Por Claudio Andrade
Dentro de pocas horas la Argentina define a su nuevo presidente. No pocos estiman que también se define su futuro. Podría ser. La historia de este país es convulsa, irreverente y siempre abismal.
Parece que los argentinos tuvieran una suerte de obsesión con los límites. Con estirarlos más allá de lo aconsejable.
La vida como un partido de fútbol.
De un lado el candidato libertario, Javier Milei, un economista que hace muchos años comenzó a ofrecer su opinión especializada en programas televisivos de variado rating. Aunque siempre con un histrionismo más propio de un actor o consecuencia de una estudiada performance.
Del otro Sergio Massa, el actúa ministro de Economía, que conduce un buque en medio de una tormenta colosal. Resulta una ironía que quién lleva el timón del desastre sea candidato para la presidencia, un rol que de hecho y en verdad, ya ejerce. Pero así es el país trasandino y entenderlo no es tan sencillo.
En algún rincón del mapa se encuentra el presidente-presidente, Alberto Fernández. Ya nadie pregunta por él.
Massa promete un gobierno de unidad en una Argentina que se deleita en las divisiones y en las banderas. Su cultura futbolera atraviesa todas las capas y se entrevera con la política a niveles sorprendentes.
Milei apunta con el dedo a la izquierda, al kirchnerismo y a la “casta” política, como enemigos a derribar, sin embargo, en el país trasandino izquierda se pronuncia kirchnerismo y la llamada “casta” opera en todos los niveles de la sociedad.
No nos olvidemos que la Argentina es un país profundamente politizado.
Las últimas encuestas revelan un cabeza a cabeza que todo indica se mantendrá hasta la noche del domingo cuando se conozcan los primeros computos.
No importa quién triunfe, el discurso de apertura y desarrollo encuentra similitudes en ambos candidatos. El proteccionismo furioso que lleva adelante el país desde hace 20 años no ha provocado los beneficios remarcables. En Buenos Aires no es fácil conseguir artículos electrónicos o de cualquier otra índole hechos afuera.
Un problema no menor para las empresas que precisan justamente de partes generadas en el exterior para terminar sus procesos nacionales. Las automotrices, por ejemplo. Nada menos.
Con un 40% de pobreza y una inflación anual que ronda el 150% el país va a las urnas con el ánimo por los suelos.
La ironía es otro condimento de la Argentina. En el país por excelencia de la carne y los granos, en el país que tiene la segunda reserva de combustibles del planeta, hay hambre y escasea la energía. Es uno de sus mayores gastos. Las importaciones de combustibles alcanzan los US$13.279 millones.
La vocación por mantenerse aparte del progreso llevó al país a rechazar en pocos años una nueva central nuclear, explotaciones mineras, algunos campos de energía eólica y el ingreso de la salmonicultura.
Todas iniciativas que hoy estarían entregando los dólares que tanto aprecian el gobierno y los ciudadanos argentinos.