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“La Mitad de algo” (Columna del sociólogo Javier Ruíz)

El plebiscito del domingo abre nuevamente algo en el país. Abre una diferencia. Comprendida a estas alturas esta abertura como algo permanente, que se cierra y se abre bajo determinadas circunstancias, la pregunta que se debe hacer entonces es, cuál es la índole de ese espacio que se abre; su intensidad y su textura.

Se pudiera pensar, con la metáfora de la herida que cicatriza, que esto se abre y se cierra cada vez con menor intensidad, que es un movimiento sometido al paso del tiempo, que está destinado a convertirse cada vez más en una abertura mínima. Eso se pudiera pensar.

Las heridas en las sociedades por lo general son fruto de una pasión tomada por la política. Pienso en, por ejemplo, la guerra civil española, que duró varios años y desembocó en la dictadura de Franco. “venid a ver la sangre por las calles, venid a ver la sangre por las calles”, recitaba Neruda en su libro “España en el corazón”. Los versos de Neruda eran literales, pues la ofrenda de sangre de la guerra civil fue grande y extendida. Tres años y la posterior dictadura que cambiaron para siempre el panorama español. Es muy probable que la pasión de los españoles por los toros y la gastronomía, durante esos años fue desplazada por  la pasión mayor de la política; la guerra.

La pasión de los chilenos también, en su momento fue tomada por la política y tuvo las consecuencias conocidas.

Sin embargo, pareciera que cuando la vida se torna un poco más amable, la pasión política tiende a apaciguarse y en su lugar comienzan a florecer las “pequeñas pasiones” sociales; el deporte, el arte, los pasatiempos. Las posibilidades de un desgarro social pierden intensidad porque simplemente las personas están en otras cosas. También se le ha llamado a esto, de modo erróneo, apatía política, desinterés por las cosas públicas. Si bien hay algo de eso, lo central es que las personas buscan vivir sus propias vidas, colocan en mayor estima y valor las posibilidades de su trama existencial. Una vida social  en que una cantidad importante de personas piensan que su vida personal puede constituir una experiencia interesante, generan densidad cultural, a su vez una vida social en que las personas piensan en sumarse fielmente a ideas colectivas y seguirlas intensamente, empobrece la cultura y fortalece a la política y el Estado.

La política nunca está más viva que cuando tiene muchos seguidores. Pero nos referimos aquí, a la acción política, a la política de los políticos, lo cual, con todo, es el aspecto superficial de la política, no es su esencia. La política como esencia puede estar presente sin la asamblea y sin el militante de partido, pues la política en su esencia es el diálogo respecto de los asuntos de la ciudad.

Pero es que tampoco es cualquier diálogo. No es el diálogo entre los convencidos de una idea, ni el diálogo al interior de camaradas que portan una idea. No, eso no es el diálogo político. Más bien el diálogo político es entre personas que sostienen ideas distintas, pero sobre todo de personas que no sostienen ideas, sino que sobre todo, sostienen preocupaciones sobre determinadas cosas de la ciudad. Ahí es cuando el diálogo ofrece posibilidades edificantes, pues ya no se trata de confrontar ideas, sino que se trata de producir ideas que resuelvan problemas.

Esto es imposible hoy día. La minoría que ejercita un diálogo político, sostiene alguna idea que busca hacer prevalecer, lo que en si no es un problema, pues en general las personas tenemos ideas a priori sobre las cosas. Es que tal como está el panorama actual, no es posible reconocer en el adversario alguna buena idea. Simplemente se trata de mostrar y confrontar ideas y que luego la gente decida mediante el voto cuál es la mejor.

Es una forma pobre de llevar una sociedad, pues las buenas ideas no son patrimonio de ningún sector o grupo. Pero esto está lanzado así y es poco lo que se puede hacer, salvo asistir al escuálido espectáculo democrático. El resultado de esto, nuevamente, es el empobrecimiento de la democracia, convirtiéndola en una simple feria de ideas. Cada cual expone la suya y el pueblo decide. Pero el pueblo también se equivoca, y no puede ser de otro modo cuando lo que se le ofrece es la mitad de algo.

El plebiscito abre nuevamente una abertura y genera debate de ideas al por mayor. Pero esta vez hay menos nitidez que en contiendas anteriores. Esta vez una parte de los miembros de un bando se han pasado al otro. Y las acusaciones de vendidos no han cobrado mucha fuerza. El bando que recibe a los desertores está contento y el bando que ha perdido milicia, para sus adentros está preocupado, pues a pesar de la aparente justeza de su texto, esta justeza no logra convencer a la mayoría, pues al parecer es nuevamente la oferta de la mitad de algo.

La socorrida idea de “nosotros o el caos” no ha tenido en esta oportunidad la intensidad anterior. Más bien ha sido una idea menor, emparentada con la anterior la que ha estado en boga. Avanzar o retroceder. Los partidarios del texto propuesto han colocado esta idea con fuerza. O se avanza o se retrocede. No hay otra alternativa.

Lo que viene no puede ser peor de lo que hay. Lo que viene, a pesar de la ambigüedad que pudiera tener, ofrece mayores posibilidades. Rechazar es retroceder porque es volver al punto cero. En este punto se debe decir que los partidarios del apruebo son absolutamente modernos, entendiendo a la modernidad como una improvisación hacia adelante. No importa que no se tenga una certeza de lo que venga, lo importante es abrir el espacio para que eso desconocido venga. Quienes rechazan argumentan que el movimiento hacia adelante es absolutamente suicida.

Que no se puede ir de ese modo hacia adelante, que hay que ensayar un nuevo plan, que contenga algo así como una maquina con frenos, cambios y acelerador, todo para ser usado de modo comedido, ajustado. En este punto se ve la abertura, pues la pregunta de fondo a los chilenos es, avanzamos a pesar de los riesgos o nos detenemos para avanzar lentamente. Ahí está interrogado el espíritu de los chilenos, la argamasa de la que estamos hechos. Un espíritu conservador o un espíritu de cambio. ¿Cuál prevalecerá?.

Si miramos las últimas contiendas pareciera que es el espíritu de cambio el que ha prevalecido hasta ahora. Pero nada garantiza que eso siga así. Existe también un espíritu conservador que si se mira la historia ha sido el que ha prevalecido casi siempre.

Pero mientras tanto, independiente del resultado, seguiremos, como es costumbre, recibiendo la mitad de algo.