Las alertas se dispararon hace tiempo, pero no fue hasta hace dos semanas que el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) confirmó el grandísimo cambio demográfico al que se enfrenta Chile: en 2023 el país batió todos sus récords y registró 1,16 hijos por mujer, la tasa global de fecundidad más baja de Latinoamérica y una de las menores del mundo.
La caída de la fecundidad en Chile se enmarca dentro de un fenómeno global, pero aquí el descenso ha sido más abrupto.
La tasa ha caído un 53,7% comparado con 1992 y hoy es incluso más baja que la registrada en países históricamente con problemas de natalidad, como Japón.
Las proyecciones no son halagüeñas y se cree que la fecundidad chilena seguirá alejándose de la tasa de reemplazo, es decir, de los 2,1 hijos por mujer que se necesitan para mantener la población en el mismo tamaño, sin tener que recurrir a la inmigración.
La caída de la fecundidad es consecuencia de múltiples factores y, en parte, es una «historia de éxito», pues viene impulsada por la disminución del embarazo adolescente, el aumento de la esperanza de vida, la incorporación de más mujeres al mundo laboral o el mayor acceso a anticonceptivos, según especialistas.
A estas transformaciones culturales, sin embargo, hay que añadirles factores como el alto costo de la vida y la falta de servicios sociales, que están generando lo que la socióloga Martina Yopo ha bautizado como «infertilidad estructural».
«Hoy no se dan las condiciones sociales para tener hijos. Cuando uno se lo plantea, le asalta la preocupación de si va a tener suficiente dinero para mandarlos a una buena escuela, pagar un doctor o tener una casa digna», dice a EFE Yopo, de la Universidad Católica.
La «persistente» desigualdad de género y las «fuertes penalizaciones» que las mujeres sufren en el mercado laboral son otro determinante de la baja natalidad, según Yopo, así como la sensación generalizada de «pobreza del tiempo».
«La baja natalidad no es un problema de las mujeres, tiene que ver con cómo nos organizamos como sociedad», agrega.