A más de dieciséis mil kilómetros de Chile, en Asia Central, se desarrolla por estos días una de las crisis humanitarias más violentas del último tiempo.
Centenares de afganos tratan de huir por cualquier medio de su país, el que luego de ser sucesivamente invadido por la Unión Soviética y Estados Unidos, vuelve a estar bajo el rigor del Talibán.
En las últimas dos semanas hemos sido testigos de cómo miles de personas intentan subirse a los aviones que evacuan a los pocos extranjeros que van quedando tras el retiro programado de las tropas estadounidenses, mientras son severamente reprimidos por los fundamentalistas islámicos.
Son migrantes forzados que huyen del extremismo religioso y en muchos casos de una muerte segura por haber adoptado un modo de vida occidentalizado, que no se compadece con los preceptos coránicos o con la interpretación que hacen de ellos los líderes espirituales más ortodoxos.
Son parte del ya cotidiano desplazamiento en masa de personas desde diversos puntos del planeta hacia lugares donde no siempre son recibidos con los brazos abiertos.
Chile, desde hace dos siglos, ha sido la estación final de familias que buscan un lugar donde asentarse, desarrollarse y cumplir sus sueños. Es así, con la fuerza de los migrantes, que nuestra idiosincrasia se ha forjado históricamente, de norte a sur, pese a la reticencia y xenofobia de algunos.
El próximo viernes 3 septiembre se conmemora un nuevo aniversario de la recalada en 1939 del vapor Winnipeg en el puerto de Valparaíso, trayendo a bordo a españoles republicanos y sus familias, que huían tras haber sido derrotados por las fuerzas militares del sublevado general Francisco Franco.
Un capítulo fundamental de aquella diáspora tuvo como protagonistas centrales al poeta y premio Nobel de Literatura Pablo Neruda y al Presidente Pedro Aguirre Cerda, quienes se unieron para traer a nuestro país a los vencidos.
Durante su permanencia en la península ibérica, Neruda conoció profundamente al pueblo español y junto a él sufrió el inicio de la Guerra Civil. Durante el conflicto perdió a uno de sus más grandes amigos, el poeta andaluz Federico García Lorca, y supo de la persecución de otros tantos.
En su obra autobiográfica Confieso que he vivido, narra:
“Las noticias aterradoras de la emigración española llegaban a Chile. Más de quinientos mil hombres y mujeres, combatientes y civiles, habían cruzado la frontera francesa. En Francia, el gobierno de León Blum, presionado por las fuerzas reaccionarias, los acumuló en campos de concentración, los repartió en fortalezas y prisiones, los mantuvo amontonados en las regiones africanas junto al Sahara”.
En tanto, el Frente Popular gobernaba Chile bajo el mando de Pedro Aguirre Cerda. Ante él se presentó el poeta con su idea humanitaria de traer refugiados. La respuesta del Mandatario retumbó fuerte:
“Sí, tráigame millares de ellos. Tenemos trabajo para todos los pescadores; tráigame vascos, castellanos, extremeños, gente con varios oficios, labriegos y carpinteros”.
Para Neruda la situación era clara, debía seleccionar a aquellos que cumplieran con las exigencias presidenciales. Pese a las dificultades que tuvo para hacer su trabajo, logró convencer a Juan Negrín, cabeza del gobierno republicano en el exilio, para que arrendara el vapor Winnipeg; un viejo barco de carga francés, que regularmente cubría el trayecto de Marsella a las costas de África.
Neruda no falló, entre los migrantes venían obreros, técnicos y profesionales; entre otros, el historiador Leopoldo Castedo, el profesor y periodista Isidro Corbinos, los futuros pintores José Balmes y Roser Bru, el dramaturgo y ensayista José Ricardo Morales y el ingeniero, profesor y empresario Víctor Pey.
La mañana del viernes 4 de agosto de 1939, los más de 2.300 republicanos cantaban y lloraban cuando el barco levó anclas en el muelle fluvial de Trompeloup-Pauillac, próximo a Burdeos, y enfiló la proa rumbo a Valparaíso, donde llegó un mes después, la brumosa mañana del domingo 3 de septiembre, esta vez transportando esperanza.
Hoy, enfrentado a las peticiones de los migrantes de este siglo, Chile no puede olvidar su larga tradición de ser refugio de los perseguidos.