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La primera semana de Boric [Por José Benítez Mosqueira]

La primera semana del presidente Gabriel Boric en La Moneda ha sido de dulce y agraz.

De dulce, porque aún continúa lo que algunos denominan “luna de miel”, esa especie de limbo idílico que parte en el momento que triunfa el candidato, abriendo las puertas de la esperanza, y comienza a esfumarse cuando las expectativas del electorado -reales o idealizadas- no logran ser satisfechas.

Por ahora, transcurridos los primeros siete días al mando del país, se mantiene intacto el amor al proyecto transformador de la coalición gobernante y aún está por verse si logra trascender la realidad de lo cotidiano y consolidarse.

Y de agraz, porque ya comenzó a manifestarse lo que probablemente será de aquí en adelante la conducta de quienes hasta hace una semana eran gobierno y hoy miran desde la vereda de enfrente.

Desde esta columna, me atrevo a vaticinar que esa será la tónica de los próximos cuatro años.

Lo que viene es que la oposición, con sus problemas de convivencia internos, intentará imponer sus términos para que no se cumpla la promesa de transformación contenida en el programa de Apruebo Dignidad, al menos en su totalidad, pues ello supone cambios profundos y el hundimiento definitivo de su buque insignia: el neoliberalismo.

A un lado de la ecuación está el progresismo empujando las reformas que una mayoría ciudadana exigió en las calles y refrendó en las urnas, y en el otro, la derecha, que intenta frenar el carro que amenaza con aplanar las ideas y formas que impuso sin contrapeso desde la dictadura y que se mantuvieron, con algunos destellos de cambio, por más de treinta años con la complicidad y en muchos casos anuencia de los gobiernos democráticos de la Concertación y de la Nueva Mayoría.

En ese escenario, el estilo fresco y desenvuelto del magallánico ha empezado a desplegarse y ganar terreno, mientras en el otro lado de la vereda observan con estupor que ya no tienen el sartén por el mango y que les costará recuperar la manija del poder.

Eso es un hecho.

Por tal razón, desde el viernes 11 de este mes, cuando asumió Gabriel Boric y sus ministros, han arreciado las críticas de los sectores opositores, liderados por parlamentarios, exautoridades y representantes de gremios empresariales, que han cuestionado desde el plan de diálogo con las comunidades locales en el Wallmapu, pasando por la molestia que les produce que un presidente no use corbata y trabaje con la camisa arremangada y fuera del pantalón, hasta no haber sido invitados a la ceremonia de cambio de mando.

En tanto, el jefe de Estado ha reafirmado -sin timidez- su apoyo incondicional a la labor que realizan los 154 constituyentes encargados de redactar las normas que le permitirán a Chile avanzar hacia el futuro, nivelando la cancha y entregando a las chilenas y chilenos iguales oportunidades de desarrollo.

La tarea no es fácil y no estará exenta de escollos, lo importante es que Boric mantenga la virtud de escuchar, separar el trigo de la paja y poner por sobre cualquier otra consideración a los habitantes de esta tierra.    

Hasta ahora, siendo todavía muy temprano para sacar conclusiones definitivas, las señales que ha enviado apuntan a que no se desviará de su camino, aunque eso le signifique transitar por algunos tramos pedregosos y poco confortables.

Así sea.