Es inevitable que hagamos un breve alto en las columnas habituales que escribimos sobre historia y literatura. Hace unas cuantas horas el Consejo de Monumentos Nacionales declaró como sitio de memoria al Estadio Fiscal de Punta Arenas, hoy llamado Antonio Ríspoli Díaz.
Al igual que el Club Hípico, la base aérea de Bahía Catalina, el parque Don Bosco, la Zona Franca, las poblaciones Explotadora y Las Naciones, el Estadio Fiscal llena de imágenes la niñez y también, la adolescencia que vivimos con la familia. Hace 43 años exactos, nuestro padre nos sorprendió convidándonos a ver los partidos del Campeonato Nacional de Fútbol Amateur de 1980, que contemplaba un torneo a disputar, todos contra todos, entre los representativos de Arica, Iquique, Quintero, General Velásquez, Molina, Temuco y las selecciones de Puerto Natales y el local Punta Arenas.
Recordamos nítidamente, que en el entretiempo de cada cotejo, los espectadores divididos en grupos, se reunían a fumar cerca de los baños. Allí, aprovechaban de contar chistes, -evitando por cierto, que quienes se hallaban al lado se enteraran-, y que siempre tenían como protagonistas a los integrantes de la Junta Militar de Gobierno establecida de facto, luego del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. Después, inevitablemente, alguien, mirando hacia el sector norte del recinto, donde se encontraban los camarines de los jugadores, hacía el siguiente comentario macabro: “Van en fila india a la sala de castigo”, a lo que seguían frases como: “Allá penan. Los camarines Eco, Whisky, ¿así se llamaban? ¿En cuál torturaban más?”
Teníamos nueve años cuando escuchamos esto, por primera vez. En aquel momento no teníamos idea de por qué la gente hablaba en voz baja, hasta que nuestro padre nos advirtió: “Porque puede haber soplones”. En síntesis, todos estábamos enterados de lo que había ocurrido en el Estadio Fiscal hacía cinco o seis años atrás. Con el tiempo, ya adolescentes, ingresamos a estudiar en el Liceo de Hombres Luis Alberto Barrera. Allí tuvimos como compañeros a hijos de uniformados o de civiles que trabajaban en la temida CNI (Central Nacional de Informaciones). Nosotros sabíamos que eran hijos de “sapos”. Ellos actuaban con cierta superioridad, -aun cuando la mayoría eran alumnos regulares, más bien discretos-, convencidos que sus padres estaban haciendo un trabajo especial que los dignificaba por salvar a la Patria de elementos marxistas.
Ahora bien. Tuvimos la ocasión de prestar alguna colaboración al proyecto de investigación realizado por el profesor de historia Rodrigo González Vivar, el arquitecto Alejandro Parada Valencia y la Organización de Derechos Humanos Orlando Letelier, iniciativa que derivó finalmente, en lo que hoy reconoce el Consejo de Monumentos Nacionales y aprovechamos de recordarlo aquí en esta nota.
El Estadio Fiscal nació de un proyecto presentado a la antigua Municipalidad de Magallanes, por el regidor y profesor de castellano, Julio Ramírez Fernández, a principios de 1961. La moción se argumentaba en que los recintos de la Confederación Deportiva, el Gimnasio Cubierto y el estadio Ramón Cañas Montalva eran insuficientes para cobijar la creciente demanda en actividades deportivas, en consideración a que la ciudad superaba ya, los 60 mil habitantes.
En lo esencial, el proyecto comprendía la construcción de un moderno estadio en los campos de Avenida Bulnes, en terrenos conocidos como ex Pollería y contemplaba un velódromo con pista reglamentaria de 335 1/3 metros de pista con una tribuna con capacidad para 1.000 personas. Una cancha de fútbol de 70 por 105 metros, con dos tribunas laterales con capacidad para 5.000 personas. Junto al campo de juego se debía construir una pista de atletismo con fosos de saltos y lanzamientos, debidamente iluminados.
Se agregaban tres canchas de fútbol para entrenamientos de 70 por 105 metros, con tribunas con capacidad para 600 personas; una cancha de basquetbol y otra de hockey de 14 por 26 metros, con una tribuna con capacidad para 800 personas; otras tres canchas de basquetbol de 14 por 26 metros con sus camarines respectivos; una cancha de tenis de 12 por 23 metros, con tribunas para 600 espectadores junto con tres pequeñas canchas de tenis para entrenamiento. A ello se sumaba una casa para el cuidador del complejo deportivo y otra habitación destinada al administrador, junto a un casino de 200 metros cuadrados de superficie; un parque de juegos infantiles, playas de estacionamiento para automóviles y viveros, todo esto dentro de una superficie de construcción total de doce hectáreas.
Este proyecto inicial fue concebido cuando se redactó la primera ley que creó la Corporación de Magallanes, la N°13.908 publicada el 24 de diciembre de 1959, que tardó casi una década en hacerse efectiva. Recién el 26 de abril de 1968, el presidente Eduardo Frei Montalva en su segunda visita a la provincia, firmó el documento que ponía en marcha la CORMAG, mediante el nuevo cuerpo legal N°16.813. En el documento original de 1961, el regidor Ramírez Fernández concluía la presentación de su iniciativa señalando:
“En virtud de que la Confederación Deportiva de Magallanes no cuenta ni podrá contar con los medios económicos que le permitan la realización de tan noble como elevada empresa deportiva, es que venimos en someter a la ilustrada consideración del señor Presidente de la Corporación de Tierras de Magallanes, dignísimo Directorio y representantes de las más importantes instituciones magallánicas, la posibilidad de que la primera obra a emprenderse por la H. Corporación Magallánica sea la construcción del Estadio de Magallanes, llenando con ello una sentida necesidad deportiva y satisfaciendo asimismo el más caro de los anhelos de los deportistas de la zona austral”.
En la primavera de 1968, comenzaba oficialmente, la construcción del Estadio.