Vivimos en la época de los insultos. En los años de tratar de menoscabar al prójimo lo más que pueda para dejarlo indefenso, para crear una realidad negativa a su alrededor, para hacer creer que siempre tengo razón, para ver la paja en el ojo ajeno, para tratar de humillar a quien piense distinto, y dejarlo en mala posición frente a la ciudadanía. Es la típica actitud altanera de molestar al otro con una clara intención. Mostrarme poderoso, superior. Moral, política y espiritualmente. Básicamente, un bullying político constante y permanente.
En nuestra región hay claros representantes de esta forma de «hacer política». Y de uno muy en particular, un consejero regional de reciente nacimiento en estas lides. Que incluso, trató de «merluzo» al Presidente Gabriel Boric en su primera visita a Punta Arenas. Y fue más allá, hizo en sus redes una reprochable publicación que al rato borró arrepentido, seguramente. O producto de las críticas que le arreciaron. Una actitud que solo les sube la temperatura a sus afiebrados seguidores. Porque al resto nos da vergüenza ajena, nada más.
Con este tipo de situaciones, el mensaje de los protagonistas hacia la comunidad es que «todo está permitido». En nada ayudan estas repetidas granadas que se tiran para provocar desmedro en la sociedad, y luego prometer el oro y el moro para cuando ellos lleguen al poder. Y así, hasta el infinito.
Luego algunos se espantan de escuchar o leer en redes sociales los más duros insultos o las más crudas teorías de una sociedad que ve en sus representantes la irresponsabilidad, y un lavado de manos cotidiano… Ellos generan las tensiones, y luego cuando las personas hacen los mismo, salen los «elegidos» a criticar y condenar. Muy conveniente.
Cualquier cosa que se anuncia por alguien que piense distinto a ellos y ellas, significa sacar por todas las vías un sinnúmero de epítetos, cuestionamientos, descalificaciones, y escenarios catastróficos que en nada ayudan a avanzar.
Es una estrategia. Obvio. Pero una estrategia pobre, sin sentido más que querer llegar al poder en base al desmedro del oponente. Acusando de ideológicos a todos quienes no piensen como ellos. Casi como si se estuvieran mirando al espejo cada vez que hablan. Vivimos una de las etapas más pobres de nuestra rica historia política a nivel local.
Algunos nuevos rostros en el Consejo Regional, o en los concejos municipales, han traído consigo la mala praxis de tan solo aportillar la imagen de quien ostenta democráticamente un cargo. Personas elegidas por la gente. Pero no les importa nada. Socavan, o intentan hacerlo, porque simplemente quieren poder. Y porque sus ejemplos a seguir (o a acompañar en giras regionales cada vez que vienen a la zona) son los que ponen en riesgo a la democracia con mentiras, con tergiversar conceptos o situaciones. Con disparar a diestra y siniestra contra lo que no les gusta. Como si estuvieran acostumbrados a que siempre se haga lo que quieren que se haga. ¿Y los tejados? De vidrio, claro.
Algunos más estudiosos, apuntan a que el insulto es una forma del chantaje, tremendamente evidente o grosera, y por lejos la más difícil de contrarrestar porque establece una diferencia radical entre quien insulta y quien es insultado. Siempre en desventaja para quien no quiere bajar de nivel, e ir al subterráneo del lenguaje, del no querer bajar a esos barros pegajosos que tan bien le sientan al que los expresa. Y que busca hacerse famoso a costa de ensuciar al otro, y ojalá le respondan para hacerse más conocido. Estrategia más vieja que el hilo negro.
El insulto y el ataque constante sin fórmulas propias o propuestas positivas, es una mala arte. Una repugnante artimaña. Cuanto más grave es lo que se dice, más se desea la indignación del otro. Penosamente, muchas veces no se distinguen los límites entre el argumento y el insulto
Los extremos se irán cayendo de la mesa. Y será la propia ciudadanía que los irá corriendo hasta botarlos. Como sacando las migas de pan desde el mantel. Corriéndolas porque molestan y desagradan.
Pero ¿Y cómo afrontamos todo esto que tristemente vivimos y que cada vez nos cansa, aburre y molesta? Con paciencia… con paciencia.
Porque la estrategia del insulto es, precisamente, que el otro pierda la paciencia.