Skip links

Sobre la militancia auspiciada y los verdaderos discursos de odio contra el progreso (Por Claudio Andrade)

En la era de la posverdad se hace más intrincado descubrir cuándo nos están mintiendo. En qué momento la hipérbole se convierte en una falsedad, en un recurso para herir a alguien o algo. En qué instancia el discurso se vuelve destructivo. Un arma.

Días atrás la comunidad Nómades del Mar dio a conocer una carta donde justamente denuncia el presunto discurso negativo que emitirían representantes del sector hacia ellos. Esta comunidad es una de las 18 inscriptas en la región.

En la polémica misiva aseguran que el presidente de la Asociación de Salmonicultores de Magallanes, Carlos Odebret, encabeza una cruzada odio contra de ellos. También apuntan supuestas “falsedades y manipulaciones” por parte del ejecutivo respecto de los datos de producción de la actividad.

Desde ya este cronisca, que conoce a Odebret, jamás escuchó salir de sus labios un discurso de odio en ninguna instancia, privada o pública. Además, si por algo se ha caracterizado la asociación que él encabeza, es en ser precisos con la información que entregan a la audiencia.

En 2023 la asociación publicó una “Radiográfia de la Salmonicultura en Magallanes” que todavía es una sólida herramienta para periodistas, entre otros difusores e interesados. Apenas una ejemplo.

En los últimos 10 años las ONGs extranjeras, casi siempre vienen apelando al discurso en llamas para atacar todo aquello que les incomoda o hace peligrar sus planes. Macro planes, por cierto.

Se trata de organizaciones que no dudan en pasar por alto cuestiones tan básicas como la soberanía de un país, el respeto por sus instituciones, su cultura y su propia gente, en el marco de sus campañas de marketing oscuro.

La industria del salmón no ha respondido a estos ataques viscerales como lo vienen haciendo algunas empresas petroleras en Estados Unidos donde las mentiras y las operaciones de Greenpeace, por ejemplo, llegaron a la Justicia local. Una Justicia que validó los reclamos de las empresas e hizo pagar una millonaria cifra a la cuestionada ONG.

Contrariamente a lo que nos quieren hacer creer las ONGs que están detrás de estos discursos furibundos y que utilizan las voces de representantes de comunidades aborígenes y de vecinos militantes, como claramente ya demostró la Justicia norteamericana, la salmonicultura, como la minería o la industria petrolera, no constituyen el eslabón más fuerte de la cadena.

Desde ya Mina Invierno cerró sus operaciones en el marco de una de estas campañas. La salmonicultura quedó prohibida en Tierra del Fuego (Argentina) en el marco de otra. En Puerto Natales y Ushuaia incluso estuvo suspendido un tiempo el 5G. Les falta ir por el ázucar y la sal en los hogares. Pero la lista sigue y es extensa. Así se desaprovechan las oportunidades de desarrollo y bienestar social.

Las ONGs (que encubren empresas multinacionales), acompañadas por grupos, comunidades y hasta instituciones (como pasa con PEW y la Universidad Austral ambas cuales intervinieron en los primeros bosquejos de la Ley de Acuicultura ahora congelada) constituyen el verdadero músculo político del país.

Dicho sea de paso, el gobierno de Gabriel Boric les ha dado carta blanca para avanzar.

En los últimos dos años la salmonicultura estuvo, en más de una ocasión, a punto de desaparecer por obra de estas organizaciones que tienen en su agenda despoblar el sur y arrancarle toda su actividad económica. O dicho al revés, sin actividad económica no habrá población. Y la salmonicultura es la actividad privada que más volumen de trabajo y mayores ingresos genera en todo el sur de Chile.

Vamos a recordarlo de otra manera, con preguntas. ¿Cuánto dinero genera en exportaciones la salmonicultura en Magallanes? Unos USD 650 millones. ¿Cuánto empleo? Unos 7000 a 8000 mil puestos de trabajo directo e indirecto. ¿Cuánto empleo y exportaciones generan Greenpeace, Océana, Patagonia Inc., PEW en el territorio sureño? Sabemos que no se traduce en miles o en millones. Es completamente real que las ONGs contratan o auspician o incentivan a diversas personalidades que se encargan básicamente de atacar la reputación de la salmonicultura. Es su trabajo.

Lo observamos en festivales, encuentros, reuniones, campañas en redes sociales cargadas de mentiras, todas con el sello de ONGs o empresas que alientan el final del sector.

Son las que en el marco de un discurso y acciones violentas acusan al sector productivo de ser “violento”. A esto se lo suele llamar un recurso lingüístico “pasivo/agresivo”. Es decir, yo soy violento y ataco y agredo e insulto pero acuso al otro de serlo.

En abril de 2023, el velero “Witness” de Greenpeace navegó por los fiordos chilenos, recopilando datos, con un permiso de turismo que no le permitía hacer tal actividad. Cuando el velero llegó a Puerto Natales la tripulación no quiso desembarcar para evitar encontrarse con trabajadores, vecinos y representantes de la comunidad kawésqar. “No saben el daño que nos hacen”, indicó un líder sindical el día en que se negaron a dejar su velero para hablar. ¿No son violentas estas acciones? ¿No son soberbias? ¿No menosprecian la decisión de los habitantes?

¿No es violento que una ONG como PEW influya el proceso de elaboración de una ley de acuicultura solo para influir en él? PEW ni siquiera pretende que exista actividad económica en la Patagonia.

Hace unos meses una representante del pueblo kawésqar publicó una fotografía mía en su cuenta de Facebook acompañada de un texto agresivo porque, al parecer, les molesta que tenga una visión positiva de esta industria y otras en general. Se trata de una persona que no conozco, con quien jamás conversé. ¿No es violento sostener un discurso de enojo, odio y violencia contra una actividad que ha desarrollado literalmente Magallanes? ¿Y ese discurso no es expansivo hacia sus trabajadores como si estos fueran integrantes de alguna banda delictiva Pues, sí, lo es. Los abarca.

La salmonicultura es un pilar de la economía chilena y se ha convertido en un ejemplo de eficiencia y de éxito en materia de negocios. ¿Deberíamos los chilenos sentirnos mal por esto? ¿Por ser los segundos productores mundiales de salmón? ¿Por ser el segundo mayor exportador de bienes y servicios de Sudamérica después de Brasil con más USD 100.000 millones?

Esta insólita vocación de querer dispararnos en “las patas”, de destruir la estructura tecnológica que hemos levantado, no puede venir sólo de un grupo aislado. Tiene condimentos más profundos y complejos. Se relaciona con el propósito de personalidades delirantes, mesiánicos generacionales (Patagonia INC, de Yvon Chouinard, Fundación Rewilding de los Tompkins, Oceana de los Rockefeller) largo etcétera), por convertir la Patagonia en un lugar despoblado, salvaje y que no le pertenezca a “nadie”. Entiéndase “a nadie” como el espacio de sus fantasías personales.

Quienes somos y vivimos en esta Patagonia no podemos olvidar la verdad de los hechos. El cómo llegamos hasta aquí. No fue justamente gracias a estos discursos.