Mi adolescencia la viví en un pequeño pueblo de Patagonia donde nada pasaba, pero a la vez todo pasaba, recuerdo que los jóvenes solo pensaban en escapar de esa bella prisión sin barrotes, que era como la caldera del diablo, sin embargo en mi grupo de amigos sobrevivíamos a esa gris realidad escuchando cassettes mal grabados de Rock y viendo cintas de betamax pirateadas.
Yo soy parte de la generación de mierda que alguna vez creyó en la revolución y vimos como poco a poco eso se diluía, si no fuera por la buena literatura, el cine y el Rock quizás ya estaría muerto.
Fuimos parte de esa alegría que nunca llegó o que se oxido en las garras de la burocracia del poder, nunca tuvimos líderes, siempre nos enfrentábamos al poder mirando a los ojos, nunca fuimos serviles a los gobernantes (la desconfianza siempre estuvo en nuestra lógica).
Los años 80 fueron duros y los 90 fueron de resaca, la democracia fue una fantasía que nos trataron de meter con un discurso en la medida de lo posible, los 90 estuvimos anclados en nuestros primeros amores, en nuestras primeras derrotas, en alcohol barato y droga pateada.
Nunca nos vendimos al mejor postor porque eso nos restaba guión para nuestra historia, siempre estuvimos con los perdedores, esos eran más atractivos.