Hace un año, en este mismo medio magallánico, definía los primeros días en La Moneda del Presidente Boric, sus ministros y partidos aliados de Apruebo Dignidad, como de dulce y agraz, porque desde antes y apenas asumió el cargo ya se vislumbraba lo difícil que sería gobernar un país fracturado en lo más profundo de su alma.
Esa primera semana aún continuaba lo que se denomina coloquialmente “luna de miel”, aquel limbo idílico que parte con el triunfo del candidato, que abre las puertas de la esperanza, pero simultáneamente comienza a esfumarse cuando las expectativas -reales o idealizadas- de quienes lo pusieron ahí, no logran ser satisfechas.
En medio de tanto amor, las aprensiones de este columnista se manifestaban en si transcurrido algún tiempo el proyecto transformador de la coalición gobernante (inicialmente fue una, hoy son dos y hasta tres, dicen algunos), lograría trascender la realidad de lo cotidiano y consolidarse.
Los primeros dos golpes fuertes a ese intento de sentar las bases de un nuevo Chile vinieron con el rechazo al proyecto de nueva Constitución y luego con la derrota que sufrió en el Parlamento la reforma tributaria, que no sólo recaudaría los recursos para financiar el programa, sino además traería algo de justicia a un sistema que premia a las grandes fortunas en desmedro de la gran mayoría de la población.
Pese al escaso tiempo que había transcurrido en el ejercicio de la primera magistratura, ciertas prácticas de amateurismo político en el oficialismo marcaron un derrotero difícil de sobrellevar, más cuando en la otra vereda estaba la derecha que había perdido estrepitosamente el poder y no les dejaría pasar nada a los que ahora gobiernan.
En ese escenario y sin ninguna intención de ejercer de pitoniso, me atreví a vaticinar que esa sería la tónica de los próximos cuatro años.
Lamentablemente, hasta ahora, para no ser categórico, la predicción se ha cumplido y el gobierno no ha podido y no ha sabido salir de la encrucijada en que lo puso la derecha, que incluso con sus problemas de convivencia internos ha impuesto sus términos para frenar la promesa de transformación contenida en el programa de Apruebo Dignidad, pues ello supone cambios profundos y el hundimiento definitivo de su buque insignia: el neoliberalismo.
En poco más de un año, el mandato de Boric no ha tenido un solo minuto de descanso y las señales indican que deberá seguir en estado de alerta si no quiere estacionarse definitivamente en la intrascendencia histórica.
Mi tesis no es antojadiza.
En octubre de 2021, también en Zona Zero, sostuve a propósito de un nuevo aniversario del estallido que “la descomposición del tejido social e institucional era y es de tal magnitud, que se percibía en el aire que la situación no daba para más, aunque algunos todavía insisten en decir que no vieron la ola que se acercaba, cuya fuerza desencadenó un tsunami imposible de atajar, lo que evidencia el divorcio y distanciamiento de los políticos con la realidad”.
Insisto, y acepto el riesgo de ser cargante, nada de eso ha cambiado.
La institucionalidad heredada de la dictadura, escasamente reformada por los gobiernos de la Concertación, la Nueva Mayoría y las dos incursiones de Piñera, es débil e insuficiente para extirpar la corrupción, la delincuencia, el narcotráfico, la discriminación, la injusticia, el saqueo sistemático de las arcas fiscales, las coimas, la vista gorda, la pobreza, la desigualdad y el abuso.
A esto se suma que faltando un poco más de un mes para que volvamos a las urnas, la mitad de los ciudadanos declara que no sabe que el 7 de mayo deberá elegir a las cincuenta personas que integrarán el Consejo Constitucional y una abrumadora mayoría (88%) desconoce los nombres de los aspirantes de su región a este nuevo organismo del proceso constituyente.
Presidente, como decimos los chilenos y chilenas, esto no prende.