No votamos por personas.
Votamos por países, por sociedades, por civilizaciones en las que esperamos convertirnos. Votamos por lo que esas personas prometen hacer y les creemos.
Creo en la inclusión y en el respeto por el otro.
No creo en las zanjas, en los muros, en pasar por encima del cuerpo y los derechos del otro.
Creo en la distribución de la ganancia y de la riqueza para que un día tengamos un país equitativo y justo como nunca hemos tenido.
Creo en subir los impuestos a los ricos y comprometer a las clases media y media alta a pagar los suyos. Porque el beneficio social, al final, sale de nuestros bolsillos en tanto Nación y comunidad.
Creo en la educación libre y gratuita como base de futuro; en la salud accesible y digna. Para detener una epidemia de muertes estúpidas por falta de dinero.
Creo en el diálogo y no en el patoterismo que observé con mis propios ojos cuando Kast estuvo en Puerto Natales, cuando sus matones golpeaban de a cuatro a un chico y yo interviene desesperado, asustado de lo que esto significaba.
Uno de ellos me tiró el teléfono: «¿Qué wueá estás grabando?», me gritó el tiempo que me lo arrancaba de las manos. Después vi personas tirando huevos y pedazos de pasto a Kast y una guardia pretoriana capturando a cada agresor menor.
Creo en un Chile mucho pero mucho más justo donde los elogios estén más cerca de Salvador Allende, Victor Jara, Los Jaivas, Neruda, Nicanor Parra que del gobierno de un dictador que logró solidificar los peores defectos que tenemos como nación.
Creo en la palabra de Gabriel Boric. Creo en lo que significan los árboles que planta aunque sean una estrategia de campaña. Muy buena, por lo demás.
¿Pero está la democracia en peligro? Cuando decimos eso, nos equivocamos porque pretendemos invalidar la opción de otros que piensan distinto o radicalmente distinto. Nos guste o no, Kast creció en democracia y se postuló de acuerdo a las reglas que la democracia estipula.
Lo que está en peligro es una forma de ver la realidad y de vernos a nosotros mismos. Un país que tiene todas las posibilidades de convertirse en una Suecia de Latinoamérica, pero que podría terminar siendo Sudáfrica, pujante pero segregada, dividida entre ricos y marginales.
Hay una diferencia.