sistema. En Punta Arenas, las manifestaciones ante la escasez y la falta de trabajo, se hicieron sentir con mayor intensidad en las distintas poblaciones que componían el Barrio 18 de Septiembre, en el sector sur poniente de la ciudad y en el populoso y tradicional Barrio Prat.
Sin duda alguna, la serie de protestas pacíficas que organizaban la Alianza Democrática, conformada por los partidos y movimientos políticos que buscaban el fin de la dictadura, y la Central Única de Trabajadores (CUT) pusieron en jaque al régimen. El 24 de febrero de 1984, el general Pinochet viajó a Magallanes.
Ese día en la noche, se produjo una violenta manifestación en el centro y en los alrededores de la Plaza de Armas en Punta Arenas. Al día siguiente, Pinochet se dirigió hasta Porvenir. La oposición, aprovechando la circunstancia, llamó a un tercer cabildo abierto, los cuales, se habían iniciado a mediados del año anterior.
El domingo 26 al mediodía, Pinochet escuchó en vivo las rechiflas de miles de magallánicos, que desde los jardines de la Iglesia Catedral repudiaban al Presidente y, a su gobierno dictatorial, con la frase: ¡Y va a caer!
El Intendente Juan Guillermo Toro Dávila acusó personalmente, al sacerdote Marcos Buvinic Martinic, de ser el principal instigador del repudio masivo al capitán general. De aquel episodio, en el libro “La historia oculta del régimen militar” de Ascanio Cavallo, Manuel Salazar y Óscar Sepúlveda, (1988) se asegura que:
“El puntarenazo alentó a la oposición y enojó al gobierno. Durante los actos de desagravio, Pinochet se preguntó, con tono suspicaz, si la iglesia estaba contra el gobierno. El dirigente del Comando Nacional de Trabajadores, Rodolfo Seguel, que visitó la ciudad unos días después, llamó a las regiones a recibir a Pinochet en los mismos términos, “dondequiera que vaya”.
Pronto se haría evidente, que el régimen tomaría represalias contra Magallanes.