El espectáculo, con su oropel de decorados y luces, aporta entretención, esparcimiento y distracción a la rutina diaria, que salvo contadas excepciones suele ser más bien gris y plana.
Desde esa perspectiva, es un escape de la cotidianidad que abruma con obligaciones que no permiten volar y mantienen a los individuos pegados al suelo. Así, rutina y espectáculo deben convivir en una relación simbiótica, de mutuo beneficio para las personas.
Lo que debe alertarnos como sociedad es cuando alguno de esos dos aspectos de la vida de los seres humanos comienza a imponerse sobre el otro, creando disociación, lo cual repercutirá negativamente en nuestra percepción de las cosas.
Valga esta introducción para repicar las campanas en señal de preocupación por ciertas prácticas de la televisión y algunos otros medios que han teñido de espectáculo actos delincuenciales graves que afectan a nuestro país, como son los portonazos, abordazos, sicariatos, secuestros y narcotráfico, lo que ha empujado a ciertas autoridades al facilismo de intentar combatir esas lacras con una suerte de “quién da más”, que sólo busca capturar la atención de la audiencia.
En esa trampa mediática, que asegura intención de voto, popularidad y rating inmediato, pero también fracaso, hoy por hoy están inmersos algunos alcaldes y alcaldesas con ambiciones políticas en el corto y mediano plazo (en octubre del próximo año hay elección municipal y en noviembre de 2025, presidencial).
No hay que retroceder mucho en el tiempo para encontrar al “cerebro” de esta forma populista de hacer política: Joaquín Lavín Infante, quien descubrió hace un par de décadas que podía adaptar las reglas del espectáculo en beneficio de su carrera a La Moneda y que podía atraer la mirada de la televisión con ideas excéntricas, de alto impacto, pero escasamente eficaces en sus resultados.
De esta manera, el exalcalde de Santiago y Las Condes, y también ex precandidato y candidato a la presidencia del país, se convirtió en frontman, un anglicismo que permite definir con precisión al líder de una banda de música, es decir, el que destaca sobre el resto de los miembros de la agrupación y se lleva los aplausos de la multitud.
Todavía permanecen en nuestra retina y recuerdos los aviones que bombardeaban las nubes para hacer llover, los “botones de pánico” instalados en el centro de la capital, la veraniega playa artificial y el invernal centro de esquí en el Parque de los Reyes.
Nada de eso existe en la actualidad.
Su inventiva no tenía límites y capturaba la simpatía de los espectadores y la envidia de otros jefes comunales que no querían hipotecar su popularidad con fórmulas más bien tradicionales de gobernar en sus territorios. “Es el momento de experimentar con cosas nuevas. No sabemos si van a servir, pero si sirvieran le estaríamos haciendo una gran contribución a la ciudad”, confesó en 1996 a la prensa el joven alcalde Lavín, en su primer periodo al mando de Las Condes.
Y es esa declaración la que contiene el problema central de esa forma errada de enfrentar y solucionar los problemas, no se sabe si los experimentos van a resultar y si van a contribuir a mejorar el día a día de las comunidades. Total, qué importa, si tales acciones ayudan a visibilizar en todo el país la figura de un alcalde o alcaldesa con ambiciones, que pueden ser legítimas, pero terminan dañando el patrimonio de la comuna y desdibujando el actuar de otras autoridades.
El más reciente representante de este estilo es el alcalde de la populosa comuna de La Florida, Rodolfo Carter, discípulo del exalcalde UDI y vocero de su último y fracasado intento para llegar a la presidencia de la República, quien transformó su presencia en terreno en un show mediático que alimenta de principio a fin la frivolidad y sensacionalismo de los programas matinales de la televisión.
Las demoliciones de las “narco-casas” poco o nada aportan a la erradicación del flagelo de las drogas. Por el contrario, sólo disfrazan y distraen, pues la propiedad de esos inmuebles continúa en manos de quienes se quiere combatir y bastaría que éstos sanearan las ampliaciones irregulares (resquicio legal usado para derribarlas) para que volvieran a las andadas.
Basta de frontman en la política, sus cantos de sirena nos hacen perder el norte como sociedad y navegar a la deriva.