La toma de posesión del estrecho de Magallanes y de los territorios adyacentes hasta el Cabo de Hornos significó en la práctica, incorporar para el estado chileno todos los inmensos e inexplorados territorios ubicados al sur de la isla Grande de Chiloé. La decisión política adoptada por el gobierno del presidente Manuel Bulnes fue de tal envergadura, que de paso, inició la discusión y la polémica con la República Argentina por la tuición de la Patagonia, problema que marcará la relación con nuestros vecinos en el sur austral durante buena parte de los siglos XIX Y XX.
Todos los documentos que se conocen, han revelado las grandes dificultades que experimentaron los primeros pobladores que habitaron el Fuerte Bulnes. La goleta “Ancud” emprendió viaje de regreso a Chiloé el 15 de noviembre de 1843, dejando a orillas del estrecho a sólo once personas: el teniente 1° Manuel González Hidalgo, que asumió además, como gobernador provisorio; el piloto 2° de la armada, Jorge Mabon, el sargento escribiente Eusebio Pizarro, el cabo José Hidalgo y cinco artilleros, Pascual Riquelme, Manuel Villegas, Lorenzo Soto, Valentín Vidal, Cipriano Jara, estos últimos en compañía de sus esposas, Ignacia Leiva y Venancia Elgueta, respectivamente.
En los meses que siguieron, los moradores recibieron la visita de los nativos tehuelches quienes, de acuerdo al informe de piloto Mabon “ayudaron con la mayor disposición de ánimo en todas nuestras faenas y quehaceres, encargándose gratuitamente de cuanto consideraban sernos útil, sin que nosotros abrigáramos para con ellos la menor desconfianza”.
El 7 de febrero de 1844 llegó a Fuerte Bulnes, a bordo de la pequeña goleta “Voladora”, la dotación de relevo enviada por el intendente de Chiloé, Domingo Espiñeira, conformada por el sargento mayor del ejército Pedro Silva, el secretario Santiago Dunne, el capellán de la orden franciscana Domingo Pasolini y un piquete de dieciocho soldados –ocho de ellos acompañados de sus esposas-, con el objeto de consolidar la presencia chilena en el austro.
Pedro Silva fue el primero en ejercer en propiedad el título de gobernador de la colonia. Asesorado por el capellán Pasolini firmó con los tehuelches (aonikenk) el Tratado de Amistad y Comercio el 20 de marzo de 1844, un acuerdo que le ocasionó graves problemas. El intendente Espiñeira solicitó de inmediato su remoción del cargo, nombrando en su remplazo al sargento de infantería Justo de la Rivera, quien llegó al Fuerte Bulnes en el Queche “Magallanes” el 20 de junio de 1844.
El infortunio y las enfermedades persiguieron al nuevo mandamás de la colonia desde que asumió su alta investidura. El invierno de ese año 1844 fue extremadamente riguroso, aunque los verdaderos males aparecieron con la llegada de la estación de primavera: una plaga de ratones autóctonos, descritos por los cirujanos de la Armada Nacional, Buenaventura Martínez y José María Betelú con los nombres de “Akodon” y “Oryzomis”, asoló el fuerte, consumiendo parte de los víveres que disponía la población, como expresó el gobernador De la Rivera al ministro Ramón Luis Irarrázaval, en carta citada por el historiador Armando Braun Menéndez en su libro “Fuerte Bulnes”:
“Para que S.S. pueda formar una idea de ella, me hallo en la necesidad de decirle que desde el 5 al 30 de noviembre sólo en los almacenes y viviendas de los oficiales, según un apunte que se ha llevado, se han muerto ¡once mil doscientos y pico!”
Las continuas dificultades, el aislamiento geográfico, mermaron la voluntad del gobernador, quien invariablemente sostenía que el ejecutivo debía hacer un análisis sobre la situación de la colonia en el estrecho y decidir entre dos alternativas; por un lado, si de verdad el estado chileno consideraba necesario el despegue espiritual y material de aquel emplazamiento, debía asignar recursos que seguramente más tarde harían falta al erario nacional. Por otra parte, pensaba De la Rivera, se debía evaluar la posibilidad de clausurar el Fuerte Bulnes y renunciar a cualquier iniciativa que propendiera a colonizar el estrecho de Magallanes.
Sin embargo, el presidente Manuel Bulnes decidió mantener la presencia chilena en el austro. El 15 de diciembre de 1845 volvía al territorio, para asumir los destinos de la colonia el inefable Pedro Silva, ahora con el grado de teniente coronel, acompañado de otros cuarenta y seis militares, algunos oficiales y soldados, con pertrechos, y víveres para la población. En este avituallamiento, efectuado por la barca nacional “Ballena” llegaron también, cuatrocientos pares de zapatos tanto para hombres como para mujeres, a la postre, los primeros calzados que conocieron los sufridos habitantes del Fuerte Bulnes. En los quince meses que duró su segunda administración, Pedro Silva escribió varias misivas al gobierno central solicitando el traslado de la población a un lugar más benigno del territorio.
En paralelo, sobresalía y contrastaba con la inercia de las autoridades de gobierno, el capellán Domingo Pasolini que además de atender las necesidades espirituales de los moradores de la colonia, donde ayudó a construir la pequeña capilla del fuerte y sirvió de improvisado maestro de primeras letras para los niños de los escasos matrimonios existentes, se las ingenió también, para extender su credo evangelizador a los indígenas de la etnia tehuelche que merodeaban desde Cabo a Negro a la bahía de San Gregorio.
Pasolini que estaba convencido de la imperiosa necesidad de mudar a la población al sector de Primera Angostura, donde pensaba edificar “la iglesia más grande y hermosa que cualquiera de Chiloé”, como escribió al superior de la orden franciscana Diego Ciuffa, pronto encontraría en el nuevo gobernador José de los Santos Mardones, al líder capaz de rebelarse a la burocracia de Santiago y de emprender por fin, el ansiado traslado del Fuerte Bulnes.