Bordes [Por José Benítez Mosqueira]
Cada cierto tiempo la prensa hace eco de ideas que flotan en el aire, conceptos que parecen surgir de la nada, pero que siempre tienen un origen conocido y que no son para nada inocentes o fortuitos.
Eso está ocurriendo ahora mismo, mientras usted lee esta columna.
Son acciones premeditadas, casi nunca comprendidas a cabalidad por la ciudadanía, articuladas desde las sombras por poderes fácticos que presionan para colocar sus intereses por sobre los de la ciudadanía en la lista de prioridades.
Desde el 4 de septiembre pasado, cuando mayoritariamente se rechazó la propuesta de nueva Constitución, diversas fuerzas -institucionales o no- comenzaron una lucha frontal por tomar la manija de un proceso que quedó pendiente y que aún nadie tiene claro cómo continuará.
La batalla por imponer a los demás un punto de vista propio no tiene pausa y las “cocinas” no cierran sus puertas ni apagan los fogones, todo esto a espaldas del soberano que mandató a los constituyentes para redactar desde cero una nueva Carta Magna.
A mi entender, ese mandato está vigente y no ha sido revocado, puesto que solo se rechazó en el referéndum el texto de 388 artículos y su cuerpo de disposiciones transitorias.
No obstante, el paternalismo de los políticos y otros grupos de poder se ha manifestado con fuerza y sin pudor desde el lunes 5 de septiembre, cuando se apoderaron de la vocería del rechazo para plantear todo tipo de fórmulas, algunas francamente estrambóticas y reaccionarias, basadas en interpretaciones propias y distantes de lo que se había votado la jornada anterior.
Es en este interregno que se les ocurrió la idea de ponerle límites a lo que viniera, de tal forma que no se les fuera a ir de las manos el control de un eventual nuevo proceso, lo cual se traduce en el clásico gatopardismo de “cambiar todo para que nada cambie”, pero a la chilena, entre cuatro paredes y con poquita gente decidiendo por la mayoría.
Eso, tan propio de nuestra idiosincrasia, fue bautizado por algunos iluminados como “bordes”, sinónimo de rayar la cancha, poner camisa de fuerza, engrillar cualquier manifestación de la voluntad popular o dicho en términos coloquiales, impedir que se arranquen con los tarros.
Es lo mismo que hacen los padres con los adolescentes, les leen la cartilla antes de que salgan de la casa, porque no confían plenamente en su buen criterio para resolver las situaciones que se les presenten.
El ejemplo es un tanto doméstico, pero representa con claridad el paternalismo interesado que impregnó al país post-plebiscito. Asimismo, admito que ciertos sectores sienten temor a lo desconocido, a los cambios, y prefieren ser conducidos de la mano, aunque ello implique hipotecar su autonomía y libertad.
Al otro lado del miedo estamos los que tenemos la convicción de que nuestra democracia tiene la madurez suficiente para soportar los cambios ineludibles que deben introducirse al sistema, si de verdad queremos dar un salto cualitativo hacia una sociedad más justa y equitativa.
De ahí que surja como un despropósito que sectores conservadores -de izquierda, centro y derecha- intenten ponerle cerrojos y cortapisas a lo inobjetable, el mandato soberano de que la nueva constitución sea redactada por constituyentes elegidos por la ciudadanía, con paridad de género y que representen la diversidad cultural presente en nuestra sociedad.
