Por Arturo Alejandro Muñoz
Hace algún tiempo (no tanto como para haberlo olvidado) un dirigente estudiantil respondió a las amenazas de cierto conocido político derechista que auguraba poder repetir las “hazañas” de los sediciosos tal como lo habían hecho durante el gobierno popular de Salvador Allende. La respuesta del dirigente universitario fue categórica: “los jóvenes y el pueblo de hoy no nos parecemos, ni en las cómicas, a los de 1973”.
Semanas después, recordando aquel incidente concluí que el dirigente juvenil tenía razón, Yo viví todo el proceso del gobierno democristiano de Frei Montalva, del gobierno popular encabezado por el doctor Allende, el golpe de estado y los diecisiete años de dictadura..
Participé activamente en el gobierno de la Unidad Popular; fui dirigente universitario tanto en el Instituto Pedagógico de la ‘U’, como también en Servicio Social, de la misma universidad. Trabajé gremialmente en la FECH junto a comunistas, socialistas y mapucistas. Durante la dictadura, ya titulado y desempeñándome profesionalmente en lo que me correspondía, fui dirigente sindical integrándome a la CEPCH (Confederación de Empleados Particulares de Chile) y al Comando Nacional de Trabajadores. Viví en primera línea los acontecimientos de esas épocas, por eso creo tener autoridad moral para referirme a ellas, lo que me permite confrontarlas con nuestros años actuales y sus impetraciones y problemas.
Con absoluta responsabilidad afirmo que en 1973 el pueblo se dejó masacrar. Creyó ciegamente en las palabras de Salvador Allende: “El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse”. Y el pueblo no salió a la calle, no enfrentó a los golpistas. El pueblo se encerró en sus casas y permitió que arrasaran y asesinaran al gobierno de la Unidad Popular, pese a que Salvador Allende contaba con el 45% de aprobación y apoyo ciudadano (resultado de la última elección parlamentaria de marzo 1973).
En esos años la juventud era tranquila, quieta, respetuosa de las normas y las leyes. Hoy no lo es. Cierta parte de la juventud actual -de izquierda y de derecha- usa armas, dispara y no tiene empacho en derribar a tiros a un adversario (por el motivo que sea: político, narco, etc.), e incluso puede ‘despacharse a un policía o a un militar. Esa juventud, desde temprana edad, ha crecido con armas, disputas barriales, baleos con la ‘yuta’ (policía), etcétera. Es hija de la insoportable desigualdad parida por el neoliberalismo salvaje. Duele decirlo, pero es la verdad desnuda. Y el resto de la juventud actual –aquella que no usa armas de ningún tipo, y es mayoritaria- tampoco teme a policías, jueces, políticos ni autoridad alguna. Aún más, a ese lote de “hombres públicos”, la juventud de hoy lo enfrenta sin ambages ni vacilaciones, en la calle, en las plazas, en los barrios, en los establecimientos educacionales, en los estadios.
Pero, la contraparte también ha cambiado. Vea usted lo siguiente.
En 1973 los Carabineros fueron arrastrados al golpe por un general sedicioso, César Mendoza Durán, instalado en ese cargo por el generalato golpista del ejército, la marina y la aviación la mañana del martes once de septiembre de 1973. Con el transcurrir de los años, empapados por las horrorosas actuaciones de la Dina y de la CNI, se unieron finalmente a la danza de los cuervos.
En cambio hoy, año 2021, Carabineros ya es una institución que no sólo está podrida internamente (carcomida por la corrupción y el bandidaje), sino además manifiesta amplia satisfacción por ser guardia personal de la élite megaempresarial, lo que al perecer le permitió apropiarse ilegalmente de veintiocho mil millones de pesos del erario fiscal para derrocharlo en fiestas, viajes, lujos, casinos de juego y locuras consumistas de sus altos mandos (mismos que ahora reclaman “falta de recursos” en su institución). Carabineros 2021 es ya un enorme grupo de delincuentes y corruptos armados en el que se han infiltrado algunas escasas personas buenas y honestas. Esa institución –con la estructura orgánica que actualmente posee- está decidida a apoyar cualquier aventura golpista que le permita continuar esquilmando al país como si fuese una fuerza extranjera y extraña. Para ella entonces, un golpe de estado sería miel sobre hojuelas, ya que podría desatar completamente sus manos y aplicar justicia, “$U” justicia, en barrios, plazas, poblaciones y universidades, con el resultado que es fácil de prever.
Y si la policía no lograse su cometido, aparecerían en escena la fuerzas armadas, haciendo piel la frase que un exoficial de carabineros expresó en un programa de televisión (”Mentiras Verdaderas, en La Red): “estamos como estamos porque mandan los civiles”. ¿Qué tal?
Sin embargo, la “inteligencia” de las fuerzas armadas ha detectado un problema que podría ser de extrema gravedad para ellas, y que nada tiene que ver con las consecuencias internacionales de un golpe de estado, sino más bien con la sanidad y seguridad de sus familiares, pues algunos “capos” del narcotráfico (jóvenes y no tan jóvenes que nunca han temido a la ‘yuta’), expresaron en una oportunidad que si el “milicaje” salía a joderles la existencia, ellos (los narcos) no tendrían dificultad para cobrarles facturas a los familiares de generales, coroneles, capitanes e incluso sargentos y cabos –siguiendo la línea trazada por el capo brasileño Marcola- ya que les resultaría fácil averiguar domicilios y rutinas de esposas, padres e hijos de militares, marinos y aviáticos.
¡¡Un horror absoluto!! Una locura insanable, una estulticia casi medieval, tal vez nazi, tal vez estalinista, tal vez pinochetista, tal vez propia de Pol-Pot, o de los Corleone…pero posible. Y contra ese terror no hay DINA, CNI ni ANI que pueda detener tamaño crimen, pues no existe capacidad para vigilar y proteger –permanentemente- los domicilios y rutinas de los familiares de miles de uniformados a lo largo del país. Me permito aventurar que esas acciones podrían contar también con el apoyo de algunos jóvenes y adultos que no están insertos ni involucrados en el narcotráfico, pero que verían en ello (en la utilización del “lumpen proletariat”, como decían Marx y Lenin) una vía para derribar el sistema neoliberal salvaje que actualmente asfixia a los chilenos de a pie.
Es un hecho que se produciría un baño de sangre que no tiene parangón en la Historia de ningún país latinoamericano. Ni siquiera en Colombia. No habría vencedores ni derrotados. Sólo habría un Chile hecho “pebre”, destrozado y convertido en miasma neoliberal. Perdería el país y su gente, pero en lo principal, perderían los corruptos y agiotistas, los clasistas, los monopolistas, los destructores del medio ambiente, los fanáticos concesionistas, y también el pueblo trabajador. Triste realidad.
Definitivamente 2021 no es el Chile de la Unidad Popular ni del golpe de estado ni de la dictadura militar pinochetista. La gente de hoy es distinta a la de esos lejanos años. Por eso, una desaguisado como el de 1973 cobraría más sangre y más dolor que el facturado al pueblo y al país en general en aquella época.
Para reflexionar y tener en cuenta antes que se produzca la hecatombe.