Hace exactamente cuarenta y dos años, el 18 de febrero de 1981, nuestra imaginación viajaba junto a un aventurero que desafiaba a todos los dioses de la Patagonia. Había llegado a Punta Arenas una semana antes, con el objetivo de preparar su gran hazaña: cruzar en Alas Delta el temido y legendario estrecho de Magallanes, uniendo Punta Arenas con la isla de Tierra del Fuego.
En los días previos al gran vuelo, en varios locales comerciales del centro de la ciudad se vendían equipos y juguetes análogos a los que el “Hombre pájaro” utilizaba en sus demostraciones, los que eran transmitidos por las distintas radioemisoras locales y por el Canal 6 de televisión. Eran días de verano, a ratos con mucho viento. Una semana atrás, el general Pinochet con su mujer, Lucía Hiriart, y una extensa comitiva integrada por ministros, subsecretarios y funcionarios de la (CNI) habían estado recorriendo la región, inaugurando algunas obras públicas de importancia y anunciando otras medidas futuras que auspiciaban el progreso del austro.
Como era costumbre, los medios de comunicación, tanto impresos como audiovisuales, -siempre solícitos con el régimen de facto-, dedicaban páginas completas y horas enteras para cubrir cada venida del capitán general. Pero lo que no se decía, era que el dictador recorría cada región con el propósito de poner a punto, de revisar cada detalle que pusiera en peligro la entrada en vigencia de la nueva Constitución, anunciada para el 11 de marzo siguiente.
Pero eso no era todo. La selección de Punta Arenas, flamante campeón nacional del fútbol amateur esperaba la visita de Cobreloa, el último campeón del fútbol profesional chileno, antesala de una serie de duelos amistosos en el Estadio Fiscal que incluyó otro partido con la Universidad Católica y una exhibición con el mismísimo combinado nacional chileno, en vísperas al inicio de los partidos eliminatorios con Ecuador y Paraguay, válido por un cupo directo para el mundial de España 1982.
El mismo día en que Punta Arenas y Cobreloa empataban uno a uno, (gol de Óscar Mendoza de tiro libre y de Washington Olivera para los loínos), el “Hombre pájaro” realizaba con éxito su último vuelo de reconocimiento. Se vivían las últimas horas del 16 de febrero, un día con mucho viento y fresco en la noche.
Sin embargo, la historia de esta aventura había comenzado exactamente ocho meses atrás. A mediados de junio de 1980, nos enterábamos que José Antonio Acevedo, chileno de 40 años, radicado en Ecuador, imaginaba cruzar el estrecho en Alas Delta. Su currículum deportivo no dejaba indiferente a nadie. Había establecido varias marcas en Buenos Aires y Montevideo. De acuerdo con su propio relato, lo impulsaba un afán netamente turístico. Las postales que circulaban en el mundo de Fuerte Bulnes y las Torres del Paine, lo convencieron de llegar a Punta Arenas.
“Observando las cualidades que tiene esta ciudad, sus vientos y su paisaje tan hermoso, decidí intentar la hazaña de cruzar con Alas Delta el Estrecho”, aseguró en su primera visita. Más adelante, en una entrevista concedida al diario “La Prensa Austral” reveló la red de apoyos que esperaba consolidar en los próximos meses: “He tomado algunos contactos. Estuve conversando con el Coordinador Regional de Deportes y Recreación, Reinerio García Fernández, con personeros de la Gobernación Marítima, para solicitar algún asesoramiento. Me mostraron unas cartas de navegación”.
El 11 de febrero de 1981 estaba de vuelta en Magallanes. Unos días antes, había conquistado el segundo lugar en una competencia sudamericana de Alas Delta efectuada en Arica. En Punta Arenas, en cambio, el mal tiempo le impidió hacer el trayecto de reconocimiento. Recién, el 16 pudo sobrevolar el Estrecho. “Todo depende del tiempo nada más. Yo necesito de 10 a 15 millas de velocidad, pero no 40 o 50 como ocurre en estos momentos”, decía en esas horas previas. En la última entrevista otorgada a un medio de comunicación, Acevedo reflexionó:
“Llevo 17 Kilos en total y el cruce debo hacerlo si todo sale bien, entre 30 o 40 minutos, a una altura de unos 300 o 400 pies. La distancia de orilla a orilla es de más o menos 30 Kilómetros y estoy bien preparado físicamente para el intento”.
¿Qué ocurrió en la noche del 18 de febrero? Conforme a lo planeado, Acevedo consiguió elevarse desde la base de Bahía Catalina. Veinte minutos más tarde, a las 21.20 horas un avión de la Fuerza Aérea advirtió de la caída del “Hombre pájaro” a las aguas del Estrecho, en momentos en que se hallaba a unos ocho Kilómetros de la costa. De inmediato, la FACH destinó al lugar dos helicópteros y pidió auxilio a la Gobernación Marítima de Punta Arenas, la que respondió enviando las lanchas patrulleras “Yagán” y “Biobío”, junto al remolcador “Ultramar Ocho”. En un análisis preliminar de los buzos de la Armada, se estimaba que Acevedo, quien llevaba puesto un traje especial para la ocasión, podría sobrevivir hasta la una de la mañana aproximadamente, debido a que la temperatura de las aguas bordeaba los diez grados centígrados.
La búsqueda continuó con intermitencias en horas de la mañana. El informe meteorológico era poco alentador. Se esperaban vientos de más de cien kilómetros por hora. El mal tiempo se extendió casi toda una semana. La pérdida de Acevedo en el estrecho de Magallanes se combinó con la tristeza de cientos de niños que soñaban con ver reaparecer al héroe de carne y hueso envuelto en sus Alas Delta.
Recuerdo que una gran angustia se apoderó de nosotros cuando la radio interrumpió la transmisión en vivo que hacía del vuelo de Acevedo. Sin embargo, era sólo el principio. En la escuela nos hicieron leer “Alsino”, la historia del niño que intentó volar, de Pedro Prado. Sin comprenderlo aún, nos habíamos convertido en herederos del sueño de Acevedo.