En este vivir vertiginoso, en esta aceleración constante que nos impone (autoimponemos, en realidad), nos acostumbramos al frenesí, a la hojarasca, al vendaval que envuelve y arrasa con todo…No nos detenemos a pensar y olvidamos, dejamos que las cosas pasen inadvertidas, imperceptibles, sin tener conciencia de lo que sucede en nuestro entorno y vemos un constante desfile de cosas, anuncios, personas, ofertas (muchas, en estos tiempos), afectos…Ajetreados y bombardeados por este “estilo de vida”, no descansamos, nos damos vueltas y vueltas sin poder dormir y, atormentados por las circunstancias, lo contingente, lo inmediato, deambulamos, perdemos el norte y la brújula de nuestra existencia sin saber exactamente dónde dirigirse y seguimos -como el caballo-, la zanahoria que nunca obtenemos. Creemos que es normal, nos habituamos a este “insomnio permanente” y -muy inteligentemente controlados por los poderes de siempre-, nos movemos entre la desazón y el intento de encontrar una cura, una salida para que el olvido no se lleve todo y deje el vacío y la incertidumbre…Olvidamos y -al contrario de los habitantes de Macondo-, no anotamos papelitos que nos recuerden, que nos vinculen al pasado, a nuestra historia y en recovecos que después tampoco logramos rescatar, vamos dejando mensajes, notas, noticias, eventos que pronto se llenan de polvo, de olvido…Sufrimos de insomnio y olvido, condenados a nuestra desidia, dejamos que otros escriban papelitos por nosotros, que otros escriban nuestra historia y de tanto en tanto, nos aferramos a personajes que dicen tener la cura y los seguimos -como ganado al sacrificio-, pensando, anhelando un estado idílico que nunca llega, que es solo eso, una ilusión…Los mercaderes de la cura aparecen de tanto en tanto y, llenas sus manos y sus bocas de pociones y tónicos milagrosos, creemos que sanaremos, que obtendremos por fin el bienestar deseado, tan esquivo, tan manoseado, tan imposible…Estos “Melquíades chilensis” nos dieron a conocer el hielo, trajeron la alquimia, nos embobamos por sus misterios y -con estilos casi mesiánicos-, nos dicen que tienen por fin la solución y que nos van a sanar del insomnio y del olvido y -como nosotros ya hemos perdido la memoria-, los dejamos hacer, crecer, propagarse por nuestra patria y siguen sin pudor alguno vendiendo sus mágicas pociones que nos liberarán de todo mal. Estos gitanos de la política, deambulan de un discurso a otro, se cambian de prendas con una facilidad inimaginables, cambian sus posturas, sus ideologías bajo la consigna de la “madurez” y bajo el imperativo categórico del “bienestar de Chile”, venden sus principios, sus consignas e intentan hacer desaparecer todos los papelitos depositados en los recovecos de nuestra conciencia y sin decencia ni decoro hoy abrazan a los que ayer escupían: “madurez política, le llaman ahora”, que para muchos que recordamos, no es otra cosa que traición y el intento de aferrarse al poder que tanto les gusta ahora y que tanto criticaban antaño. ¿Dónde quedaron sus promesas antiguas? ¿Dónde la lucha en las calles? ¿Dónde la defensa de los desposeídos, de los olvidados de siempre? Yo no les creo, lo he repetido muchas veces y no les puedo creer y no les voy a creer porque si alguno me dice que va a cambiar nuestra Patria y ni siquiera se han ocupado de los cientos de familias que no tienen ni siquiera leña para pasar el invierno, es solo argumento barato, oportunista y demuestra que no existió, no existe ni existirá una real preocupación por las penurias de mi pueblo. No nos dejemos llevar por el olvido, no se encante con promesas que sabemos no se harán realidad. Es tiempo de despertar y expulsar de nuestro paisaje a quienes nos traen como gran novedad el hielo. Cuidémonos de estos nuevos bichos, tan contagiosos y peligrosos como el Covid.