Que somos sectarios, lo somos. ¿Intolerantes?, ¡puffff!, un montón de veces. Producto de la venta del exitismo, olvidamos nuestras raíces, nuestro pasado. Este arribismo galopante, esta manera de creerse el cuento de haber roto la barrera de la clase media (ni hablar de clase baja, ni hablar), nos hace personas que vivimos (muchos), una realidad y condición que no nos pertenece. Ahí vamos con la camisita de moda, el pantalón de marca y caro, el calzado, el perfume, el celular de última generación que, obviamente pagamos a 12, 24 meses. No queremos para nada que nos recuerden algún pasado de carencias, de esfuerzos y nos rodeamos de “gente bien”, aprendimos a hablar distinto y por nada se nos puede arrancar palabras como “noshe o leshuga”, -horror de horrores- y, aún cuando cometamos un verdadero atentado y aberración idiomática, decimos “notche y letchuga”, porque no queremos ni por nada demostrar la hilacha… Si tienes algún apellido que no es “González ni Tapia” (notables y adelantados Los prisioneros), mucho mejor y buscamos en los abuelos, bisabuelos o tatarabuelos, en la Antigüedad Clásica, atisbos de apellidos y genealogías que nos alejen lo más posible de la ordinariez del chileno común, o sea, alejarnos lo más posible de la tribu, de los indios, de los roteques, de los patipelaos…Nos creemos diferentes y, por supuesto, superiores y en esta escalada de ascensión social, nos arrodillamos ante cualquiera, nos vendemos al mejor postor y asumimos ideas y convicciones que ni siquiera entendemos ni menos estudiamos. En esta sociedad evanescente, light, de grandes anuncios que proclaman el éxito, hemos dejado atrás la cultura, la educación, los valores y principios. Hemos accedido (para muchos solo una cuestión de dinero), a una educación (la mayoría -incluso con estudios superiores-), mediocre, precaria, pero que nos hace creer que somos parte de la sociedad que -gracias al mérito-, (palabra totalmente cuestionable hace décadas), ha llegado a ocupar un sitial que los otros por flojera o porque “no quieren” no ha alcanzado. Desde esta altura, desde esta mirada superior, miramos al resto con desprecio más aun si son de ideas políticas distintas a las nuestras y, como consecuencia inmediata, aflora el prejuicio, la idea preconcebida que solo unos pocos (muy pocos), pueden acceder a estudios superiores, a la cultura y ni se nos ocurre que alguno de estos “flojos que quieren todo gratis” pueda llegar a instancias de poder o alcanzar lo que muchos ni siquiera intentarían…El menosprecio de esta casta arribista afloró de inmediato, no podían concebir que “una india” llegara a tales instancias y hablaban de “la Loncón” -con toda su carga peyorativa- e incluso salió un genuino representante de este nuevo tipo social que se preguntaba (con desprecio, obvio) si sabía leer. Y así como “la Loncón”, hablamos de los indios, de los pobres w… (no entendiendo que es distinto ser un w…-tipo- pobre, que un pobre w…-tipo-). Esta nueva clase social no lee, no indaga noticias, se informa a través de redes, hablan de los “realyties”, del programa de cocina, pagan inscripciones y cuotas de ingresos inconcebibles para que sus “cachorros” no se mezclen con el perraje y -terriblemente- desfila ante sus ojos la desigualdad, la miseria, la falta de oportunidades, la pobreza, pero creen que es un “mal necesario” y, dentro de su ceguera e ignorancia supina, insisten en que los pobres son tales porque quieren, es decir, que la pobreza para ellos es una opción de vida, no una imposición de una sociedad desigual, es creer que alguien, en algún momento de su vida, decidió ser pobre, vivir en la miseria, en el hambre…Así las cosas, fue esperable el ataque inmisericorde, liviano, superficial y les causó un escozor terrible -en partes innombrables-, que una india, una mapuche, pudiera erigirse como autoridad nacional. Hay muchas cosas que tenemos que cambiar, no solo la letra de una constitución, sino nuestra mentalidad y eso es tarea compleja. En nuestra Patria, nadie puede ser de segunda, tercera o cuarta clase. Dejemos nuestra ignorancia y consignas -que ni siquiera entendemos-, de lado para dar paso a la buena voluntad y a la empatía. Hay que seguir cuidándonos de este bicho maldito, pero más de estos otros bichos y de su mala clase.