Escribo sobre caliente esta columna, cuando aún no se enfría el conteo de votos en el país, y la aguja de las preferencias oscila, sobre todo entre los que aspiran a ocupar sillones en el Senado y la Cámara de Diputados.
En la elección mayor, la que definirá el nombre del próximo presidente de Chile, el centro político desapareció del mapa y dio paso a la ultraderecha y la izquierda, que con sus abanderados José Antonio Kast y Gabriel Boric se enfrentarán en segunda vuelta, el próximo 19 de diciembre.
En los siguientes treinta días, Kast y Boric deberán convencer al electorado de los cinco candidatos que quedaron en el camino de que sus proyectos políticos contienen lo que se necesita para gobernar hasta 2026, un presupuesto que podría cambiar si los constituyentes introducen modificaciones en los poderes Ejecutivo y Legislativo en la nueva constitución.
Tampoco la tendrá fácil la Convención Constitucional para cumplir su misión, compuesta mayoritariamente por representantes del progresismo, si resulta electo presidente José Antonio Kast, quien es un feroz opositor a las propuestas de cambio que se han esbozado en ese organismo.
La cuenta regresiva comenzó anoche y tendremos un mes para tomar una posición definitiva, los caminos que se abren se proyectan en direcciones opuestas.
Hoy más que nunca no da lo mismo por quién vote.
Kast no es el futuro, por el contrario, sus propuestas fundamentalistas, cercanas al negacionismo, pasarán la aplanadora sobre todas las conquistas sociales conseguidas en las últimas décadas por mujeres, estudiantes y trabajadores.
Quien se dio un gustito este domingo votando de manera ecléctica, pensando que de esa forma podría conciliar los valores, tendencias e ideas, de sistemas diversos, se equivocó.
Los caminos que se abren no se juntan ni desembocan en el mismo punto, para el candidato de la ultraderecha es más importante dios que la mujer y el hombre; la patria que las naciones que habitan los territorios; la uniformidad que la diversidad; el individualismo que el avance colectivo; el autoritarismo que la democracia; sus dogmas que la libertad; el extractivismo salvaje que la naturaleza.
Nada está cerrado, todavía es posible que las fuerzas progresistas, tan fuertes en las ciudades, se conecten con el mundo rural, que siente -con no poca razón- que su ethos es muchas veces ninguneado por la élite citadina e intelectualoide, que los ve a través de una vitrina y no abraza con la misma fuerza sus anhelos.
Llegó la hora de escuchar más y mejor, de darles seguridad a quienes se sienten amenazados en sus legítimas formas de vida.
Solo el diálogo abierto, respetuoso, fraterno, esperanzador y sin vetos, logrará la unidad del progresismo en la que se avizora como una reñida segunda vuelta.