Cada día en Puerto Natales en la Oficina Municipal de Información Laboral (OMIL) se ofrecen entre 200 y 250 puestos laborales que nunca son cubiertos en un su totalidad por los interesados.
Básicamente hay más empleo que trabajadores.
El fenómeno económico llamado “sobreempleo” tiene numerosas consecuencias y no son realmente positivas. Entre ellas, la falta de mano de obra calificada para resolver cuestiones técnicas que afectan al funcionamiento de las empresas que los requieren.
Los índices parecen vislumbrar un Natales y un Magallanes camino del desarrollo, incluso antes que el resto de Chile. La señal de “sobreempleo” apunta a que existe un base productiva y de servicios lo suficientemente amplía como para exigir más y más trabajo.
Lo que se traduce en mejores salarios, mejores puestos laborales, en definitiva, una mejor calidad de vida.
¿Qué piden estas listas? Cocineros, soldadores, operarios para la industria salmonera, choferes, entre otros.
Pero debemos que entender que el “progreso” no es un animal que se alimente solo. Quienes andan por los 50 recordarán qué era y cómo era Puerto Natales en los 70. La mayoría de los hombres trabajaba largas y peligrosas horas en las minas de Río Turbio, mientras sus parejas esperaban en sus casas rogando que volvieran completos el viernes por la noche.
Los demás trabajaban en lo que podían por salarios en ocasiones ridículos. La pobreza era transversal. No había 4×4 rodando por las calles y en invierno a las 17 horas estaba todo apagado. Tampoco se veían jóvenes dando vueltas en sus coches japoneses o coreanos. Si hubiera aparecido uno, habría sido como la llegada de un extraterrestre.
Hoy la desocupación en Magallanes ronda el 4%al 5%, el ingreso per cápita anda por los USD 18.000. Son cifras que nadie hubiera imaginado medio siglo atrás.
Pero estos índices no llegaron del cielo sino de la mano del crecimiento nacional que proveyó de más y mejores recursos a Natales y del desarrollo del turismo, una actividad que se impuso desde el extranjero y todavía tiene gran margen de crecimiento. Prueba de ellos son los USD 10 millones de dólares que recibe el municipio de Natales por año, los que se suman a otros 70 millones que son solicitados mediante proyectos en un plazo de 4 años de cada administración. En comparativa, Río Turbio, que ha llegado a albergar 20 mil habitantes, tiene un presupuesto anual que ronda los USD 2 millones anuales. Y con eso deben arreglarse.
El campo, el comercio, la pesca artesanal y la industria salmonera han hecho su parte en este escenario.
Solo la acuicultura le deja casi 300 millones de pesos anuales al municipio de Natales.
No es una cifra menor considerando que la administración de Antonieta Oyarzo es básicamente “antisalmonera”.
Y aquí estamos. Así son las cosas. Hasta aquí llegamos.
La pregunta a responder es ¿cómo seguimos?
Una visión radical indica que Magallanes y sobre todo Natales/Ultima Esperanza deben convertirse en la práctica en un gran parque nacional que viva del turismo. Esto como si el turismo, a diferencia de otras actividades económicas, no fuera contaminante. Habría que mencionar la fuga de material fecal de los pozos sépticos en el Paine, el colapso de la basura en los refugios, los incendios que acabaron con miles de hectáreas, a la sobrecarga en los servicios de electricidad, comunicaciones y redes de agua de Puerto Natales en los meses de verano, solo para comprender que el turismo es una actividad como muchas otras y que también deja su huella.
No estaría mal que los políticos locales leyeran a Yuval Noah Harari para enterarse de cómo la humanidad ha sido consumiendo recursos para reemplazarlos por otros al punto de volverse cada vez más eficiente. Hoy en día con los restos de comida que se desechan en el Primer Mundo y en los países en desarrollo se podría alimentar a la otra fracción del planeta que no tiene para comer. El dato es público y notorio.
En modo verde probablemente Natales, Punta Arenas y sus campos y canales aledaños se mantendrían vírgenes de la mano del ser humano, pero las sociedades que se fundaron hace más de cien años en esta geografía agreste tarde o temprano sufriría las consecuencias.
Seamos francos, este pensamiento ultra ambiental tiene como imaginario una población escasa y humilde en términos económicos. Es un regreso a los 70.
¿Este es el ideal que busca la sociedad de Magallanes? ¿Despojarse de todo lo que ha conseguido? ¿Tirar a la basura sus logros, sus casas, sus vehículos, sus trabajos y volver al paleolítico?
¿Seguiremos el consejo insistente de agrupaciones y movimientos verdes que ni siquiera han invertido en la región y tampoco son parte de ella?
El gobernador Jorge Flies anunció meses atrás en Puerto Natales que la ciudad llegaría a tener 20 mil habitantes más en 10 años.
Sin la industria es muy difícil que esto se cumpla.
El otro modo, es el que veníamos transitando y que deberíamos profundizar para convertirnos en una región desarrollada al modo de Europa o Estados Unidos.
Que debemos discutir el cómo es una cuestión insoslayable. No podemos destruirnos en función del progreso.
Pero no abandonar nuestros sueños como cultura, como ciudadanos de Magallanes, es un asunto muy distinto. Muy distinto.