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Espíritu propio [Por José Benítez Mosqueira]

Mi buen amigo Diego Álvarez, magallánico por decisión propia, me permite reflexionar una vez más con una de las imágenes que suele publicar en redes sociales.

El ojo inquieto de este fotógrafo, reportero gráfico, contador auditor y últimamente profesor de enseñanza media, lo ha llevado a ser testigo y guardián del acontecer de Punta Arenas.

Hace algún tiempo fuimos compañeros de trabajo en uno de los dos diarios impresos que había en la capital regional y puedo dar fe del amor que le profesa a la ciudad que lo adoptó como uno de los suyos.

Esta mañana, Diego apuntó su cámara a la Plaza Esmeralda, que si la memoria no me engaña está situada en el tradicional barrio Prat.

Puede ser por la hora, pero se ve vacía, como muchas de las que conocí desde la parte alta hasta la Costanera del Estrecho.

Pienso en las razones de tanta soledad y trato de convencerme de que eso ocurre porque es muy temprano, hace frío y es lunes.

El lugar es hermoso, bien cuidado, pero carece de vida si los habitantes del sector no se apropian de él para jugar, realizar actividad física, pasear a las mascotas o compartir con los vecinos.

La singularidad de la austral Punta Arenas está dada por características que le son propias y que no se repiten en ninguna otra urbe chilena; por ejemplo, ser la única en que el sol se asoma cada mañana por el mar, algo sorprendente para quienes somos nortinos.

Esa es también una de las razones por las que el excónsul argentino Jorge Horacio Insausti la definió coloquialmente como “la más argentina de las ciudades chilenas”.

Debo admitirlo, algo de razón tiene, aunque para mí su encanto radica en ser la capital indiscutible de la Patagonia, ese territorio indomable y legendario que se extiende por miles de kilómetros y cuya frontera no es la cordillera sino una alambrada.

La bella Punta Arenas tiene todo para brillar con luces propias, siempre y cuando los burócratas santiaguinos no sigan intentando uniformarla o domarla a punta de ideas urbanísticas que terminan achatando su alma.

La idiosincrasia magallánica se nutre de los pueblos originarios que alguna vez habitaron la zona, de los chilotes y de los europeos que llegaron a colonizar.

En su crisol se fundió lo propio de cada una de esas culturas para dar origen a un tipo de ciudad que debe tener la libertad y recursos suficientes para desarrollarse de acuerdo con sus propios lineamientos.

Nadie sabe mejor que sus habitantes lo que se requiere para cumplir ese objetivo.

A mi entender, las plazas puntarenenses son solo una muestra de un conjunto de malas decisiones urbanísticas, que no consideraron para nada factores determinantes como el clima.

Recuerdo nítidamente las entrevistas que realicé al reconocido arquitecto Dante Baeriswyl Rada, quien además de ser Hijo Ilustre de Magallanes, es un permanente defensor de su patrimonio cultural.

Él sostenía que debía cambiarse todo el pavimento de la Plaza Benjamín Muñoz Gamero por otro más acorde al clima. Lo cito textualmente: “Es cosa de conocer el tratamiento que se hace en las plazas en Europa, que tienen climas mucho peores que el nuestro. Incluso basta que recorramos la Patagonia y encontraremos pavimentos adecuados al clima”.

No sé si los encargados de mantener o remodelar la plaza habrán leído alguna vez sus críticas, pero hasta cuando yo me vine a Santiago, muchas de las personas que transitaban por ahí terminaban en el suelo en periodos de escarcha.

Otro que sabía de las malas decisiones centralistas en temas de construcción era el abogado Juan José Arcos, quien ponía como ejemplo las puertas del moderno pero estereotipado edificio de la Fiscalía Regional, que se abrían hacia afuera y el fuerte viento las volvía a cerrar violentamente.

Craso error, usaron los mismos planos que en otras ciudades con climas más benignos.

También en redes sociales, Dalivor Eterovic, presidente regional del Partido Comunista, destacaba hace algunos días la noble técnica de la albañilería centenaria de Punta Arenas, usada para levantar muros sin utilizar fierros, molduras, ni máquinas.

El espíritu de esos antiguos maestros permanece entre los magallánicos, sólo hay que escucharlos.