En las últimas semanas los ataques y las críticas han sido lo que más se ha podido leer, ver o escuchar en diversos medios de comunicación por parte de dirigentes de la política en general. Incluso por parte de algunos medios de comunicación en específico. Escenarios imaginarios llenos de terror y dramatismo. Una cuestión hasta casi generacional que poco se entiende.
Son los mismos de siempre, los que exponen pesadillas que se engendran en sus mentes, cuestiones que pareciera que quieren que sucedan. De propuestas, liderazgos o planteamientos, nada.
Es extraño ver que hay sectores que piensan que a través del miedo y los ataques se puede llegar a ganar una elección. Menos en estos tiempos, o mejor dicho, después de los tiempos que han pasado. Chile cambió, cambiaron sus votantes también. La gente más joven ha entendido. Los habitantes de los distintos territorios se han dado cuenta de muchas cosas, y ven que la mayoría de las veces las promesas que les dijeron eran solo eso, promesas.
Pero de cumplirlas nada. Es más, cuando ven que hay personajes, o protagonistas de la política contingente, que se reúnen, que conversan, que planifican un trabajo en conjunto en pos de mejorar la realidad o empujar ese mejor porvenir, lo que hacen es criticar, lloriquear, atacar… ¿Y de propuestas? Nada.
Como si el «meter miedo» fuera una buena estrategia. En comunicaciones hay una verdad que se podría entender como absoluta: «No hay publicidad buena o mala, solamente hay publicidad». Y es que la lectura desde distintos sectores políticos claramente no ha sido, ni es, la correcta. Se está más preocupado de pegar, de menoscabar, que de proponer. De menospreciar y ver todo negativo, que de crear y convencer con ideas.
Por un lado se apunta hasta el hartazgo de que nos convertiremos en Cuba o Venezuela si se vota de tal o cual manera, desde otros sectores se muestra una especie de convencimiento de que no hay mejor alternativa que ellos y disparan diciendo que lo que se hace desde otras corrientes corresponde a la «vieja política», como si muchas de las candidaturas actuales no se hubieran decidido entre cuatro paredes o a dedo, o como si los dirigentes que hoy encabezan dichos conglomerados no hubieran sido (o mejor dicho son) parte de aquella «vieja política». También hay que poner sobre la mesa la, a veces, altanería de otros más jóvenes que pareciera que cuando cometen un error no existiera la aceptación del mismo y siguieran adelante como diciendo que «aquí nada ha pasado».
La gente ha demostrado en las últimas elecciones que quiere a ciudadanos y ciudadanas que no representan intereses partidarios, sí no más bien los intereses de las personas. Ese miedo que se ha tratado de inculcar por décadas, y que claramente dio resultado en algún momento, ya no es efectivo. Pero siguen sin darse cuenta. Siguen tratando de inmovilizar a la sociedad con caricaturas y mensajes de odio. Una pésima lectura de la realidad, que los seguirá hundiendo en un hoyo que ellos mismos están cavando.
Rostros nuevos, una generación que irrumpe y que no quiere seguir escuchando las mismas tonterías de siempre.
Ya no es la tele o los medios tradicionales los que te dicen cómo son las cosas, o qué conviene más o menos. Son otros los canales de comunicación, otras las vías de información y de organización. Pero la real «vieja política» sigue sin entenderlo. Y pareciera que seguirán por la misma vía. Como monito porfiado. Golpeándose la cabeza contra la pared para ver si en algún momento se les cumple el deseo. Pero el deseo de las personas no es otro que el recambio, las nuevas voces. Lo que las nuevas generaciones no tienen miedo de entender y al mismo tiempo tratar de cambiar.
Mientras siguen disparando terror en sus palabras y letras, los escudos de nuevos tiempos atajan cualquier intento de soborno idealista y doctrinario. La gente quiere equilibrio, quiere una sociedad más justa, con derechos y responsabilidades, pero justa. Sin payasos que inculquen el miedo donde ya no lo hay.