El incendio en la comuna de Timaukel, ubicada en la isla de Tierra del Fuego, se inició el pasado 25 de enero, en un predio perteneciente a la Forestal Russfin. Hasta ahora ha permanecido activo por más de diez días, y ha arrasado con más de 1.200 hectáreas de bosque nativo y turberas, la mayor reserva de carbono a nivel mundial.
A pesar del trabajo conjunto de decenas de bomberos, brigadistas de Conaf y funcionarios del Ejército, las condiciones climáticas y territoriales han complicado la labor contra el fuego: La zona afectada es un terreno de difícil acceso y ha presentado vientos de hasta 100 kilómetros por hora.
“Este es un incendio que no avanza como una masa de fuego uniforme. Es más bien calmo, pero que aprovecha grandes cantidades de madera muerta tirada en el piso del bosque”, explica Aída Baldini, gerente de Prevención de Incendios Forestales de la Conaf.
El objetivo de los equipos es controlar el siniestro mediante la construcción de cortafuegos para que así las llamas no se sigan expandiendo. Debido a las condiciones del terreno, en ocasiones el incendio ha superado estas medidas, complicando aún más la labor.
La principal arma contra el avance de las llamas es el avión Hércules C-130. “Esta aeronave es capaz de descargar 15 mil litros de agua de una sola vez, a una altura de 50 metros, pero hoy día por condiciones de viento está volando sobre los 150 metros para poder atacar los sectores más activos del incendio”, señaló Mauricio Vejar, director regional de Conaf.
Al día de hoy, según informa Conaf, se han desplegado cerca de 200 personas en la logística y en el combate directo a los focos de incendio. Sin embargo, seguirá incorporándose una mayor cantidad de personal para trabajar en la zona.
“Se están movilizando dos brigadas en apoyo interregional provenientes de la Región Metropolitana y del Biobío para continuar las labores de combate terrestre en el incendio, además de una brigada de CMPC y una brigada especialista de la Fundación Pau Costa“, señaló Baldini.
La principal preocupación de los expertos es la destrucción de este milenario ecosistema, considerado vital para enfrentar el cambio climático debido a la gran presencia de turberas. Estas son acumulaciones de turba, material vegetal en descomposición, y poseen una antigüedad de hasta 18 mil años.
Un rápido control del fuego es esencial para no quemar las turberas, daño que podría tener consecuencias ambientales considerables.
“Las turberas almacenan más carbono que los bosques, por lo que el carbono que se va a liberar de ellas es mucho mayor que un bosque quemado. Y lo peor es que apagarlas cuesta mucho más, porque, además, se quema a una profundidad de a lo menos cinco metros”, señala Melissa Carmody, coordinadora del Parque Natural Karukinka, que es administrado por la Sociedad de Conservación de la Vida Silvestre, WCS, por sus siglas en inglés.
A pesar de que se controlen las llamas a nivel superficial, el incendio de las turberas podría prolongarse durante meses. “El fuego puede seguir consumiéndola por varios meses como si fuese un pedazo de carbón en un asado, en que no se ve flama aparente, pero continúa ardiendo”, explica Jorge Hoyos, investigador del CR(2) y el Laboratorio de Biogeoquímica Ambiental de la U. de Magallanes.
Otro aspecto preocupante es el periodo de tiempo que demorará esta materia vegetal en recomponerse, lapso que podría demorar desde 400 a 500 años, señala el experto.
Respecto al bosque superficial, el tiempo de recuperación también es prolongado. “Demorarán entre 100 y 200 años en alcanzar su madurez, por lo que cada árbol demorará, a lo menos 100 años en recuperarse”, explica Carmody.