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Veracidad o ficción: cuando la mentira se convierte en estrategia política [Por Jonathan Cárcamo]

En estos tiempos electorales, la verdad parece volverse un comodín olvidado. En Chile, hemos visto cómo candidatos y partidos —principalmente de derecha— recurren sistemáticamente a medias verdades, datos distorsionados y afirmaciones alarmistas para moldear una realidad artificial. Una realidad cómoda para ellos, peligrosa para nosotros. Cuando los dichos políticos se construyen más sobre el temor, la confusión o la manipulación, el resultado no es una nación más informada: es una ciudadanía más vulnerable, dividida y desconfiada.

Un caso reciente: durante la campaña del proyecto de nueva Constitución, circularon con insistencia rumores de que la nueva Carta permitiría la expropiación masiva de propiedades privadas —una narrativa diseñada para sembrar miedo. Especialistas en verificación de hechos desmontaron ese argumento: la propuesta protegía la propiedad privada, y jamás contemplaba confiscaciones arbitrarias. CIPER Chile+1

Pero ese tipo de desinformación no proviene de “errores inocentes”. Es parte de una estrategia deliberada: saturar el debate público con “hechos alternativos”, reciclar temores, usar cuentas automatizadas (“bots”) para amplificar mensajes polarizantes. En las elecciones recientes, parlamentarios del oficialismo denunciaron un uso masivo de bots y cuentas falsas por parte de sectores de ultraderecha, destinados a difundir mentiras y manipular la opinión pública. BioBioChile+1

Al mismo tiempo, la “maquinaria del engaño” no se limita solo a redes sociales. En lo que va del 2025, un medio de prensa nacional expuso una red organizada de cuentas anónimas vinculadas a lo que denominaron una “guerra sucia digital”: campañas de desprestigio, montajes, desinformación sobre candidatas presidenciales, todo diseñado para desinformar y moldear percepciones. El País+1

Cuando la política recurre a la mentira como herramienta de campaña, el riesgo no es solo ético: es estructural. Se erosiona la confianza en las instituciones; se genera desinformación masiva; y se siembra una atmósfera de miedo que inhibe el pensamiento crítico. Las consecuencias las vemos todos los días: polarización social, decisiones basadas en bulos, prejuicios que se naturalizan, y una democracia que se vacía de contenidos reales.

Pero no todo está perdido. Si queremos defender la democracia, la convivencia y el respeto por la dignidad humana, debemos recuperar el valor de la verdad. Eso implica exigir transparencia, exigir evidencia. Implica trabajar desde cada comunidad —familias, organizaciones, escuelas, sindicatos— para fortalecer la cultura del chequeo, del cuestionamiento informado, del debate honesto. No aceptar como verdad lo que suena fuerte o conveniente. Preguntar: ¿quién dice esto? ¿con qué pruebas lo dice? ¿qué intereses hay detrás?

Hoy más que nunca, necesitamos ciudadanos críticos, no espectadores. Gente capaz de distinguir entre promesas y realidades. Entre populismos baratos y soluciones verdaderas. Entre discursos de miedo y propuestas de futuro.

Como sociedad, el tremendo desafío es dejar atrás ese viejo dicho: “si no viste, creyó”. Porque jamás fue verdad que “todo chile se mueve así”. Fue solo otra mentira disfrazada. Y si queremos un país más justo, digno y digno de confianza, la primera apuesta debe ser por la verdad.

Por Jonathan Cárcamo, concejal (FA)