En las próximas 24 horas seremos nuevamente testigos del patético espectáculo de ver subir y bajar candidatas y candidatos a las próximas elecciones de presidente, parlamentarios y consejeros regionales.
El cierre de la consulta de Unidad Constituyente dejó más dudas que certezas respecto de la actual influencia que tienen los partidos de la ex Concertación, que gobernó el país sin contrapeso desde el retorno a la democracia, y cuyos integrantes están sumidos en la más solemne de las irrelevancias, aunque algunos intenten -sin éxito- insuflarle a la coalición el oxígeno que requiere para seguir respirando.
El sábado recién pasado presenciamos el fin de una era y de una forma de hacer política, la que impuso el modelo de los grandes acuerdos, por la incapacidad de los sucesivos gobernantes de asumir los riesgos que implicaba efectuar los cambios que el Chile post dictadura pedía a gritos.
Así, durante treinta años, nos acostumbramos a idolatrar los promedios y creer que eso estaba bien. Craso error. Tanto que fue satirizado por el antipoeta Nicanor Parra para explicar la creciente desigualdad social: “Hay dos panes. Usted se come dos. Yo ninguno. Consumo promedio: un pan por persona”.
Tras el tinglado de cartón piedra que se construyó en aquellos años, se escondía la precariedad de un modelo que profundizó la desigualdad instaurada por el neoliberalismo salvaje de los Chicago Boys y postergó una y otra vez la promesa de la alegría que vendría.
No contentos con eso, fijaron en la nación -deseosa de justicia, castigo y reparación- la idea de que solo sería en la medida de lo posible.
El fin de esa época se comenzó a escribir el sábado 21 y fue transmitido en vivo y en directo por los canales de televisión del establishment, que impúdicamente llamaban a la ciudadanía a concurrir a las urnas, sin reparar que con esta acción provocaban el efecto contrario.
Pero todo esto no debiera ser novedad, el desapego de la gente comenzó hace mucho tiempo y se agudizó a partir de la revuelta social del 18 de octubre. Que no hayan querido entenderlo quienes provocaron con sus malas decisiones la debacle, es un síntoma más de la enfermedad terminal en que están inmersos y que se niegan a reconocer.
Anoche recordé una entrevista que realicé en mayo de 2019, para un diario magallánico, al octogenario líder socialista Germán Correa, ministro en los gobiernos de Patricio Aylwin y Eduardo Frei Ruiz-Tagle.
El Chino Correa, quien alguna vez fue también vicepresidente de la República, me confidenció que quería volver a la política activa porque era un imperativo ético cambiar el estado de las cosas.
Sin pelos en la lengua, calificó en aquella oportunidad de “muy mala” la situación en el Partido Socialista y agregó que “la hemos definido como en estado crítico, un partido que ha terminado siendo prácticamente irrelevante para la política nacional y que no tiene posiciones conocidas sobre ningún tema importante”.
Mucho de ello se percibió antes y durante la campaña de la ahora exabanderada presidencial Paula Narváez. Su derrota inapelable es reflejo de la “irrelevancia” denunciada por Correa, la que se extiende a sus socios tradicionales: Democracia Cristiana, Partido Por la Democracia y Partido Radical.
¿Podrán aggiornar sus propuestas y sintonizar con los anhelos de este nuevo Chile? ¿Serán capaces de alinear a los militantes tras la opción de la senadora Yasna Provoste? ¿Reconocerán finalmente su responsabilidad por acción u omisión en la actual crisis? ¿Permanecerán unidos en una eventual segunda vuelta? ¿A quién apoyarán si no avanzan?
Aún quedan algunos meses para que elaboren las respuestas.
La gente lo exige.