Por Claudio Andrade
Ya ha sido dicho: hay libros, como personas, inexplicablemente adictivos.
Los encuentras por ahí, los lees y ya no puedes dejarlos atrás. Por supuesto, eso también ocurre con ciertas canciones y con algunas películas, pero el caso es que me encuentro pensando en “Seda” de Alessandro Baricco.
Alguien me lo prestó años atrás y me advirtió que tendría sus consecuencias.
Las tuvo. Devolví el libro a regañadientes hasta que hace poco lo encontré en una librería y lo compré: “Seda”. Por fin solos.
Iba a explicar que se trata de una historia simple. ¿Lo es? Hervé Joncour se dedica a un particular oficio: compra huevos de seda a lo largo de Europa que luego vende en su pequeño pueblo, una villa francesa dedicada a su producción. En el siglo XIX, el negocio le termina siendo muy lucrativo.
Plácida y sin conflictos transcurre su existencia hasta que una epidemia que afectan a los gusanos locales le impulsa a viajar a Japón.
En el país del Sol Naciente conoce por segunda vez el amor y el delicado y casi invisible arte de comprender lo frágil. Tras su aventura, se vuelve rico. Y eso sería todo.
Dicho de este modo no suena muy alentador.
Sin embargo, puedo asegurarles que “Seda” es una obra intensa, despojada y escrita con un sentido de la vacuidad que la acerca a la perfección. Baricco dice con menos elementos y con menos palabras lo que la mayoría de los escritores conocidos no ha dicho con enciclopedias enteras. ¿Y qué cuenta Baricco además de la historia de un rico emprendedor?
Pues, que la vida es un río. Que las cosas van y vienen ante nuestros ojos testigos. Que aun si tenemos las certeza y la sabiduría de esperar y de actuar en el momento correcto y de la manera correcta, tarde o temprano nos veremos abrumados por la pasión y el deseo, y que eso, al fin de cuentas, también forma parte del ciclo vital. Que ser persona es una de las tantas metáforas de la osadía.
En “Seda” su autor recupera en las líneas de texto el sabor de la libertad. Su personaje principal ha nacido iluminado como un Buda que no se deja llevar del todo por la certeza de su talento.
Sin esperarlo se enamora. Sin desearlo con furia se vuelve rico. Habita un mundo convulsionado con una mirada ausente pero cuando después de la sangre y el dolor, la tensión y la ruptura, se hace necesaria una acción definitiva, es él quien la ejecuta.
A medida que transcurrimos por “Seda”, como ese río del cual hablaba, nuestro ánimo también tiene la oportundidad de caer en un auténtico éxtasis.
Como Hervé Joncour gozamos de un placer único: leer sobre el agua.
Porque al leer construimos puentes entre el deseo y el misterio. Perdiéndonos, una y otra vez como ondas marinas, nos volvemos luminarias, objetos únicos en un universo desolado.
«Seda» tiene una versión cinematográfica, dirigida por François Girard con Michael Pitt, Keira Knightley y Kôji Yakusho, entre otros.