A Timorato, así lo identificaré en las siguientes líneas, lo conozco desde hace cincuenta años.
Crecimos juntos y vimos siendo niños el surgimiento de la dictadura, la más brutal y sanguinaria de la historia de Chile.
Mi amigo se caracterizó siempre por su temor a lo nuevo, a enfrentar lo desconocido. Nunca expuso un milímetro de su pellejo en defensa de nadie. “¿Para qué -me decía y continúa haciéndolo- si mañana hay que seguir en lo de todos los días?”.
La vida pasó delante de sus ojos y no logró percibirla, como suele ocurrir cuando se ve una película en la moviola del montajista.
No lo culpo, pertenece a la casta ciudadana que confunde la mesura y prudencia con la apatía y abulia. ¿Para qué involucrarse si eso sólo traerá problemas?
Nunca protagonizó un segundo de su gris existencia, siempre fueron otros y otras los que decidieron por él.
Esta semana, la que se va, los temores de Timorato lo han desbordado, al punto que ve conspiraciones en cada uno de los hechos que llenan los matinales de la televisión. Su mundo se derrumba y no sabe qué hacer.
Sin ningún pudor ni freno, asegura que los comunistas, el Frente Amplio y la Lista del Pueblo, se quieren apropiar de sus bienes y ahorros, que es inminente la destrucción del modelo que tanto bien le ha hecho al país.
Intento explicarle que su preocupación es una de las manifestaciones de la enfermedad que viene corroyendo desde hace varias décadas el cuerpo social, que la gente ya no soporta más los abusos, la desidia, las injusticias, la corrupción, el tener que levantarse cada mañana como un autómata que no gobierna sus acciones.
No me oye, la paranoia lo está superando y no piensa, al punto que puso a la venta su casa y quiere irse del país.
Con fraternal cariño lo calmo y le digo que sus aprensiones no tienen asidero en la realidad, que lo que viene es el remedio, que Chile ya no soporta más la descomposición, que nadie quiere quitarle nada ni hacerle daño, que solamente es el golpe de timón de un pueblo que busca enmendar el rumbo de la nave que zozobra en medio de la tormenta.
Su argumentación roza los extremos, me habla de lo que sucedió en Venezuela, ejemplifica con Argentina, se espanta con Colombia, profetiza con Perú.
Sus certezas se desmoronan y no tiene a nadie que decida por él.
En los próximos días, semanas y meses, deberá concurrir nuevamente a las urnas a emitir su preferencia. Lo aterra que se repita el resultado abrumador del Apruebo.
Adelantándome al final de su análisis, le recuerdo su párrafo favorito de Demian, un libro que casi lo hizo cambiar en la adolescencia: “El pájaro rompe el cascarón. El cascarón es el mundo. Quien quiera nacer, tiene que romper un mundo”.
A estas alturas, ni siquiera Hermann Hesse lo tranquiliza. Le aterra la posibilidad de morar en el mundo que está por nacer.
De fondo, Silvio Rodríguez no colabora, y su “la libertad nació sin dueño”, le martilla la cabeza.
Me doy por vencido. Timorato no tiene vuelta. A sus más de 60 años no quiere tomar las riendas de su destino. No sabe cómo hacerlo.