Por Marcial Mascardi-Gómez
Al día siguiente de las elecciones presidenciales de 1999, el diario El Mercurio además de entregar las cifras que obligaban a una segunda vuelta entre el representante de la Concertación Ricardo Lagos y el representante de la derecha Joaquín Lavin, agregaba hábilmente en la portada un titular que aludía a la sorpresa del estrecho margen de los resultados acompañado de dos fotografías. La primera, un Lagos que alzaba la mano triunfante pero con un rostro cruzado por el desánimo, mientras que en la segunda, Lavín sonriente, confiado y humildemente…victorioso. El título advertía: «Por qué el que ganó perdió y el que perdió ganó».
Por supuesto, Lagos era el “ganador perdedor” y Lavín el “perdedor ganador”, separados por una cantidad ínfima de votos y abriendo una incertidumbre sobre quién podría ser el nuevo Presidente de Chile que inauguraría el siglo XXI. Los resultados quizás no eran una sorpresa para los últimos meses de la contienda electoral y algo hacía presagiar que Lagos, quién parecía ser el candidato que iba a ser ungido por la historia de Chile tras el retorno de la democracia en 1990, no la iba a tener tan fácil.
Los acontecimientos políticos que marcaban ese contexto-un Pinochet arrestado en Londres y los embates de una crisis asiática a fines de los 90- a pesar de modificar levemente el escenario político nacional, no se comparaban con los cambios que experimentaba un país que ya se había decidido hace rato por los beneficios del capitalismo. El Chile de los malls, la inversión extranjera, comprometido con el pago de su deuda externa y una clase media cada vez más amplia, dejaban atrás la postal de pobreza que el resto del mundo veía en cualquier país latinoamericano que haya estado bajo la sombra de un régimen militar.
Chile era otro y había cambiado.
Esa lectura ya la había hecho Lavín. No solamente en su primera y exitosa gestión como Alcalde de Las Condes en los 90 y cuando se convirtió en carta presidencial a regañadientes de la propia derecha; sino mucho antes, quizás cuando recomendaba en un programa radial a las audiencias sobre como comprar más barato y hacer durar los recursos; o cuando publicó el libro “La Revolución Silenciosa”, texto que más que una alabanza al régimen militar, era un reconocimiento y voz de alerta a la transformación económica del país abierto al mercado. Con esos antecedentes y un equipo asesor que conectaba con su astuta mirada, Lavín fue construyendo una nueva forma de hacer política y gestión alcaldicia (o al revés??) a como se conocía hasta entonces en Chile.
Ya no era el político de los grandes problemas y temas país, sino aquel que bajaba del “Olimpo de la clase política” y se acercaba al barrio con soluciones concretas e ideas nuevas antes de que estas coparan la lista de reclamos en los matinales televisivos. Lavín estableció, con sus propias palabras, una separación entre hacer lo que significaba “hacer política” y “hacer cosas”.
No por nada su denominación de “cosista” se convirtió despectivamente en boca de sus colegas en la analogía de “populismo”.
“La gente está cansada de lo mismo” solía decir y a su campaña se le debe un slogan que, posiblemente, como texto hacia las masas fulminó el legado de la Concertación: “Si en 10 años no hicieron nada, menos lo van a hacer ahora”. Una frase quizás injusta para lo que significó en realidad el gobierno de la Concertación en las transformaciones del Chile actual, pero que como proverbio popular se extendió a toda la clase política ( “No han sido 30 pesos, sino 30 años” podría la versión remasterizada de aquel eslogan tras el estallido social del 18 de octubre).
“Viva el cambio!” adornó muros, afiches y spots televisivos y radiales, acompañados de un Lavín proactivo reuniéndose con grupos sociales inimaginables para un candidato de la derecha en aquel momento. Un político diferente, de camisas arremangadas, hablando y escuchando de frente a la ciudadanía.
Más aún, capaz de enfrentar el tema de los Derechos Humanos, considerado una espina en el costado de la derecha chilena, con soltura, pero no menos planificación, reconociendo sentado al estilo “zen” en una multicancha poblacional que en Chile no debía nunca más repetirse esa historia y que si pudiera volver atrás, él ahora votaría “No” en el plebiscito de 1988.
Lo cierto es que de allí en adelante y mientras crecía en las encuestas presidenciales para sorpresa de la Concertación y de sus propios partidarios, Lavín desplegaba un nuevo modelo de hacer política en Chile y que dejaría atrás al modelo acartonado y excepcional del político tradicional.
Para esto se requiere copar la agenda de los matinales televisivos, mostrarse con ropa liviana, sonriente, cercano a la gente. Lavín era diferente. Alegre y optimista ante el futuro. Lagos era un gran político, sí. Pero era demasiado serio, arrogante y hasta enojón. Inclusive su slogan “Crecer con igualdad” más que una declaración de justicia social, también era interpretado con desconfianza por otros sectores del país hacia un candidato socialista que podía convertirse en el primero de esa tendencia en llegar a Presidente después de Salvador Allende.
Así las cosas. Lagos entendió el mensaje de la gente en la votación (Así lo declaró públicamente tras conocer los resultados de la primera vuelta) y modificando su estilo de político serio, se arremangó la camisa y con los mismos recursos de su contendor, aseguró que, con él, Chile era “Mucho mejor”. Cuento corto, ganó las elecciones con estrecho margen.
Y Lavín de allí en adelante, si bien era considerado el sucesor de Lagos en la silla presidencial, fue lentamente convirtiéndose en uno más de la política, ya sea por sus erráticas nuevas decisiones como presentarse a Alcalde de Santiago, así como también porque su fórmula de hacer política fue copiada y repetida por sus pares convirtiéndose en un modelo tradicional y efectivo para definir procesos electorales.
Lo demás es historia.
Bajó en las encuestas, su imagen fue superada por Michelle Bachelet, Sebastian Piñera con nueva astucia le arrebató su candidatura; perdió de forma humillante carreras electorales para el Senado y, sin embargo, a pesar de todos los embates de la contingencia chilena, siempre reflota como un candidato eterno en el escenario político y representante, quizás el último, de una raza en vías de extinción. Y para colmo, cuando su nombre volvía a perfilarse como el candidato con más posibilidades de llegar a La Moneda, irrumpe el 18-0, modificando las reglas del juego y poniéndole más trabas a su anhelado sueño de ser Presidente de Chile.
Es la buena y mala cueva de Lavín, a quién le cabe de perilla los versos del tema “La Cigarra” (Tantas veces me mataron, tantas veces me morí..y sin embargo estoy aquí resucitando”), un personaje que cambió para siempre la forma de hacer política en Chile, pero que, a la vez, ha sido sometido en las dos últimas décadas a duras pruebas con su propia medicina y las inevitables lecciones de la historia.
Será justamente ella la que le enseñará en los meses que quedan si merece convertirse en el próximo Presidente de Chile y quizás cerrar la puerta por fuera de un ciclo de presidenciables tradicionales que se inauguró con la llegada de la democracia. O deberá vivir condenado a ser un “outsider” y “olvidado” de la nueva política nacional que se vislumbra post 18-0 y postpandemia, y a quién alguna vez, quizás, se le agradecerán sus bien intencionados y renovados servicios a la causa.